lunes, 12 de febrero de 2018

Mons Dei. La Montaña de Dios

La edición de Las Edades del Hombre que va desarrollarse en la villa norteña de Aguilar de Campoo lleva por título Mons Dei. ¿Qué quiere decir esta expresión? Es una expresión latina que significa Monte de Dios, o Montaña de Dios. En la elección del nombre, además del Secretario de la Fundación Las Edades del Hombre y los técnicos, han tenido parte los sacerdotes que estaban entonces en Aguilar. Enamorados ellos de la Montaña Palentina propusieron este nombre que después fue aceptado por la Fundación.

Castilla y León, es verdad, es en la mayor parte de su territorio una meseta rodeada de montañas. Nuestra provincia de Palencia, además de cerros como los del Cerrato y oteros, tiene una hermosa montaña con grandes cimas como el Espigüete, el Curavacas y Peña Redonda, por citar las más altas, que cobijan las zonas de Guardo, la Peña, Cervera, La Pernía, el Valle de Santullán y Aguilar de Campoo. En ellas nacen los principales ríos que riegan nuestras tierras. Contamos con grandes montes de distintas clases de árboles como pinos, rebollos, robles, encinas, brezo, etc. Antes se extraía el carbón de sus entrañas.
 
¿Por qué este nombre? Mucha gente que se ve atraída por las alturas, por la belleza, por la aventura, por los peligros, por la grandiosidad de las montañas, huyendo, muchas veces, del mundanal ruido. ¡Cómo cambia desde las alturas la visión de los ríos, las casas, los árboles, los animales, las personas, etc.! Desde los valles se ven algunas realidades, pero, a veces, los árboles no nos dejan ver el bosque ni el bosque nos deja ver los árboles. Enfrascados y enredados en las cosas de cada día no sabemos percibir la bondad, la armonía sinfónica, la belleza de la naturaleza, la grandeza y la pequeñez del hombre. En la vida ordinaria, y más en las ciudades, no sabemos lo que es respirar aire puro a pleno pulmón, beber aguas frescas y cristalinas que brotan y manan de sus veneros. Necesitamos subir para darnos cuenta que no sólo de pan vive el hombre, que buscar a toda costa el poder, la fama, el dinero, el placer y las cosas materiales ni nos hace más humanos ni más felices.
 
En casi todas las culturas los montes tienen algo que atrae, como lo afirma las diversas ciencias sobre la religión. En las religiones primitivas las montañas son los lugares donde habitan o se manifiestan las deidades o el misterio, donde se encuentran el cielo y la tierra. En algunas religiones determinas montañas son el eje de la tierra y del mundo y a las que el hombre asciende cuando quiere encontrarse o consultar la divinidad como en el Monte Hira o el Sinaí. Allí el hombre experimenta su pequeñez, la belleza, la grandeza de lo creado, la diversidad, la fecundidad,
 
En las Santas Escrituras se habla de muchas montañas o montes. El Monte Moria, el Horeb, el Sinaí, Sión, el Garizín, el Monte de los Olivos, el Gólgota, el Tabor... El pueblo de Israel experimentará la presencia misericordiosa del Dios de la Alianza que le acompaña en la vida diaria y sus avatares y peripecias. Dios no está encerrado en ningún espacio o lugar, pero hay determinados espacios y lugares que son más propicios para abrirnos a Él, detectar su huella.
 
Jesús es para los cristianos el espacio, el lugar y la carne donde Dios manifiesta que está con nosotros. En él habita la plenitud de la divinidad. Él se retira solo a las montañas a orar, a dialogar con el Padre para descubrir y después llevar a la práctica la voluntad del Padre. En el Gólgota se revelará como el Dios Amor que se entrega hasta morir por todos.
 
«Cristo, nuestro Señor, no sólo en cuanto Dios... más también según que es hombre, es un monte y un amontonamiento y preñez de todo lo bueno y provechoso, y deleitoso, y glorioso que en el deseo y en el seno de las criaturas cabe, y de mucho más que no cabe. En Él está el remedio del mundo y la destrucción del pecado y la victoria contra el demonio; y las fuentes y mineros de toda gracia y virtudes que se derraman en nuestras almas y pechos, y los hacen fértiles, en Él tienen su abundante principio; en Él tienen sus raíces , y de Él nacen y crecen con su virtud , y se visten de hermosura y de fruto las hayas altas y los soberanos cedros y los árboles de mirra (como dicen los Cantares) y del incienso: los apóstoles y los mártires y profetas y vírgenes» (Fray Luis de León, Los nombres de Cristo). Esto es lo que, a mi entender, lo que encierra la expresión del título.
 
Necesitamos encontrarnos con Dios, con su palabra, con la grandeza de su misterio; necesitamos subir con Pedro a la montaña del Tabor y decir: «¡Qué bueno que estemos aquí!» (Lc 9, 28-36). Necesitamos ascender a Cristo para descubrir el misterio del hombre. Después hay que bajar a la vida, con ilusiones renovadas y espíritu nuevo. Necesitamos elevarnos, subir al Monte para encontrarnos con el misterio que nos envuelve, pues en Dios «vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17, 28).

De Dios, de Jesucristo y del hombre nos hablará la exposición Mons Dei de Las Edades del Hombre.

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