jueves, 30 de junio de 2016

Las propuetsas de la Jec para este Verano

La JEC ya ha programado su campamento y el encuentro universitario para el mes de julio. Ambos se desarrollarán en San Salvador de Cantamuda. Una oportunidad para disfrutar de la naturaleza, aprender a convivir y profundizar en nuestra opción de Fe.

Del Youcat: ¿Para qué ha creado Dios el mundo?

¿Para qué ha creado Dios el mundo? (48)
«El mundo ha sido creado para gloria de Dios» (Concilio Vaticano II) [293-294, 319].

No hay ninguna otra razón para la Creación más que el amor. En ella se manifiesta la gloria y el honor de Dios. Alabar a Dios no quiere decir por eso aplaudir al Creador. El hombre no es un espectador de la obra de la Creación. Para él, «alabar» a Dios significa, juntamente con toda la Creación, aceptar la propia existencia con agradecimiento.

miércoles, 29 de junio de 2016

Un Libro: Pequeño manual de la esperanza

Pequeño manual de la esperanza
Carlo María Martini
Ed. San Pablo

Recopilación de escritos, alocuciones, meditaciones y homilías del cardenal Carlo Maria Martini que tienen en común la llamada a la esperanza y a la confianza en Dios frente a las circunstancias del tiempo presente. El cardenal Martini habla al corazón de los creyentes y de los no creyentes, recordando que el mismo Jesús insta a no dejarse vencer por el miedo y afianzando la certeza de que Dios vendrá en su ayuda. El libro afronta sin prejuicios los dilemas de la fe cristiana, ensalza el valor de la vida y recuerda que la esperanza es capaz de vencer la fugacidad del tiempo, enseñándonos a vivir «nuestra verdad frente a nosotros mismos».

martes, 28 de junio de 2016

Las “florecillas” de Fray Domingo

En las hagiografías de los santos se mezclan por igual, historia, leyenda, piedad y amor. Es un género literario muy peculiar, el de las “florecillas”. Relatos más o menos verídicos, llenos de amor y devoción, que dejan entrever una realidad profunda, como es la vivencia del seguimiento de Cristo en un grado extraordinario. Una unión con Dios tan profunda y tan singular que hace “florecer” en el santo toda clase de prodigios, avalando así la íntima unión con el Creador. Para esta ocasión he querido espigar algunas que nos relatan los primeros testigos de la canonización del santo burgalés. El P. Vicaire y Leonardo Von Matt:

El predicador: Se daba con tanto ardor a la predicación, dice Guillermo Peyre, abad del Capítulo de Narbonne, que quería anunciar la palabra de Dios de día y noche, en las iglesias y en las casas, por los campos y los caminos, por todas partes, en una palabra, sin querer hablar más que de Dios... No daba tregua a los herejes, y se oponía a ellos por la predicación, la controversia pública y por todos los medios a su alcance; tanto por la palabra, precisa Arnaldo de Crampagna, como por el ejemplo de una vida santa.

La oración: En las persecuciones no se dejaba vencer por el desaliento, caminab, apacible e intrépido, en medio de los peligros, y no se desviaba. Por el contrario, si el sueño le vencía, se echaba en el camino o en los contornos inmediatos y dormía. El B. Otón, añade; Cuando caminaba conmigo y otros compañeros a través de los bosques, solía quedarse atrás. Cuando se iba en busca suya, se le encontraba en oración, de rodillas, sin miedo a los lobos hambrientos que atacaban, sin embargo, a gran número de personas.

Confianza en Dios: Un día, cuenta Pedro de Brunet, el santo había pasado un río en una barca; los barqueros le pidieron el dinero del salario; no tenía nada para pagarles. Insistieron, exigiendo el dinero o una prenda, e incluso echaron la mano sobre él. Fijó los ojos en el suelo, y mostrándoles allí un dinero. “Recibid de la tierra, dice, lo que reclamáis”.

Hombre austero: Atormentado con frecuencia por dolores, dice Guillermina, una de sus hospederas, los circunstantes le ponían en el lecho, y él, al punto, se echaba en tierra, porque no acostumbraba a descansar en cama. Habiéndole preparado muchas veces la cama, confirma Beceda, no se acostaba en ella, sino que a la mañana la encontraba dispuesta según la había dejado cuando yo la hice. Y lo mismo hacía cuando estaba enfermo. También le encontraba con frecuencia durmiendo en el suelo, descubierto. Y como le cubriese, al volver hallábale orando, o de pie o en postración.

Fray Luis Miguel García Palacios, O.P.
Subprior del Convento de San Pablo

lunes, 27 de junio de 2016

Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Su fiesta se celebra el 27 de junio

Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Óleo sobre lienzo, autor anónimo. S. XIX. Museo Diocesano de Palencia.
La devoción a la Virgen del Perpetuo Socorro está ligada a un icono bizantino -del S. X-XI- procedente de la isla griega de Creta. Está pintado sobre madera y nos muestra a la Virgen con su hijo en brazos. Éste observa a unos ángeles que le muestran los símbolos de su futura pasión, mientras se agarra con fuerza y con las manos a la de su madre. Nos recuerda el cuidado que María tiene de su hijo desde su concepción hasta su muerte. Fue propiedad de un rico comerciante cretense que la sustrajo de una iglesia, para que no cayese en manos de los sarracenos. Escondida entre su equipaje, se embarcó rumbo a Italia. Durante la travesía se desató una tempestad y los pasajeros, temiendo por su vida, se encomendaron a Dios y a la Virgen Santísima. La leyenda cuenta que el mar recupero su calma y el pasaje arribó al puerto de Roma sano y salvo. Y todo ello gracias al icono que se encontraba con ellos. El mercader se alojó durante unos días en casa de un gran amigo en Roma, mostrándole el icono y relatándole el milagro obrado, y diciéndole que algún día el mundo entero le rendiría homenaje con el nombre de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.

La imagen fue depositada en la Iglesia de San Mateo, regentada por los agustinos donde estuvio durante más de 300 años, relatándose infinidad de milagros ocurridos gracias a su intercesión. Con la invasión de Roma por Napoleón en 1798, la iglesia fue destruida y el icono fue salvado por los PP. Agustinos que la llevaron consigo a una pequeña capilla sin culto público. En 1855 los Redentoristas compraron unos terrenos cercanos y descubrieron el paradero del icono. Desde el 19 de enero de 1866 ocupa el centro del ábside de la iglesia de San Alfonso María de Ligorio de Roma y su devoción se ha extendido por todo el mundo.

De la imagen original se han realizado multitud de copias en pintura, litografías y grabados, distribuidas por catedrales, parroquias, monasterios y conventos.

En algunas parroquias se siguen haciendo novenas y fiestas dedicadas a esta devoción gracias a las misiones populares que impartían los PP. Redentoristas.

Texto: José Luis Calvo
Fotografía: Antonio Rubio

Oración
Oh Virgen y Madre del Perpetuo Socorro, haz que de la misma manera que tienes en brazos a tu querido Hijo Jesús, nos tengas también a todos nosotros, sobre todo en los momentos del dolor, de la duda o de la tentación para que sintamos tu amor y protección segura.

Un corazón compasivo

El primer día de Mayo, VI Domingo de Pascua, celebrábamos en España el Día del Enfermo, campaña de pastoral de la Salud que había comenzado en la Iglesia Universal el 11 de Febrero, festividad de Nuestra Señora de Lourdes con el lema netamente mariano: “María, icono de la confianza y del acompañamiento”. Este tema pretende hacernos redescubrir la figura de María, en su relación de confianza en el Padre y en su hijo Jesús, bodas de Caná, así como su acción de acompañamiento hacia quien pasa por necesidad, o cuando tiene que enfrentarse personalmente al sufrimiento en su propia vida o acompañando a su hijo camino del Calvario.

María es aquella que confía plenamente en Jesús y nos ayuda a confiar, cuando tenemos dudas o miedos, estamos enfermos o sufrimos por tantas dificultades de la vida. María es una Madre que tiene sus ojos atentos a las necesidades de los demás, un corazón materno lleno de misericordia, unas manos que nos sostienen, como las de Jesús que tocaban a los enfermos y les curaba.

María también es ejemplo de servicio (ella embarazada de Jesús, se pone en camino a servir a Isabel), de intermediadora para que Dios Padre (Encarnación) o su Hijo Jesús (Caná) actúen, y de saber “acompañar” al pie de la cruz (en el sufrimiento y la muerte).

Cada Campaña del Enfermo es, o ha de ser, una nueva oportunidad evangelizadora. Especialmente en tres campos:

La familia: ¡Qué gran papel el suyo! y ¡qué difícil a veces! Debemos reconocer y valorar siempre su entrega, su testimonio, pero también cuidarles pues muchas veces necesitan apoyo, cercanía, escucha y ayuda para vivir de manera más sana, humana y cristiana la enfermedad de su ser querido. Ellos son el rostro diario de la misericordia junto al enfermo. Como dice el Papa en el mensaje de este año: «En la solicitud de María se refleja la ternura de Dios. Y esa misma ternura se hace presente en la vida de muchas personas que se encuentran al lado de los enfermos y saben captar sus necesidades, aún las más imperceptibles, porque miran con ojos llenos de amor. ¡Cuántas veces una madre a la cabecera de su hijo enfermo, o un hijo que se ocupa de su padre anciano, o un nieto que está cerca del abuelo o de la abuela, pone su invocación en las manos de la Virgen!» (Mensaje Jornada Mundial del Enfermo 2016).

