lunes, 27 de marzo de 2017

La Canonización

Doce años han transcurrido desde que el cardenal Hugolino colocó en la tierra el cuerpo Santo Domingo. Inmediatamente surgió un culto público en torno a su tumba. Pero los frailes no sólo no lo han aprobado, sino que lo han extinguido. Hugolino, ya Papa Gregorio IX, se lo reprochará duramente. Sin embargo, la emoción con que los frailes testigos de su vida depusieron en el proceso de canonización, no permite pensar en un desinterés. Cree el Padre Vicaire, que los frailes quisieron evitar cualquier atisbo de lucro, muy del uso de la época, estas cosas hubieran horrorizado a fray Domingo.

En medio de un extraordinario clima de fervor, y gracias a la ardiente palabra de un predicador popular, que conmueve a Bolonia entera, el dominico Juan de Vicenza, se reaviva el culto popular a Santo Domingo, y se convierte en un verdadero incendio. Quedan despejadas las objeciones de los dominicos. Se obtiene de la Iglesia el permiso para la traslación de las reliquias a un nuevo sepulcro el 24 de mayo de 1233. Abierta la tumba, sale de ella un perfume de una suavidad y de una intensidad totalmente sobrenaturales, que invaden a toda la innumerable concurrencia. Ante este milagro esplendoroso el entusiasmo no conoce límites, y lleva hasta Roma a las autoridades civiles y religiosas de Bolonia, para obtener la canonización.

La canonización, pronunciada por Gregorio IX el 3 de julio de 1234, no se debe solamente a estos sucesos. Ellos dieron origen al texto del proceso que preparó esta declaración: nueve declaraciones conmovedoras de los frailes de Bolonia, y una treintena del sur de Francia. Nos han proporcionado también el Librito que compuso Jordán de Sajonia, poco antes de la traslación de los restos. Privados de estos documentos, hubiéramos sabido muy pocas cosas sobre la verdadera personalidad del santo fundador y de sus primeros hermanos. Hombres y mujeres sencillos que escucharon sus palabras o que vivieron con fray Domingo, frailes y prelados llenos de doctrina y de gobierno, han hablado con sencillez bajo juramento, sin más interés que el de la verdad, pero sin que les faltara el cariño y el tierno recuerdo de quien quieren llamar santo.

Fray Luis Miguel García Palacios, O.P.
Subprior del Convento de San Pablo

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