martes, 15 de noviembre de 2016

¿Cerrar la Puerta de la Misericordia?

El domingo 20 de noviembre, solemnidad de Jesucristo Rey del Universo y final del Año Litúrgico en la liturgia de la iglesia, el papa Francisco cerrará en la Basílica de San Pedro, en Roma, el Año Jubilar de la Misericordia, y una semana antes, el domingo día 13 de noviembre, habremos cerrado las distintas Puertas Santas en las Catedrales de todo el mundo, también en la nuestra de Palencia.

El Año Jubilar de la Misericordia fue convocado por el papa Francisco el 11 de abril de 2015 por medio de la Bula “Misericordiae Vultus” -el rostro de la misericordia-, y comenzó el día 8 de diciembre del mismo año, solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María. «Esta fiesta litúrgica -decía el papa- indica el modo de obrar de Dios desde los albores de nuestra historia. Después del pecado de Adán y Eva, Dios no quiso dejar la humanidad en soledad y a merced del mal. Por eso pensó y quiso a María, santa e inmaculada en el amor, para que fuese la Madre del Redentor del hombre. Ante la gravedad del pecado, Dios responde con la plenitud del perdón. La misericordia siempre será más grande que cualquier pecado y nadie podrá poner un límite a amor de Dios que perdona... En esta ocasión será una Puerta de la Misericordia, a través de la que cualquiera podrá experimentar el amor de Dios que consuela, que perdona y ofrece esperanza» (MV, 3). En las distintas Catedrales, también en la nuestra, la llamada “la bella reconocida”, se abrió el domingo 13 de diciembre. También en las distintas diócesis se señalaron otros templos en los que también se abrieron las distintas puertas de la misericordia.

A lo largo de este año se han llevado a cabo distintas iniciativas como peregrinaciones, conferencias, publicaciones, celebraciones penitenciales, obras sociales, etc., para que viviéramos este año, personal y comunitariamente, con sentimientos de gratitud y reconocimiento hacia Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. «La primera verdad de la Iglesia es el amor de Cristo. De este amor, que llega hasta el perdón y el don de uno mismo, la Iglesia se hace sierva y mediadora ante los hombres. Por tanto, donde la iglesia esté presente, allí debe ser evidente la misericordia del Padre» (MV, 12). Es más: el papa nos ha invitado a caer en la cuenta de que «la misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Todo en su acción pastoral debería estar revestido por la ternura con la que se dirige a los creyentes; nada en su anuncio y en su testimonio hacia el mundo puede carecer de misericordia. La credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino del amor misericordioso y compasivo. La Iglesia vive un deseo inagotable de brindar misericordia» (MV, 10). Y nos recordaba que las clásicas obras de misericordia, las corporales y las espirituales, deben despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada por el drama de la pobreza, y así entrar en el corazón del Evangelio donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina. «No caigamos en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye» (MV, 15). Debemos abrir el corazón, para curar las heridas de tantos que no tienen voz porque sus gritos se han debilitado o silenciado, aliviarlas con el óleo de la consolación, vendarlas con la misericordia y curarlas con la solidaridad y la debida atención.

¿Toda esta gran iniciativa y enseñanza, se acabará cerrando una puerta con llave? No puede ser. Jesucristo es el Puerta permanentemente abierta que nos da acceso libre al Padre. Él crucificado que ha resucitado sigue teniendo las llagas de las manos, los pies y el costado abiertas para que accedamos a su interior, a su corazón misericordioso y compasivo. Se cierran unas puertas simbólicas, pero la Puerta verdadera (Cfr. Jn 10, 1-10) está siempre está abierta de par en par. Ser cristiano es entrar por esa Puerta, experimentar la bondad del Buen Samaritano, Cristo, el Buen Pastor, y ser apóstoles y misioneros de la misericordia. Quiera Dios que así sigamos creyendo, celebrando y testimoniando la misericordia de Dios. Vivamos en nuestra Diócesis la cultura del encuentro que entraña aceptación mutua de unos y otros, diálogo sincero, claro, confiado, no ofensivo ni hiriente, humilde y prudente y colaboración fraterna viviendo las obras de la misericordia y cuidando todos de la casa común.

Con san Agustín podemos decir y pedir todos y cada uno. «Toda mi esperanza estriba sólo en tu muy grande misericordia. Da lo que mandas y manda lo que quieras» (Conf 10, 40).

+Manuel Herrero Fernández, OSA
Obispo de Palencia

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