Los Agentes de pastoral de la salud (obispos, sacerdotes, laicos, profesionales sanitarios o voluntarios): Se nos dice también en el Mensaje de este año: «En la escena de Caná, además, están los que son llamados los “sirvientes”, que reciben de María esta indicación: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2,5)». Naturalmente el milagro tiene lugar por obra de Cristo; sin embargo, Él quiere servirse de la ayuda humana para realizar el prodigio. También hoy María sigue sirviéndose de nosotros -nuevos siervos- para que le llevemos los enfermos a Jesús y nos convirtamos en intermediarios de su sanación. Cuanto bien hacen los visitadores de enfermos que escuchan con atención, acompañan, alegran y rezan con los enfermos.

Las comunidades: Como nos dice el Papa: «Donde la Iglesia esté presente, allí debe ser evidente la misericordia del Padre. En nuestras parroquias, en las comunidades, en las asociaciones y movimientos, en fin, dondequiera que haya cristianos, cualquiera debería poder encontrar un oasis de misericordia» (Misericordia Vultus,12). Una parroquia que no cuida a sus enfermos es una parroquia enferma. No vale la excusa de que no me avisan, de que no abren la puerta, el buen pastor sale a buscar a la oveja herida y la carga sobre sus hombros. Que testimonio tan compasivo la de aquellos sacerdotes que visitan a sus enfermos incluso cuando están ingresados en el hospital. En nuestras comunidades no podemos jugar al “descarte”, siempre vamos a tener enfermos que visitar y pobres a quien ayudar. Necesitamos educar y educarnos en una mayor sensibilidad ante toda miseria humana, con un corazón compasivo y misericordioso como el Padre.

Juan Cruz Sanzo
Pastoral de la Salud

domingo, 26 de junio de 2016

26 de junio de 2016 XIII Domingo del Tiempo Ordinario

  • Re 19, 16b. 19-21 Eliseo se levantó y marchó tras Elías 
  • Sal 15 Tú, Señor, eres el lote de mi heredad 
  • Gál 5, 1. 13-18 Vuestra vocación es la libertad 
  • Lc 9, 51-62 Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Te seguiré adonde vayas
Llamada y seguimiento
Jesús nos invita a seguirlo por la senda de la renuncia. Seguir a Jesús es mucho más que una euforia de momento; es una exigencia de cada día que no admite rebajas. En la vida cristiana existe una triple exigencia: dejar todo por el Señor, como Eliseo (1 Lect); caminar según el Espíritu (2 Lect) y no mirar atrás, una vez emprendido el camino (Ev).

sábado, 25 de junio de 2016

De la Doctrina Social: Identificar las acciones posibles

Identificar las acciones posibles
[568] El fiel laico está llamado a identificar, en las situaciones políticas concretas, las acciones realmente posibles para poner en práctica los principios y los valores morales propios de la vida social. Ello exige un método de discernimiento, personal y comunitario, articulado en torno a algunos puntos claves: el conocimiento de las situaciones, analizadas con la ayuda de las ciencias sociales y de instrumentos adecuados; la reflexión sistemática sobre la realidad, a la luz del mensaje inmutable del Evangelio y de la enseñanza social de la Iglesia; la individuación de las opciones orientadas a hacer evolucionar en sentido positivo la situación presente. De la profundidad de la escucha y de la interpretación de la realidad derivan las opciones operativas concretas y eficaces; a las que, sin embargo, no se les debe atribuir nunca un valor absoluto, porque ningún problema puede ser resuelto de modo definitivo: «La fe nunca ha pretendido encerrar los contenidos socio-políticos en un esquema rígido, consciente de que la dimensión histórica en la que el hombre vive, impone verificar la presencia de situaciones imperfectas y a menudo rápidamente mutables».

viernes, 24 de junio de 2016

Cambiar el paso

La cosa iba como la seda. Todo en orden y siguiendo el guión establecido. Al minuto. Hasta que llegó el momento de recorrer las naves de la Catedral para saludar y bendecir “de una manera grupal” a los fieles congregados. Y acompañando a D. Manuel tenían que ir D. Carlos Osoro y D. Nicolás Castellanos. Pero nuestro ya Obispo... nos cambió el guión.

Y decidió invitar a acompañarles por las naves de nuestra Seo a todos los presentes que habían sido Obispos palentinos. Y se sumaron a la comitiva D. Ricardo Blázquez, D. Rafael Palmero, D. José Ignacio Munilla y D. Esteban Escudero. Que se miraron sorprendidos y sonrientes, todo hay que decirlo.

Y de repente media Catedral se puso de pie... para saludar a sus pastores. Y ya no volvimos a recuperar ni el guión, ni el tiempo... ni falta que hizo.

En el despacho donde escribimos estas cosas... muchas veces comentamos que “cuánto nos gusta que el Papa Francisco se salte el protocolo y nos cambie el paso”. Porque tenemos previsto el paso previsto... y el Papa nos gira, nos descoloca y nos enfoca. Con una mirada, un gesto, o una palabra nos recoloca en un punto importante. Nuevo. Y luminoso.

Don Manuel “se saltó el protocolo”. Y mucho que se lo agradezco. Y mucho que me gusto este “paseo” en conjunto. Y sé, porque lo sé... que ha sido un gesto agradecido por las 3.500 personas que llenaban la Catedral. Que guardan buen recuerdo de sus pastores y que quieren caminar con Usted.
Además, también el Obispo está para saltarse el guion. Para, retomando el pasado, escribir de una manera nueva. Cambiándonos el paso. Bienvenido D. Manuel. Gracias D. Manuel.

Domingo Pérez

jueves, 23 de junio de 2016

En Cáritas las palabras “No tenemos” no existen

A simple vista puede parecer una nave más dentro de un polígono industrial pero nada más entrar, reconoces retazos de vida en cada uno de los objetos que allí se depositan. Desde una lavadora, una cómoda, kilos de garbanzos o macarrones, aceite, un colchón, una silla de bebé o un dinosaurio que espera que la mano de un niño presione su botón para comenzar a rugir a lo largo del pasillo. Y todo esto lo han entregado personas que creen que con su granito de arena se puede mejorar la vida de otras personas.

Se trata de uno de los programas de Cáritas que más trabajo a diario tiene, desde este almacén se atienden las necesidades de familias y personas que requieren la ayuda de Cáritas.

El lema que siguen en Cáritas, a pesar de no estar escrito en ningún lado, es: “Ser rigurosos en la necesidad y generosos en la atención” y en este almacén este lema se sigue a rajatabla. Las demandas se reciben desde las Cáritas parroquiales o en casos excepcionales, desde la sede central de Cáritas.

Todo lo que se necesita se entrega, es decir, si la necesidad que tiene una familia o una persona es de una lavadora y esta se tiene en el almacén se le hace entrega de ella, pero si por cualquier circunstancia, el almacén no tiene lavadoras se compra una y se le entrega a esa familia. No vale decir que no tenemos existencias, siempre se buscan los recursos oportunos para dar solución a esa necesidad.

En Cáritas las palabras no tenemos no existen, pero eso sí, en ningún caso se quiere alimentar la picaresca, por eso se esfuerzan a diario por ser rigurosos en el análisis de la necesidad.

Darse un paseo por este almacén te ayuda a entender el servicio que las cáritas parroquiales ofrecen a las personas que se encuentran en situación vulnerable. Le pedimos a Marta, que es la joven encargada de este almacén, que nos explique cual es el procedimiento y qué tipo de lote de alimentos se hace entrega a las cáritas parroquiales. Todo es riguroso, cuidamos las fechas de caducidad y estamos pendientes de los productos que no tenemos y hay que adquirir.

El lote general de productos que se hace llegar a las familias se compone de leche, aceite, latas de sardinas, atún y paté, alubias, garbanzos y lentejas, macarrones, sopa y espaguetis, arroz, harina, café, tomate, quesitos, chocolate, cola cao, galletas, cereales, azúcar, melocotón y piña en almíbar y también se entregan productos de limpieza e higiene como champú, gel, friega suelos, lejía, lavavajillas y detergente de lavadora. Si en las familias hay niños pequeños también se hace entrega de una caja de pañales.

Un ejemplo de las huellas que, día tras día, van dejando los hombres y mujeres que colaboran con Cáritas de Palencia para poner en práctica la justicia. Unas huellas que también podemos plasmar los que no estamos en situaciones precarias, no olvidemos que si queremos deshacernos de objetos que están en buenas condiciones, nos cambiamos de casa o nuestros pequeños crecen y ya no utilizan sus juguetes, Cáritas recoge cada uno de estos objetos y se los ofrece a personas que están deseando poder darles una nueva utilidad. ¿Practicamos la justicia?

Natalia Aguado León

miércoles, 22 de junio de 2016

Fiestas en San Bernabé

El pasado sábado 11 de junio se celebró el día grande de las Fiestas en la Residencia de San Bernabé de la capital palentina. El completo programa de actos para celebrar a San Bernabé tuvo su colofón con la Eucaristía, presidida por el Administrador Diocesano y la posterior procesión de la imagen del Santo por el claustro de la Residencia.

