lunes, 10 de abril de 2017

Y final

Con estas palabras de su buen amigo y sucesor beato Jordán de Sajonia, que hoy hago mías, cerramos esta serie de relatos sobre Santo Domingo de Guzmán, que comenzamos para acercar su figura y su orden, cuando se conmemoraban el 800 aniversario de la Confirmación de la Orden de Frailes Predicadores (dominicos) por parte del papa Honorio III el año 1216. No está lejos la fecha en que, Dios mediante, conmemoraremos los 800 años de presencia de los Dominicos en la ciudad de Palencia, en el convento que fundó este santo burgalés cuya vida y obra hemos intentado acercar a los lectores de Iglesia en Palencia.

«Tenía algo más esplendoroso y magnífico que los milagros. Estaba adornado de costumbres tan limpias, dominado por tal ímpetu de fervor divino, que era imposible dudar de su cualidad de verdadero predestinado... Y como el corazón alegre alegra el semblante, el gozo y benignidad del suyo transparentaban la placidez y equilibrio del hombre interior, a no ser cuando se turbaba por la compasión y misericordia hacia el prójimo y el necesitado.

Con esa alegría se atraía fácilmente el afecto de todos; cuantos le miraban quedaban de él prendados. Durante el día, nadie más accesible y afable que él en su trato con frailes y acompañantes. Por la noche, nadie tan asiduo a las vigilias y a la oración.

Todos los hombres cabían en la inmensa caridad de su corazón, y amándolos a todos, de todos era amado. Consideraba ser un deber suyo alegrarse con los que se alegran y llorar con los que lloran y llevado de su piedad, se dedicaba al cuidado de los pobres y desgraciados».

Fray Luis Miguel García Palacios, O.P.
Subprior del Convento de San Pablo

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