domingo, 19 de junio de 2016

VII Aniversario de la Adoración Perpetua en la Diócesis

Todos conocéis la Adoración Eucarística Perpetua (AEP), establecida en Palencia, en las Claras, desde el 19 de junio de 2009, fiesta del Corazón de Jesús aquel año. No se nos olvidará fácilmente a los que participamos en la procesión desde la Catedral encabezados por el Sr. Obispo, que portaba la Custodia, acompañado del Cabildo y otros sacerdotes y muchos, muchos fieles. Era día laborable, pero nos parecía que iniciábamos algo importante y valía la pena dedicar un tiempo a su inauguración. El mismo Obispo, entonces D. José Ignacio Munilla, en una entrevista, así lo reconocía también.

Hoy, siete años después, quiero agradecer primero al Señor, en nombre de todos, la inspiración de esta acción de la Iglesia, que se está extendiendo por distintas diócesis y abriéndose nuevas capillas.

Segundo, es de justicia reconocer la capacidad de sacrificio de tantos cristianos palentinos, mayores y jóvenes, que, semana tras semana, velan,  rezan y adoran al Señor por toda la Iglesia diocesana. Sé que lo hacen con la mayor naturalidad y no necesitan palabras de ánimo. Gracias.

Y tercero, necesitamos que se vayan incorporando más, muchos más: para poder ocupar las horas de los que nos van dejando por enfermedad o fallecimiento y para ser más en cada hora hasta poder abrir, incluso, una capilla nueva de Adoración Perpetua en la ciudad. ¿Quizá en la periferia? Toda mi esperanza en ello.

La Adoración Perpetua es acompañar permanentemente a Jesucristo vivo, presente en el sagrario, hora tras hora, día y noche según nuestras fuerzas y generosidad nos lo permitan, estando en vela junto al Señor. No es una acción de esta o de aquella parroquia, de este o aquel Movimiento, sino de toda la Diócesis.

Quizá alguno piense: ¿No hay otras cosas que hacer en la Iglesia, como predicar, dar catequesis, buscar a los jóvenes, atender a los necesitados...?

Por supuesto, pero esta acción no sustituye a esas otras, sino que las da vida y las fortalece.

Hay, a este propósito, un testimonio elocuentísimo de la Madre Teresa de Calcuta. Alguien la hizo notar que dedicaban mucho tiempo a la oración, ¡con lo que había que hacer con los pobres! Reunida la comunidad para tratar esta observación, decidieron entre todas estar más tiempo con el Señor, porque sólo por Él estaban dedicando su vida a los necesitados y sólo Dios les multiplicaría las fuerzas y serían más eficaces. Y, efectivamente, salieron ganando los pobres.

Recuerdo haber escuchado a un misionero el siguiente relato, del cual había sido él mismo protagonista: Para preparar a los niños a su primera comunión, les había juntado en la capilla de su misión, en plena sabana africana. Ante el tabernáculo, les hablaba con entusiasmo sobre una de las maravillas de nuestra fe: la presencia real de Jesús en la Eucaristía... “¡Dios está aquí! ¡Se ha quedado entre nosotros para que no estemos nunca solos” -les decía a los niños, señalándoles el sagrario-. Aquellos niños escuchaban con viva atención y con honda impresión. Uno de ellos, de los más pequeños, levantaba su mano con insistencia, pidiendo el uso de la palabra para aclarar sus dudas. Llegado su turno, dirigió al misionero una inocente pregunta, que éste no olvidaría en su vida: “Y tú por las noches, ¿te vas a la cama y le dejas a Jesús aquí solo...?”

Quizá el problema de la poca garra de algunas actividades pastorales sea la falta de una meta clara: llevar a los hombres a Dios. ¿A qué Dios? Si antes no hemos tratado bien y mucho a Jesucristo no podemos hablar con garra de Él, ni a niños, ni a jóvenes, ni a mayores. “Sin mí nada podéis hacer”.

El Obispo nos decía, el día de la inauguración, que es el epicentro de la vida diocesana. “No lo dudemos, recalcaba, el punto céntrico de Palencia se ubicará en la Custodia en la que adoremos perpetuamente a Cristo. Todo lo demás girará a su alrededor, como un satélite”.

Respondamos con nuestro sí a aquellas palabras dichas con amarga tristeza en el Getsemaní: “¿no habéis podido velar una hora conmigo?” (Mt 26, 40). 

Mateo Aparicio

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