La Solidaridad del colegio Corazón de María

Un año más, dentro de la Campaña de Cáritas en el Día de la Caridad, la Comunidad Educativa del Colegio Corazón de María ha llevado a cabo una labor de sensibilización con los alumnos del Colegio haciéndoles ver la necesidad que viven muchas familias y animándoles a donar alimentos no perecederos para entregar a Cáritas Diocesana. Muchos de estos alimentos han sido comprados “sacando dinero de las huchas”.

Sentimientos y convicciones del nuevo Obispo (I)

«TU MISERICORDIA»

Mons. Manuel
Herrero Fernández, OSA
Obispo de Palencia

Estos días que rodean al comienzo de mi servicio episcopal en Palencia los estoy viviendo intensamente y en plenitud. Con mucha alegría por ir a compartir la fe y el camino con los palentinos, pero también con un poco de pena por dejar la tierra cántabra. En medio muchas llamadas, muchas cartas, muchos correos electrónicos, mensajes, algunos viajes cortos. También diversas despedidas de amigos, compañeros, parientes, vecinos, antiguos feligreses, religiosos y religiosas y de los sacerdotes de la Diócesis de Santander, con nuestros querido D. Manuel Sánchez Monge a la cabeza. También, cómo no, he visitado enfermos, ancianos en sus residencias y la cárcel. Y, cómo no, mi encuentro con la Diócesis de Palencia.

Pero, en lo más profundo de mi corazón, anidan siete convicciones y sentimientos que quiero compartir durante dos números de Iglesia en Palencia con vosotros.

l Indignidad. Ante Dios nadie es digno de nada. Él nos hace dignos. Lo decimos cada vez que nos acercamos a la mesa eucarística tomando prestadas las palabras del centurión romano: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo...» (Mt 8, 8), y las de Isabel, la madre de Juan, el Bautista: «¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?» (Lc 1, 43).

Me miro a mí mismo y, humildemente, es decir, andando en verdad, tengo que reconocer lo que soy: una criatura, un hombre, un pecador, una persona limitada, frágil, caduca, mortal, pero un cristiano amado, perdonado, acogido ,guiado, sostenido y acompañado por Dios y su misericordia, por su favor providente. Pero también, reconozco que el amor de Dios ha llegado a mí por mis padres, hermanos, familia, educadores, comunidades parroquiales, personas incluso no creyentes. Soy, y creo que lo podemos decir todos, somos el fruto de trabajo, amores, sudores y alegrías de muchos.

l Gratitud. Estoy convencido de que lo más importante en toda vida e historia humana, también en la mía, lo que le da densidad y peso específico, no es tanto lo que uno ha conseguido con su trabajo, lucha, inteligencia, relaciones, sabiduría e industria, que no hay que despreciar porque también es importante, sino lo que uno ha recibido como don. Pensemos: ¿Quién se ha dado a sí mismo la existencia? ¿No la hemos recibido de Dios a través y por medio del amor de nuestros padres? ¿No hemos recibido como don este mundo, esta sociedad, con sus lacras y heridas, pero también con sus logros y alegrías, y sus posibilidades? ¿No es, acaso, la familia para la mayoría de las personas un don permanente que nos ayuda a ser lo que somos, a crecer y soñar, que siempre está ahí, que nunca abandona, especialmente en situaciones límites de dolor, angustia, paro, necesidad? Y ¡qué decir de la Fe, el Bautismo, el Evangelio y la Iglesia! ¿No es el mayor don, porque nos hablan del amor de Dios y de Dios Amor sobre el que podemos edificar nuestra vida personal y comunitaria como sobre roca firme y mirar confiados, a pesar de todos los pesares, las circunstancias más difíciles, incluso la muerte y más allá de la muerte, la vida eterna? No en vano la oración cumbre de la iglesia es una acción de gracias al Padre, por el Hijo en el Espíritu Santo, realizada desde la alegría, la confianza la unión y el amor agradecido.

Yo deseo y quiero vivir y servir desde la lógica del don, no la del interés propio, que contamina todo.
l Confianza en Dios y en la misión. No llego a Palencia para realizar mi obra, ni mis planes, ni a realizarme yo como persona, sino a colaborar en la misión de Cristo, que es la de la Iglesia, la de la comunidad cristiana y que consiste en evangelizar, es decir, llevar y ofrecer a todos la alegría, la misericordia fiel del Padre que se refleja en el rostro de Cristo.

Recuerdo que una vez un sacerdote venerable y amigo me dijo: “Mira, en ocasiones queremos, después de haber trabajado, sudado, amado y sufrido, recoger y agavillar el fruto y sentirnos satisfechos. Hoy, teniendo en cuenta los tiempos recios que vivimos, debemos sentirnos contentos por poder sembrar la semilla del reino, y hacerlo con alegría y esperanza. Caerán granos en el camino, o entre las piedras, o se los comerán las aves, pero también hay tierra buena, dispuesta a coger la semilla y producir cosecha, pero nada debe quitarnos la paz. Y además, aunque no produzca fruto, siempre podemos mirar, admirar y contemplar la semilla que Dios ha puesto en nuestras manos y confiar pacientemente en su potencia como el grano de mostaza o en la levadura que transforma la masa”. Un cercano viernes oraba la Iglesia con unas palabras del profeta Habacuc: «Aunque la higuera no echa yemas y las viñas no tienen fruto, aunque el olivo olvida su aceituna y los campos no dan cosechas, aunque se acaban las ovejas del redil y no quedan vacas en el establo, yo exultaré con el Señor, me gloriaré en Dios mi salvador. El Señor soberano es mi fuerza; él me da piernas de gacela y me hace caminar por las alturas» (3, 15-19).

Os abro mi corazón y mi alma. Rogad a Dios por mí como yo ruego por vosotros para que juntos gocemos y llevemos la alegría del amor de Dios y el gozo del Evangelio.

martes, 21 de junio de 2016

Fiestas en San Bernabé

El pasado sábado 11 de junio se celebró el día grande de las Fiestas en la Residencia de San Bernabé de la capital palentina. El completo programa de actos para celebrar a San Bernabé tuvo su colofón con la Eucaristía, presidida por el Administrador Diocesano y la posterior procesión de la imagen del Santo por el claustro de la Residencia.

Parroquia de Santa Marina

La comunidad parroquial de Santa Marina ha celebrado las bodas de oro de su vicario parroquial, Eduardo de la Hera y lo ha hecho con una Eucaristía en la que participaron los distintos grupos y familias de la parroquia.

Con los mejores deseos (Carta al señor Obispo)

Querido don Manuel: Con las lámparas encendidas de la ilusión hemos esperado su ordenación de obispo. Nuestras lámparas ciertamente son de barro; pero nuestra ilusión es de oro.

Cuando esta carta se divulgue, usted ya será obispo. Nuestro obispo. Le hemos acompañado en su ordenación y nos disponemos ahora a acompañarle en su misión...

Lo de la “misión” nos toca de cerca a todos. Un obispo no es obispo para gobernar en solitario. En la familia de Jesús, todos (presbíteros, diáconos, religiosos y laicos) somos enviados al mundo. 

Edificamos la Iglesia en tanto en cuanto nos reconocemos comunión fraterna: o sea, corresponsables. Y la construimos en la medida en que nos preparamos cada día para el “envío” o la “salida”, como dice el Papa Francisco. Transcurrido un año del regreso de don Esteban a su diócesis valenciana, aquí hemos continuado trabajando en la viña del Señor. No hemos holgazaneado ni descuidado la parcela encomendada. Usted -como santa Teresa- no duda de que seamos gente de la “mejor masa”, ¿a que no? Nos lo ha dicho como un piropo, pero es verdad.

Y sin embargo, más allá de la necesaria autoestima, hemos de reconocer que, hoy por hoy, no lo tenemos fácil. Vivimos un momento crucial en el que la sociedad española se transforma aceleradamente. Cambian los valores morales, las ideas, las experiencias religiosas. Cambian las opciones políticas. Palencia no es un oasis de excepción. Aunque nuestra gente siga siendo espléndida, aquí también ha llegado la increencia a la cristianía y el negro escepticismo a la ciudadanía.

Así que Dios quiera que, en esta hora, la nueva situación no nos coja con el paso cambiado, mirando a las nubes o haciendo “finos encajes de bolillos”, mientras sopla un viento recio del Norte que nos alerta y avisa...

Usted ya sabe que aquí se sigue trabajado con alegría, aunque necesitamos mucho aliento y empuje. Y también necesitamos proyectos pastorales claros y audaces. Las fuerzas, a veces decaen, y no siempre por culpa del misionero o trabajador de la viña. Usted mismo podrá constatar que, en este año transcurrido sin obispo, en este interregno, la diócesis de Palencia ha continuado su peregrinaje. Hemos sido fieles a nuestros puestos. Como los duros centinelas.

