lunes, 10 de julio de 2017

Los atropadineros

¿Quién es un atropadineros?

Un atropadineros es el que solo tiene ojos para ver ganancias y rentabilidades por todas partes; el que busca el oro con ansiedad y codicia hasta en la misma Noche Buena (¿recuerdan ustedes el personaje aquel de la narración de Dickens?).

Un atropadineros es el que ha hecho de su vida un saco sin fondo donde recoger todo lo que se compra y se vende; el que todo lo traduce, sin mayores esfuerzos, en suculentos negocios. El atropadineros se aprovecha del cargo y situación para medrar, trepar y acumular... Pero ese, según el libro sagrado, se secará «como el cardo en la estepa o como la zarza en el desierto» (Jr 7, 6).

“No nos haga usted caricaturas, por favor”. Permítanme las caricaturas. Ellas expresan bien “lo que hay”. Todos podemos llegar a ser una caricatura de nosotros mismos. El que, por decisión propia, se olvida de las personas y sólo atiende a las cuentas corrientes, termina chapoteando en un lodazal y además haciendo el ridículo. Las cárceles están llenas de personas ridículas; pero también las calles y las plazas.

¿Hay algo más ridículo que vivir para acumular cosas? ¿No hace el ridículo quien se pasa la vida sólo preocupado por amontonar dineros y, una mala noche, se va al otro mundo sin saber cómo? Es lo que le ocurrió al rico de la parábola. Una voz le despertó del letargo y de la borrachera: «Necio, lo que has acumulado, ¿para quién será?» (Lc 12, 20).

Inquietante pregunta: “Lo que has acumulado, ¿quién se lo llevará?” La mitad para el fisco, desde luego. ¿Y la otra mitad? La otra mitad, necio, no la gastan tus deudos ni aunque encarguen para tu funeral todas las coronas de flores que hay en las floristerías de Madrid. Ni aunque te levanten los mausoleos más caros e inútiles del mundo.

Los atropadineros solo se pasean por los lugares donde las maquinas multiplican el oro. Como el Rey Midas, sólo sueñan con tocarlo todo y convertirlo en divisas. La codicia es así; nunca se ve colmada. Nunca llena la buchaca. 

¿Y no se convierte el mundo, de este modo, en una selva? 

Pues vean ustedes lo que tenemos. Dicen que hay algunas selvas donde los grandes gorilas se han hecho de tal manera fuertes que los otros animales no se atreven ni a salir de las madrigueras. Pero hay selvas peores, a las que ni siquiera llega un rayo de sol.

El mejor capital es el que se invierte en crear puestos de trabajo, para que el personal pueda ganarse honestamente el sustento. Es triste querer trabajar y no tener dónde. Los Papas (por lo menos desde León XIII) han hablado de la “función social del dinero”.

Llevarse los dineros fuera a paraísos templados, donde estén a salvo de tributar y de producir riqueza nacional, constituye hoy un delito social. Si encima esos dineros son públicos y han sido amasados con el sudor de otros, la cosa pasaría a mayores y tendría el rango de “corrupción”, ¡y en moral se llamaría “pecado mortal”! Así como suena.

Los negocios lícitos reclaman medios lícitos. Nada de “pelotazos”. Nada de corrupciones en cadena. Pero al que roba -¡oh casualidad!- el dinero le llega en racimo. ¿Por qué será? Algunos hacen negocios hasta desde las mismísimas cárceles...

Convertir el mundo en una selva para que solo reinen los “atropadineros”, se paga con la soledad de aquel rico que, según dicen, era tan rico que... ¡solo tenía dinero!

Eduardo de la Hera

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