lunes, 24 de octubre de 2016

Cárceles y Medios de Comunicación

Hay gente que, cuando se entera de que soy capellán de la prisión, por pura curiosidad pregunta por el número de internos, por la nacionalidad, por lo que hacemos allí, etc. Algunos preguntan por la piscina y, los mismos, suelen afirmar algo así como que: “si es que viven como en un hotel de tres estrellas”. Yo suelo contestar también con algo así como: “¿si tan seguro estás, por qué no te pasas una semanita de vacaciones allí?”. A veces, siguen las preguntas: “¿también tienen televisión?”. “Claro, -contesto- pero la tienen que comprar”. Y, en cuanto puedo, cambio la conversación o de conversador.

Me pregunto: ¿qué ideas tiene la gente, la sociedad, sobre la prisión?, ¿Cómo se forman esas ideas? ¿Quién influye para que tengamos unas ideas y no otras? Escuché decir a un hombre de mediana edad, entorno a los cuarenta años, que a los más peligrosos lo mejor era aplicarles la pena de muerte. Es decir, matarlos “por la seguridad y el bien de todos”. Así de fuerte. Me pregunto cuántas personas piensan así. Cuántos cristianos piensan así. No dije nada. Sentí vergüenza y di gracias, en lo más profundo de mí, por vivir en un Estado Social de Derecho, que ha dicho no a la pena de muerte.

Cuando yo era un chaval, el miércoles había mercado en Herrera de Pisuerga. El coche de línea recogía temprano a la gente por los pueblos y, a la hora de comer, los devolvía a su origen. Algunas veces, mi tío traía el “El Caso”. Crímenes y más crímenes, tan espeluznantes como los de ahora. Yo lo leía, hasta que el maestro del pueblo nos dijo que aquel tipo de prensa estaba escrita para ignorantes. Fue así como descubrí que mi tío era un ignorante y que yo fuera perdiendo la afición a aquel tipo de lecturas.

Pero, paradojas de la vida: hoy “El Caso” está en todas las cadenas televisivas y en la Red. En algunas cadenas, prácticamente todas las noticias se reducen a los “sucesos” que, vistos y oídos todos los días, pueden llevar a creer que esa triste realidad es la única que existe en la vida. ¡Qué pena cuando la sociedad ha de elaborar sus opiniones a fuerza de informaciones que sólo buscan el sensacionalismo y el dinero! ¡Qué pena cuando los políticos buscan sumar un número mayor de votos a través de un discurso populista que promete un endurecimiento de las penas privativas de libertad!

Es verdad que hay personas en prisión que son peligrosas, y que han cometido delitos horribles. Personas de las que la sociedad ha de protegerse. La pregunta es: ¿de todas las personas que están en prisión, cuántas son realmente peligrosas? ¿De las 55.000 personas que, aproximadamente, hay en este momento en las cárceles españolas cuántas encajan en el perfil de “persona peligrosa”? ¿3.000? ¿8.000? ¿11.000? ¿Y, el resto? 

En Pastoral Penitenciaria solemos decir que en la prisión hay personas no delitos. El delito ya lo juzgó y condenó un juez. Por muy grande que sea el delito, la persona siempre es infinitamente mayor. A los medios de comunicación les interesan los delitos como mercancía. Pero a cualquier persona humanista y, por descontado, a cualquier cristiano, lo que nos interesa es la persona. Si supiéramos “los por qués” y cómo se ha ido fraguando la historia de cada persona no encasillaríamos a la gente, “no meteríamos todo el mundo en el mismo saco” (generalizar) y pondríamos más resistencia a la manipulación que pretenden de nosotros los medios de comunicación. A propósito, la piscina del Centro Penitenciario La Moraleja, no se utiliza desde hace 9 años.

Fco. Javier García Gutiérrez
Pastoral Penitenciaria

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