Víctor Hugo, en su espléndida novela “Los miserables”, nos dejó un retrato certero de lo que debe ser un obispo. Refiriéndose a uno de sus personajes de ficción, al que él llama el Obispo Bienvenido, dice: “Era sacerdote, sabio y humano”. Y añade: “Era justo en todo: equitativo, virtuoso, inteligente, humilde y digno...”.

Don Manuel, le deseamos que vaya realizando, poco a poco, aquí entre nosotros, todo lo que, sin duda, habrá ido usted soñando ya en su larga y dilatada andadura como agustino, párroco y vicario en la diócesis hermana de Santander.

Deseamos de corazón que, cuando usted llegue al final de su trayecto como pastor, en esta nuestra diócesis, pueda contemplar, mirando hacia atrás, una Iglesia de nuevo ilusionada y renovada. Con jóvenes vocaciones al ministerio, que buena falta nos hacen. Y es que, como decía el poeta Machado, siempre hay que soñar mucho para poder llegar lejos. Esta es nuestra experiencia itinerante por los duros caminos de Castilla.

Aquí, señor obispo, como los buenos campesinos, seguimos soñando con cosechas abundantes. Aunque -¡qué le vamos a hacer!- a veces vemos caer del cielo tantos y tan negros nublados en forma de tormentas que llegamos a dudar. 

Insisto, necesitamos ser reconocidos, animados y acompañados. No es esta una hora fácil para la Iglesia de Jesús. Tampoco aquí, en Palencia. Sabemos, sin embargo, que la fuerza de Dios siempre se desplegó generosa y abundante en lo débil, frágil y pequeño.
Con los mejores deseos.

Eduardo de la Hera

Del Saludo del ADMINISTRADOR DIOCESANO en la Ceremonia de Ordenación Episcopal e Inicio del Ministerio como Obispo de Palencia de MONS. MANUEL HERRERO FERNÁNDEZ, OSA

D. Manuel, hemos estado trece meses y medio esperándole. Estamos con los brazos abiertos y una gran esperanza en el corazón para juntos seguir caminando como Iglesia, por los senderos del Evangelio. De verdad, es una gran alegría (y un gran descanso) tenerle ya entre nosotros.

Nosotros somos una Iglesia con una larga historia. En el “Museo de Palencia” se expone un fragmento de vidrio decorado con un Crismón rodeado de estrellas. Los arqueólogos lo dataron entre el siglo IV- V. Ya ve, hablamos de familias o quizás comunidades cristianas desde hace más de 1600 años, se dice pronto. Si hago tan sólo esta breve referencia a la historia es para que caigamos en la cuenta de la herencia de fe que nos dejaron nuestros antepasados. Aunque, en realidad, lo que nos debe preocupar y ocupar más a todos es el Presente. Mirar atrás desde la nostalgia nos convierte en estatuas de sal, en cambio, si hacemos memoria viva seremos más sabios, más santos y por tanto más Pueblo de Dios. Son muchos los santos, muchas las personas de fe sencilla y arraigada la que nos han precedido y nos han hecho llegar a este punto: hoy 18 de junio del año 2016, una comunidad congregada palpitante y un nuevo pastor, esperando recibir el Espíritu Santo, el que verdaderamente mueve esta barca de Pedro.

D. Manuel, en la parte central de su escudo, sobre un cielo azul, hay una gran Estrella, María, con el signo de esta imagen, estamos bajo su protección, en su advocación de Nuestra Señora del Brezo, tan querida también en Santander, León, Asturias, y tantos lugares... Y al lado siete estrellas que nos ha dicho que son las siete iglesias del apocalipsis. Nuestra diócesis está formada también por siete arciprestazgos. En definitiva las cartas a las siete iglesias son una llamada a la conversión radical. Cristo se lo ordena, pues es la única manera de vivir la experiencia de la Pascua. Se las invita a transformarnos, a mejorar y a perseverar. El que tenga oídos que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Y por lo tanto, no os preocupéis, también nos lo dice a la iglesia de Palencia, aunque no aparezca como tal.

Estas siete estrellas están colocadas formando la “M” de su inicial. Me gustaría hacer como el Papa Francisco, (con perdón) que suele elegir tres palabras para remarcar los aspectos importantes de sus mensajes. En este momento, aquí y ahora, me gustaría señalar tres con sus iniciales: Manantial, Misión y Misericordia.

El Manantial: Abajo, en nuestra Cripta del Mártir San Antolín, mana el agua fresca que los palentinos, año tras año cada 2 de septiembre, venimos a beber como signo de fe, son aguas bautismales, manantiales de agua fresca, agua que salta hasta la vida eterna. “Yo sé bien la fuente que mana y corre aunque es de noche”, dice el místico. Este es el origen.

La Misión, es no encerrarnos en nuestros grupos y salir por los senderos, golpear las puertas, vocear en las plazas... Quiero que me entendáis, predicar con la palabra y la vida (y no predicarnos a nosotros mismos) más que una necesidad, es nuestro ser de bautizados, testigos del que ha vencido a la muerte y nos llama a la vida eterna. Estos son nuestros caminos.

Y la Misericordia, que es la esencia del Dios en quien creemos: “Por la entrañable misericordia de nuestro Dios” de aquí nace nuestra historia. La misericordia es la mirada que pone en tela de juicio nuestras preferencias y nuestra vida de fe, tantas veces convertida en mera religiosidad, y nos acerca con atracción de samaritano a los demás, esta es nuestra meta. 

Querido D. Manuel, como usted dice, “codo con codo”, cuente con nosotros. La tarea nunca ha sido fácil, como lo sabe bien cualquiera que desee comprometerse, pero le necesitamos y usted nos necesita. 

¡Está en su casa. Bienvenido!

Antonio Gómez Cantero

Con nuestro Obispo Manuel

«Confirma en la fe y en la caridad a tu Iglesia, peregrina en la tierra: a tu servidor, el Papa Francisco, a mi hermano Manuel, Obispo de esta Iglesia de Palencia, a mí, indigno siervo tuyo, al orden episcopal, a los presbíteros y diáconos, y a todo el pueblo redimido por ti. Atiende los deseos y súplicas de esta familia que has congregado en tu presencia».

El pasado 18 de junio, en una bella ceremonia presidida por el Nuncio Apostólico de Su Santidad en España, Mons. Renzo Fratini, y concelebrada por una treintena de Arzobispos y Obispos y varios centenares de sacerdotes... la S.I. Catedral y los miles de fieles allí reunidos fueron testigo de la Ordenación Episcopal e Inicio del Ministerio como Obispo de Palencia de Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA.

Comienza un nuevo tiempo en nuestra Iglesia diocesana que viene con un anhelo profrundo en nuestro nuevo Obispo: «Que lo que hagamos, sea lo que sea, orando juntos, unos por otros, vosotros por mí y yo por vosotros, “porque si el Señor no construye la casa en vano se cansan los albañiles” (Sal 127), porque sin Él no podemos hacer nada y Él nos lo da todo. Para Él nada es imposible. Que nos conceda su Santo Espíritu para “permanecer en Él, perseverar en su amor, vivir de su vida y ser conducidos por su mano”. Pedid al Señor que no me apaciente a mí mismo y no busque mis intereses, sino los de Jesucristo (Cfr. Fil 2, 21; S. Agustín, Sermón 46)».


Mensaje de Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA Ordenación Episcopal e Inicio del Ministerio como Obispo de Palencia S.I. Catedral Palencia 18 de junio de 2016

Vosotros conmigo y yo con vosotros, todos condiscípulos en la escuela del único Maestro, unidos desde la diversidad reconciliada, manteniendo la unidad en la diversidad, la unidad que se conjuga con la pluralidad en una sinfonía bella, armoniosa y perfecta, «amando a esta Iglesia, estando en esta Iglesia, siendo esta Iglesia», trabajando por el Reino de Dios aquí.

Queridos palentinos, cántabros, agustinos, hermanos y amigos todos:

Mi intervención va tener cinco puntos: un saludo, una acción de gracias, una confidencia, una confesión de mi actitud y la manifestación de un deseo profundo. Perdonad si me alargo mucho y si me salen los nervios.

Saludo

Antes de nada, mi saludo en el Señor, el rostro misericordioso del Padre, a todos y cada uno de vosotros, especialmente a los palentinos, hermanos míos, a quienes ya quiero, y que sois mi alegría y mi corona (Cfr. Fil 4, 1), mi esperanza y mi gloria ante Jesucristo.
Acción de gracias

No sería yo mismo ni sincero con vosotros si no comenzara por dar gracias a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, a los presentes y ausentes.

Juntos hemos escuchado la Palabra de Dios, juntos hemos celebrado la Eucaristía, misterio de la bondad infinita de Dios, de su misericordia y fidelidad, fuente, centro y culmen de la vida cristiana; juntos hemos adorado, bendecido, glorificado a Dios, principio, guía y meta del universo. En ella he dado gracias a Dios Padre por Jesucristo en el Espíritu Santo por todo y por todos, hemos comulgado con Jesucristo, pan de vida, y con los hermanos, y he pedido por esta porción del Pueblo de Dios que se me confía para la que apaciente con la colaboración del presbiterio, no tanto para presidir como para pro-existir, la reúna en el Espíritu Santo por medio del Evangelio, la Eucaristía y la caridad en todas sus dimensiones, y que constituye la Iglesia particular de Palencia.
 
Gracias a la Iglesia del cielo, con Santa María, la Madre de Dios y nuestra Madre, siempre presente en mi vida, los santos y los difuntos.
 
Gracias a la Iglesia Católica, nuestra madre, que preside en la comunión de la fe, la esperanza y la caridad el Papa Francisco; gracias a las Iglesias en Santander, Palencia, Burgos, Valladolid, y Madrid, Iglesias en las que he compartido con alegría la luz de la fe y el ministerio ordenado a lo largo de mi vida.
 
Gracias, Sr. Nuncio, por haber aceptado mi invitación a ordenarme, por su amabilidad y atenciones. Le ruego transmita al Papa mi gratitud, mi oración, mi obediencia, mi comunión y mi deseo de intentar ser un pastor como quiere y pide, con fortaleza y valentía para estar en las periferias geográficas y existenciales.
 
Gracias Sr. Cardenal Presidente de la CEE, Sres. Cardenales, Arzobispos y Obispos y Sr. Secretario de la Conferencia Episcopal Española. Agradezco su presencia, expresión de la comunión entre las Iglesias y con esta Iglesia particular de Palencia. Un saludo al Sr. Arzobispo de Burgos, D. Fidel Herráez y a los Obispos de la Provincia Eclesiástica de Burgos y de la Región del Duero. Un saludo particular a los Obispos que han regido esta Diócesis: D. Nicolás Castellanos, D. Ricardo Blázquez, D. Rafael Palmero, D. José Ignacio Munilla, y D. Esteban Escudero. Un saludo cordial a los Obispos de la Provincia Eclesiástica de Oviedo que siempre me han acogido fraternalmente.
 
Un saludo particular, profundamente agradecido, a los Obispos de Santander con los que he colaborado y que tanto me han ayudado y enseñado como buenos padres, maestros, amigos y hermanos. Gracias, D. José Vilaplana Blasco, Obispo de Huelva; gracias, D. Carlos Osoro Sierra, Arzobispo de Madrid; gracias, D. Vicente Jiménez Zamora, Arzobispo de Zaragoza, y gracias, D. Manuel Sánchez Monge, actual Obispo de Santander e hijo de esta Iglesia de Palencia. Tengo que tener también un recuerdo agradecido ante el Señor de D. Juan Antonio del Val Gallo, Obispo de Santander, ya difunto, que fue siempre para mi padre, hermano y amigo, y al sacerdote D. José Luis López Ricondo, igualmente padre, hermano y amigo.
 
Un fraterno saludo a los Obispos hijos de esta Iglesia: D. Javier Del Río, Obispo de Tarija, en Bolivia; D. Gerardo Melgar, Obispo de Ciudad Real; y a D. Luis Javier Argüello, Obispo Auxiliar del Arzobispo de Valladolid.
 
Gracias a la Orden de San Agustín, representada por el P. General y los muchos hermanos y hermanas presentes, algunos obispos de otras iglesias; gracias especialmente para mis hermanos de comunidad de Santander. Tomando prestada una palabra de San Agustín tengo que decir en verdad: soy el fruto de vuestros sudores, amores y trabajo.
 
Gracias a los que habéis venido de otras diócesis, de Madrid, Oviedo, y León; gracias antiguos feligreses de las parroquias de Ntra. Sra. de la Esperanza y Santa Ana, de Moratalaz, San Manuel y San Benito y de los Colegios Ntra. Sra. del Buen Consejo y San Agustín, de Madrid, y a todos hermanos y amigos que habéis venido de fuera y que siempre me habéis acompañado con vuestra comprensión y cercanía.
 
Gracias a mis compañeros, formadores y profesores agustinos de Palencia, La Vid, Valladolid, Los Negrales (Madrid), y San Lorenzo de El Escorial, y a los maestros, profesores y compañeros de la escuela de Serdio, mi pueblo, y de las Universidades Pontificias de Comillas y Salamanca en las que cursé los estudios.
 
Gracias a los miembros de vida consagrada, en especial a las Hermanas Mercedarias de la Caridad de Madrid y del Barrio Pesquero de Santander, y a las Hermanas Carmelitas Descalzas de Torrelavega que tanto me han ayudado con su oración y amistad.
 
Gracias a mi familia, a mis hermanos Paco y Toña, a mis sobrinos: Toñi y Jose, José Manuel y Almudena, Belén y Pedro y sobrinas nietas; a D. Florentino Hoyos, párroco de Llanes, Asturias, y a todos los primos y demás parientes. Mi gratitud y oración se dirige a mis padres, Manuel y Perfecta, y mi cuñado, Alfonso Quesada, ya difuntos; de todos ellos sólo he recibido amor, ejemplo, comprensión y ayuda.
 
Gracias a los vecinos de Serdio y Estrada, mi parroquia y pueblo de nacimiento, donde nací a la vida y la fe de la iglesia, y a todos los que habéis venido de la zona de San Vicente de la Barquera, con los PP. Claretianos a la cabeza; gracias a los que habéis venido de Cantabria y del valle de Mena, Burgos, sacerdotes, religiosos, seminaristas del Seminario de Monte Corbán, laicos y laicas, de la Diócesis, y en particular de las parroquias de San Agustín del Sardinero y de Ntra. Sra. del Carmen, del Barrio Pesquero, de los Colegios San Agustín, Miguel Bravo-A.A. de la Salle y Guardería Infantil Marqués de Valtierra. Un recuerdo lleno de reconocimiento y gratitud para el sacerdote que me bautizó, D. Isidro Mardones, y para el que me llevó al Seminario de agustinos, D. Santos Fernández. Un saludo agradecido al alcalde de Val de San Vicente, al alcalde de Santander y demás autoridades de Cantabria que se habéis desplazado hasta aquí para acompañarme.
 
Mi gratitud se extiende a las autoridades locales, provinciales y regionales presentes con mi deseo de una sana colaboración, al servicio del bien común, el bien de nuestro pueblo, de todos y de cada uno, especialmente de los niños, enfermos, ancianos, excluidos, descartados y los jóvenes que tienen que emigrar de nuestra tierra por no encontrar trabajo. Juntos tenemos que afrontar los problemas del mundo rural y del desempleo.
 
Mi saludo agradecido a los trabajadores de los Medios de Comunicación Social, especialmente a los de Popular Televisión Cantabria a quienes aprecio y tengo en gran estima.
 
Y gracias a todos vosotros, mis hermanos de Palencia, sacerdotes, diácono permanente, consagrados, y laicos, por vuestra acogida llena de cariño. Mi gratitud especial a D. Antonio Gómez Cantero, Administrador Diocesano, al Colegio de Consultores, al Presidente y Cabildo de la Catedral, al diácono permanente, los lectores, acólitos, organista, director del canto, a todos los que de una manera u otra habéis colaborado en esta hermosa celebración.

Una confidencia y un pálpito

Después de haber presidido la Eucaristía, misterio de piedad, signo de unidad y vínculo de caridad (Cfr. San Agustín, Tratado del Evangelio de San Juan, 26, 13) como obispo de Palencia, permitidme una confidencia. El día 4 de abril, estando en el funeral de un sacerdote, D. Carlos Guerra, en Torrelavega, me llegó una llamada perdida al móvil. Al llegar al Obispado, la vi, era de la Nunciatura, y llamé. Me pusieron con D. Santiago de Wit Guzmán (1º Consejero de la Nunciatura Apostólica), que me dijo si podía ir al día siguiente. Arreglé algunas cosas, saqué billete para el tren.
 
Aquella noche dormí mal. Daba vueltas: ¿Qué desearán? ¿Me pedirán Información sobre algo? Había oído rumores y me preguntaba: ¿Me van a nombrar obispo? Solo la posibilidad de ser obispo me asusta. Yo ya tengo mi edad, soy débil, pecador, tímido y tembloroso, (Cf. 1 Cor 2, 3) toda la vida he sido marinero y ¿me van a pedir que asuma el timón del barco? ¿Aceptaré? ¿Acertaré? En ese mar de dudas y zozobra, vinieron en mi ayuda dos recuerdos: las palabras de la Liturgia del día 4, solemnidad este año de la Anunciación del Señor. En la segunda lectura de la Eucaristía, el Hijo de Dios, al entrar en este mundo, decía: «No quisiste sacrificios ni ofrendas...; entonces yo dije: He aquí que vengo para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad» (Hb 10, 6-7). Y en el Evangelio escuchábamos de labios de Santa María, la Virgen: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38). Y para abundancia, me venía el ejemplo y la palabra de San Agustín. En una carta a Eudoxio y los monjes de la Isla Cabrera, que dice así: «Obedeced a Dios con humilde corazón, llevando con mansedumbre a quien os gobierna. El que dirige a los mansos en el juicio, enseñará a los humildes sus caminos. Y si la madre Iglesia reclama vuestro concurso, no os lancéis a trabajar con orgullo ávido ni huyáis del trabajo por torpe desidia. Obedeced a Dios con humilde corazón... No antepongáis vuestra contemplación a las necesidades de la iglesia, pues si no hubiese buenos ministros que se determinan a asistirla cuando ella da a luz, no hubieseis encontrado modo de nacer» (Carta 18, 2). Remarco: Obedecer a Dios con humilde corazón y responder a las necesidades de la Madre Iglesia.
 
Estos planteamientos me tuvieron casi toda la noche sin dormir, pero al fin, consciente de mi miseria, con temor y temblor, pero confiado en «Tu misericordia», Señor, me decidí a aceptar por amor lo que me pidiesen. Si Cristo me amó y se entregó por mí, ¿cómo no me voy a entregar al Señor, nuestra cabeza, y a vosotros, sus miembros, que juntos formamos el Cristo total?
 
Cuando Mons. Santiago de Wit me comunicó el 5 de abril que el Papa Francisco me proponía ser obispo de Palencia, mi corazón dio un pálpito grande por vosotros, los palentinos. Me inicié en la experiencia humana, cristiana y vocacional, precisamente aquí, en Palencia, en el Seminario Menor de los Agustinos; me ordenó presbítero el Obispo de Palencia, D. Anastasio, y aquí me estrené como sacerdote en el Seminarios de los Agustinos y colaborando en algunas comunidades parroquiales y religiosas. Desde entonces, Palencia tiene resonancias emotivas en mí; he seguido de cerca los esfuerzos por aplicar el Concilio Vaticano II, que ha tenido una de sus grandes manifestaciones teológicas y pastorales en la celebración del Sínodo Diocesano de 1988 y notables realizaciones en distintos campos de la misión y, en particular, en la pastoral rural.

Mi actitud y deseo compartido de dejarnos evangelizar y evangelizar con todo el Pueblo de Dios, sacerdotes, consagrados y laicos en el servicio pastoral

Estas palabras de San Agustín, que he citado, contando con la misericordia de Dios y la vuestra y vuestra oración, me señalan desde qué actitud he de servir y lo que tengo hacer: Asistir con vosotros a esta Iglesia en el parto santo de engendrar hijos. El Obispo no es la Iglesia; la Iglesia es más que el Obispo, y vengo a ayudar en la generación, parto, crecimiento y formación de sus hijos, («hasta que Cristo se forme en vosotros», decía San Pablo en Gal 4, 19), hacer hombres nuevos y mujeres nuevas que sean sal, levadura y luz para una nueva sociedad y humanidad, porque no habrá civilización nueva, la del amor, sin hombres y mujeres nuevos con la novedad de Cristo. Dicho de otra manera: EVANGELIZAR, es decir, vivir la dulce y confortadora alegría de llevar el gozo del Evangelio, que es llevar la alegría del amor de Dios manifestada en Cristo y comunicada por el Espíritu Santo. Eso es lo que nos pide el Concilio Vaticano II y nos han enseñado San Juan XXIII, el Beato Pablo VI, Juan Pablo I, San Juan Pablo II, Benedicto XVI y hoy el papa Francisco.
 
Esto nos exige mirar al hoy, pero no con lamentos, añoranzas de tiempos pasados y condenas, sino haciendo una lectura creyente de la realidad y de los signos de los tiempos. Hay dificultades, -¡y cuándo no!-, porque hay muchas más y nuevas oportunidades. Tenemos que hacernos muchas preguntas: ¿Qué caminos nos muestra y abre el Espíritu Santo para encontrarnos con las personas de la nueva cultura? ¿Qué relación quiere que establezcamos con los que han abandonado la Iglesia, o la fe? ¿En qué tenemos que convertirnos, transformar nuestra manera de pensar? ¿Cómo anunciar, denunciar, renunciar, celebrar, vivir fraternalmente el Evangelio y orar hoy, en este mundo y en esta sociedad actual?
 
¿Cómo llevarlo a la práctica? ¿Cómo acompañar, discernir, integrar la fragilidad con misericordia pastoral? (Cfr. AL, 291 ss) Quisiera hacerlo todo con vosotros, todos juntos, y yo como siervo de todos, siervo de Cristo y obispo servidor de la Palabra y los Sacramentos, no tanto presidiendo como pro-existiendo y sirviendo, en sinodalidad, en familia.
 
¿Qué dificultades y necesidades, tareas y problemas tiene hoy nuestra Iglesia de Palencia? ¿Qué calidad tienen nuestras comunidades cristianas como casas y escuelas de comunión? ¿Somos los cristianos personas enamoradas de Jesucristo con quien nos hemos encontrado, o hemos reducido nuestra fe a ideologías y formas de comportamiento? ¿La realidad de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada nos interroga, preocupa y ocupa? ¿Qué malestares existen entre nosotros los sacerdotes, consagrados y laicos y por qué? ¿Qué conciencia tenemos de la urgencia misionera aquí? Y después juntos haremos un diagnóstico de los gozos, alegrías, dolores, tristezas, esperanzas, fortalezas y oportunidades de nuestro pueblo y de nuestra Iglesia y juntos intentaremos buscar salidas. Yo como obispo- siervo y cada uno de vosotros con vuestros carismas.
 
Con San Agustín os digo: «¿Qué pretendo, qué anhelo, por qué hablo, por qué me siento aquí, por qué vivo? Hago todo esto con la única intención de que vivamos juntos en Cristo. Esta es toda mi ambición, mi gozo, mi honor, toda mi herencia y toda mi gloria... Yo no quiero salvarme sin vosotros» (Sermón 17, 2). Vosotros conmigo y yo con vosotros, todos condiscípulos en la escuela del único Maestro, unidos desde la diversidad reconciliada, manteniendo la unidad en la diversidad, la unidad que se conjuga con la pluralidad en una sinfonía bella, armoniosa y perfecta, «amando a esta Iglesia, estando en esta Iglesia, siendo esta Iglesia» (San Agustín, Sermón 138, 10), trabajando por el Reino de Dios aquí.
 
¿Y cómo hacerlo concretamente? Canta y camina, nos invita San Agustín en el Sermón 256.
Canta: Cantar es propio del que ama. Y os invito a vivir así; es decir, desde el amor enamorado, hambriento y sediento a Cristo y a los hermanos, a todos, especialmente a los más empobrecidos, vulnerables y necesitados. Un amor que canta con alegría y gozo, «el gozo de Cristo, en Cristo, con Cristo, tras Cristo, a través de Cristo, en razón de Cristo» (San Agustín, De Santa Virginidad, 27), y sabiendo que ésta, la alegría, siempre es alegría crucificada y resucitada, don del Espíritu Santo.
 
Y camina: Caminando y haciendo camino como discípulos misioneros de Cristo, Camino, Verdad y Vida, con misericordia y ternura pastoral; no estancados, no parados, aunque corramos el riesgo de mancharnos con el barro del camino (Cfr. EG, 45), sino en continua y renovada conversión y creatividad pastoral. Como paradigma y ejemplo, fijaremos los ojos del corazón en el Buen Pastor, el Buen Samaritano, en las parábolas de la Misericordia, en Jesús que recibe de noche a Nicodemo, que cansado del camino, pide agua y dialoga junto al manantial con la Samaritana, que se hace peregrino y compañero con los de Emaús, saliendo al encuentro de nuestros hermanos e integrando a todos, respetando la libertad de todos, sin marginar ni excluir a nadie, y ofreciendo lo que tenemos, la luz de Jesucristo, el único que esclarece el misterio del hombre (Cfr. GS, 22): «quien quiere vivir, tiene dónde vivir, tiene de qué vivir» (Trac. In Jn, 126,13). Como San Pedro y San Juan podemos decir: «No tengo oro ni plata, lo que tengo te lo doy: en nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda» (Hch 3, 6).
 
Quiero unirme al paso de esta Iglesia continuando el camino ya realizado a lo largo de la historia antigua, en la que hay grandes realizaciones de fe manifestada en cultura y santidad, como las del Hno. Rafael y el Beato Manuel González, obispo de los sagrarios abandonados y de los pobres, que pronto será canonizado; una historia cercana que arranca en el Concilio Vaticano II y ha cuajado en un Sínodo, asambleas y encuentros diocesanos. Reconozco que el Espíritu Santo ha estado grande y ha enriquecido y enriquece a esta Iglesia con multitud de carismas. Deseo que todos avancemos teniendo un solo corazón y una sola alma hacia Dios, escuchando dócilmente lo que el Espíritu diga a nuestra Iglesia (Cfr. Ap 2, 7, 11, 17, 29; 3, 6, 13, 22).
 
Quiero unirme a todos para escribir con nuestra fe, esperanza y caridad, una página y una etapa nueva, sin miedo a equivocarse, porque lo hacemos por amor, y de esta raíz no puede nacer sino el bien («Ama y haz lo que quieras»; Cfr. S Agustín, Homilía I Jn VII, 8); escribir juntos una página de esta Iglesia que no es aduana, sino casa paterna donde hay un lugar para cada uno con su vida a cuestas (Cfr. AL 310), donde nos ayudamos y compartimos corresponsablemente las alegrías y penas, trabajos y esperanzas; una Iglesia que sale de sí misma a las periferias para estar como un hospital de campaña a la intemperie, al lado de los heridos de la vida, para reivindicar con obras y palabras la dignidad de toda persona, que es un hijo o una hija de Dios, la realidad más grande e importante por encima de todas las demás realidades. Quiero caminar con vosotros, en medio de vosotros y detrás de vosotros con olor a oveja, como dice el papa Francisco, y con la esperanza confiada en Dios, y en vosotros, «gente de buena masa» (Santa Teresa de Jesús). Si no lo hiciera, corregidme fraternamente, por favor. Y concededme ya por adelantado vuestro perdón por mis pecados y fragilidad que, sin duda las tengo y los tendré. Al emprender nuestro camino juntos me animo a mí mismo con aquellas palabras de San Agustín: «Si lo que soy para vosotros me asusta, me consuela y tranquiliza lo que soy con vosotros, porque para vosotros soy obispo, pero con vosotros soy cristiano» (Sermón 340 y 46, 2).

Un anhelo profundo
Que lo que hagamos, sea lo que sea, orando juntos, unos por otros, vosotros por mí y yo por vosotros, «porque si el Señor no construye la casa en vano se cansan los albañiles» (Sal 127), porque sin Él no podemos hacer nada y Él nos lo da todo. Para Él nada es imposible. Que nos conceda su Santo Espíritu para «permanecer en Él, perseverar en su amor, vivir de su vida y ser conducidos por su mano» (oración después de la comunión de la misa 5ª de varios mártires). Pedid al Señor que no me apaciente a mí mismo y no busque mis intereses, sino los de Jesucristo (Cfr. Fil 2, 21; San Agustín, Sermón 46).
 
Que Santa María, la Madre de Dios y nuestra, estrella de la Evangelización, la estrella de la mar, a quien en Palencia llamamos Virgen de la Calle, e invocada en tantas hermosas y entrañables advocaciones en esta Iglesia Diocesana; que San José, patrono de la Iglesia universal, San Agustín, San Antolín, nuestro patrono, San Rafael Arnaiz y el Beato Manuel González y todos los santos y beatos palentinos y agustinos nos acompañen con su ejemplo e intercesión siempre en esta nueva etapa del camino que emprendemos bajo el signo de la fidelidad, la entrega, el servicio, la creatividad y la disponibilidad generosa.
 
Muchas gracias a todos y que la gracia del Señor Jesús esté con todos. En el nombre del Señor empecemos a caminar juntos con esperanza y alegría.


lunes, 20 de junio de 2016

Mons. Luis Argüello, Obispo Auxiliar de Valladolid

El 3 de junio fue ordenado obispo auxiliar de la archidiócesis de Valladolid, D. Luis Argüello. Nuestra sincera enhorabuena y deseos para un ministerio fecundo.

Fiestas en la Casa Sacerdotal

La Casa Sacerdotal celebró el pasado mes de mayo sus fiestas patronales con diversas actividades, charlas, juegos de mesa y concluyeron con la Eucaristía presidida por el administrador diocesano. 

Estos días la Casa Sacerdotal cobra protagonismo al ser el lugar elegido para residir de nuestro nuevo Obispo.

domingo, 19 de junio de 2016

VII Aniversario de la Adoración Perpetua en la Diócesis

Todos conocéis la Adoración Eucarística Perpetua (AEP), establecida en Palencia, en las Claras, desde el 19 de junio de 2009, fiesta del Corazón de Jesús aquel año. No se nos olvidará fácilmente a los que participamos en la procesión desde la Catedral encabezados por el Sr. Obispo, que portaba la Custodia, acompañado del Cabildo y otros sacerdotes y muchos, muchos fieles. Era día laborable, pero nos parecía que iniciábamos algo importante y valía la pena dedicar un tiempo a su inauguración. El mismo Obispo, entonces D. José Ignacio Munilla, en una entrevista, así lo reconocía también.

Hoy, siete años después, quiero agradecer primero al Señor, en nombre de todos, la inspiración de esta acción de la Iglesia, que se está extendiendo por distintas diócesis y abriéndose nuevas capillas.

Segundo, es de justicia reconocer la capacidad de sacrificio de tantos cristianos palentinos, mayores y jóvenes, que, semana tras semana, velan,  rezan y adoran al Señor por toda la Iglesia diocesana. Sé que lo hacen con la mayor naturalidad y no necesitan palabras de ánimo. Gracias.

Y tercero, necesitamos que se vayan incorporando más, muchos más: para poder ocupar las horas de los que nos van dejando por enfermedad o fallecimiento y para ser más en cada hora hasta poder abrir, incluso, una capilla nueva de Adoración Perpetua en la ciudad. ¿Quizá en la periferia? Toda mi esperanza en ello.

La Adoración Perpetua es acompañar permanentemente a Jesucristo vivo, presente en el sagrario, hora tras hora, día y noche según nuestras fuerzas y generosidad nos lo permitan, estando en vela junto al Señor. No es una acción de esta o de aquella parroquia, de este o aquel Movimiento, sino de toda la Diócesis.

Quizá alguno piense: ¿No hay otras cosas que hacer en la Iglesia, como predicar, dar catequesis, buscar a los jóvenes, atender a los necesitados...?

Por supuesto, pero esta acción no sustituye a esas otras, sino que las da vida y las fortalece.

Hay, a este propósito, un testimonio elocuentísimo de la Madre Teresa de Calcuta. Alguien la hizo notar que dedicaban mucho tiempo a la oración, ¡con lo que había que hacer con los pobres! Reunida la comunidad para tratar esta observación, decidieron entre todas estar más tiempo con el Señor, porque sólo por Él estaban dedicando su vida a los necesitados y sólo Dios les multiplicaría las fuerzas y serían más eficaces. Y, efectivamente, salieron ganando los pobres.

Recuerdo haber escuchado a un misionero el siguiente relato, del cual había sido él mismo protagonista: Para preparar a los niños a su primera comunión, les había juntado en la capilla de su misión, en plena sabana africana. Ante el tabernáculo, les hablaba con entusiasmo sobre una de las maravillas de nuestra fe: la presencia real de Jesús en la Eucaristía... “¡Dios está aquí! ¡Se ha quedado entre nosotros para que no estemos nunca solos” -les decía a los niños, señalándoles el sagrario-. Aquellos niños escuchaban con viva atención y con honda impresión. Uno de ellos, de los más pequeños, levantaba su mano con insistencia, pidiendo el uso de la palabra para aclarar sus dudas. Llegado su turno, dirigió al misionero una inocente pregunta, que éste no olvidaría en su vida: “Y tú por las noches, ¿te vas a la cama y le dejas a Jesús aquí solo...?”

Quizá el problema de la poca garra de algunas actividades pastorales sea la falta de una meta clara: llevar a los hombres a Dios. ¿A qué Dios? Si antes no hemos tratado bien y mucho a Jesucristo no podemos hablar con garra de Él, ni a niños, ni a jóvenes, ni a mayores. “Sin mí nada podéis hacer”.

El Obispo nos decía, el día de la inauguración, que es el epicentro de la vida diocesana. “No lo dudemos, recalcaba, el punto céntrico de Palencia se ubicará en la Custodia en la que adoremos perpetuamente a Cristo. Todo lo demás girará a su alrededor, como un satélite”.

Respondamos con nuestro sí a aquellas palabras dichas con amarga tristeza en el Getsemaní: “¿no habéis podido velar una hora conmigo?” (Mt 26, 40). 

Mateo Aparicio

sábado, 18 de junio de 2016

Alocución de Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA

Alocución de MONS. MANUEL HERRERO FERNÁNDEZ, OSA en la Ceremonia de Ordenación Episcopal e Inicio del Ministerio como Obispo de Palencia

Catedral de Palencia, 18 de junio de 2016

---------------------------------------

Queridos palentinos, cántabros, agustinos, hermanos y amigos todos:

Mi intervención va tener cinco puntos: un saludo, una acción de gracias, una confidencia, una confesión de mi actitud y la manifestación de un deseo profundo. Perdonad si me alargo mucho y si me salen los nervios.

1. SALUDO

Antes de nada, mi saludo en el Señor, el rostro misericordioso del Padre, a todos y cada uno de vosotros, especialmente a los palentinos, hermanos míos, a quienes ya quiero, y que sois mi alegría y mi corona (Cfr. Fil, 4, 1), mi esperanza y mi gloria ante Jesucristo.

2. ACCCIÓN DE GRACIAS

No sería yo mismo ni sincero con vosotros si no comenzara por dar gracias a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, a los presentes y ausentes.

Juntos hemos escuchado la Palabra de Dios, juntos hemos celebrado la Eucaristía, misterio de la bondad infinita de Dios, de su misericordia y fidelidad, fuente, centro y culmen de la vida cristiana; juntos hemos adorado, bendecido, glorificado a Dios, principio, guía y meta del universo. En ella he dado gracias a Dios Padre por Jesucristo en el Espíritu Santo por todo y por todos, hemos comulgado con Jesucristo, pan de vida, y con los hermanos, y he pedido por esta porción del Pueblo de Dios que se me confía para la que apaciente con la colaboración del presbiterio, no tanto para presidir como para pro-existir, la reúna en el Espíritu Santo por medio del Evangelio, la Eucaristía y la caridad en todas sus dimensiones, y que constituye la Iglesia particular de Palencia.

Gracias a la Iglesia del cielo, con Santa María, la Madre de Dios y nuestra Madre, siempre presente en mi vida, los santos y los difuntos.

Gracias a la Iglesia Católica, nuestra madre, que preside en la comunión de la fe, la esperanza y la caridad el Papa Francisco; gracias a las Iglesias en Santander, Palencia, Burgos, Valladolid, y Madrid, Iglesias en las que he compartido con alegría la luz de la fe y el ministerio ordenado a lo largo de mi vida.

Gracias, Sr. Nuncio, por haber aceptado mi invitación a ordenarme, por su amabilidad y atenciones. Le ruego transmita al Papa mi gratitud, mi oración, mi obediencia, mi comunión y mi deseo de intentar ser un pastor como quiere y pide, con fortaleza y valentía para estar en las periferias geográficas y existenciales.

Gracias Sr. Cardenal Presidente de la CEE, Sres. Cardenales, Arzobispos y Obispos y Sr. Secretario de la Conferencia Episcopal Española. Agradezco su presencia, expresión de la comunión entre las Iglesias y con esta Iglesia particular de Palencia. Un saludo al Sr. Arzobispo de Burgos, D. Fidel Herráez y a los Obispos de la Provincia Eclesiástica de Burgos y de la Región del Duero. Un saludo particular a los Obispos que han regido esta Diócesis: D. Nicolás Castellanos, D. Ricardo Blázquez, D. Rafael Palmero, D. José Ignacio Munilla, y D. Esteban Escudero. Un saludo cordial a los Obispos de la Provincia Eclesiástica de Oviedo que siempre me han acogido fraternalmente.

Un saludo particular, profundamente agradecido, a los Obispos de Santander con los que he colaborado y que tanto me han ayudado y enseñado como buenos padres, maestros, amigos y hermanos. Gracias, D. José Vilaplana Blasco, Obispo de Huelva; gracias, D. Carlos Osoro Sierra, Arzobispo de Madrid; gracias, D. Vicente Jiménez Zamora, Arzobispo de Zaragoza, y gracias, D. Manuel Sánchez Monge, actual Obispo de Santander e hijo de esta Iglesia de Palencia. Tengo que tener también un recuerdo agradecido ante el Señor de D. Juan Antonio del Val Gallo, Obispo de Santander, ya difunto, que fue siempre para mi padre, hermano y amigo, y al sacerdote D. José Luis López Ricondo, igualmente padre, hermano y amigo.

Un fraterno saludo a los Obispos hijos de esta Iglesia: D. Javier Del Río, Obispo de Tarija, en Bolivia; D. Gerardo Melgar, Obispo de Ciudad Real; y a D. Luis Javier Argüello, Obispo Auxiliar del Arzobispo de Valladolid.

Gracias a la Orden de San Agustín, representada por el P. General y los muchos hermanos y hermanas presentes, algunos obispos de otras iglesias; gracias especialmente para mis hermanos de comunidad de Santander. Tomando prestada una palabra de San Agustín tengo que decir en verdad: soy el fruto de vuestros sudores, amores y trabajo.

Gracias a los que habéis venido de otras diócesis, de Madrid, Oviedo, y León; gracias antiguos feligreses de las parroquias de Ntra. Sra. de la Esperanza y Santa Ana, de Moratalaz, San Manuel y San Benito y de los Colegios Ntra. Sra. del Buen Consejo y San Agustín, de Madrid, y a todos hermanos y amigos que habéis venido de fuera y que siempre me habéis acompañado con vuestra comprensión y cercanía.

Gracias a mis compañeros, formadores y profesores agustinos de Palencia, La Vid, Valladolid, Los Negrales (Madrid), y San Lorenzo de El Escorial, y a los maestros, profesores y compañeros de la escuela de Serdio, mi pueblo, y de las Universidades Pontificias de Comillas y Salamanca en las que cursé los estudios.

Gracias a los miembros de vida consagrada, en especial a las Hermanas Mercedarias de la Caridad de Madrid y del Barrio Pesquero de Santander, y a las Hermanas Carmelitas Descalzas de Torrelavega que tanto me han ayudado con su oración y amistad.

Gracias a mi familia, a mis hermanos Paco y Toña, a mis sobrinos: Toñi y Jose, José Manuel y Almudena, Belén y Pedro y sobrinas nietas; a D. Florentino Hoyos, párroco de Llanes, Asturias, y a todos los primos y demás parientes. Mi gratitud y oración se dirige a mis padres, Manuel y Perfecta, y mi cuñado, Alfonso Quesada, ya difuntos; de todos ellos sólo he recibido amor, ejemplo, comprensión y ayuda.

Gracias a los vecinos de Serdio y Estrada, mi parroquia y pueblo de nacimiento, donde nací a la vida y la fe de la iglesia, y a todos los que habéis venido de la zona de San Vicente de la Barquera, con los PP. Claretianos a la cabeza; gracias a los que habéis venido de Cantabria y del valle de Mena, Burgos, sacerdotes, religiosos, seminaristas del Seminario de Monte Corbán, laicos y laicas, de la Diócesis, y en particular de las parroquias de San Agustín del Sardinero y de Ntra. Sra. del Carmen, del Barrio Pesquero, de los Colegios San Agustín, Miguel Bravo-A.A. de la Salle y Guardería Infantil Marqués de Valtierra. Un recuerdo lleno de reconocimiento y gratitud para el sacerdote que me bautizó, D. Isidro Mardones, y para el que me llevó al Seminario de agustinos, D. Santos Fernández. Un saludo agradecido al alcalde de Val de San Vicente, al alcalde de Santander y demás autoridades de Cantabria que se habéis desplazado hasta aquí para acompañarme.

Mi gratitud se extiende a las autoridades locales, provinciales y regionales presentes con mi deseo de una sana colaboración, al servicio del bien común, el bien de nuestro pueblo, de todos y de cada uno, especialmente de los niños, enfermos, ancianos, excluidos, descartados y los jóvenes que tienen que emigrar de nuestra tierra por no encontrar trabajo. Juntos tenemos que afrontar los problemas del mundo rural y del desempleo.

Mi saludo agradecido a los trabajadores de los Medios de Comunicación Social, especialmente a los de Popular Televisión Cantabria a quienes aprecio y tengo en gran estima.

Y gracias a todos vosotros, mis hermanos de Palencia, sacerdotes, diácono permanente, consagrados, y laicos, por vuestra acogida llena de cariño. Mi gratitud especial a D. Antonio Gómez Cantero, Administrador Diocesano, al Colegio de Consultores, al Presidente y Cabildo de la Catedral, al diácono permanente, los lectores, acólitos, organista, director del canto, a todos los que de una manera u otra habéis colaborado en esta hermosa celebración.

3. UNA CONFIDENCIA Y UN PÁLPITO

Después de haber presidido la Eucaristía, misterio de piedad, signo de unidad y vínculo de caridad (Cfr. San Agustín, Tratado del Evangelio de San Juan, 26, 13) como obispo de Palencia, permitidme una confidencia. El día 4 de abril, estando en el funeral de un sacerdote, D. Carlos Guerra, en Torrelavega, me llegó una llamada perdida al móvil. Al llegar al Obispado, la vi, era de la Nunciatura, y llamé. Me pusieron con D. Santiago de Wit Guzmán (1º Consejero de la Nunciatura Apostólica), que me dijo si podía ir al día siguiente. Arreglé algunas cosas, saqué billete para el tren.

Aquella noche dormí mal. Daba vueltas: ¿Qué desearán? ¿Me pedirán Información sobre algo? Había oído rumores y me preguntaba: ¿Me van a nombrar obispo? Solo la posibilidad de ser obispo me asusta. Yo ya tengo mi edad, soy débil, pecador, tímido y tembloroso, (Cf. 1 Cor 2, 3) toda la vida he sido marinero y ¿me van a pedir que asuma el timón del barco? ¿Aceptaré? ¿Acertaré? En ese mar de dudas y zozobra, vinieron en mi ayuda dos recuerdos: las palabras de la Liturgia del día 4, solemnidad este año de la Anunciación del Señor. En la segunda lectura de la Eucaristía, el Hijo de Dios, al entrar en este mundo, decía: «No quisiste sacrificios ni ofrendas...; entonces yo dije: He aquí que vengo para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad» (Hb 10, 6-7). Y en el Evangelio escuchábamos de labios de Santa María, la Virgen: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38). Y para abundancia, me venía el ejemplo y la palabra de San Agustín. En una carta a Eudoxio y los monjes de la Isla Cabrera, que dice así: «Obedeced a Dios con humilde corazón, llevando con mansedumbre a quien os gobierna. El que dirige a los mansos en el juicio, enseñará a los humildes sus caminos. Y si la madre Iglesia reclama vuestro concurso, no os lancéis a trabajar con orgullo ávido ni huyáis del trabajo por torpe desidia. Obedeced a Dios con humilde corazón... No antepongáis vuestra contemplación a las necesidades de la iglesia, pues si no hubiese buenos ministros que se determinan a asistirla cuando ella da a luz, no hubieseis encontrado modo de nacer» (Carta 18, 2). Remarco: Obedecer a Dios con humilde corazón y responder a las necesidades de la Madre Iglesia.

Estos planteamientos me tuvieron casi toda la noche sin dormir, pero al fin, consciente de mi miseria, con temor y temblor, pero confiado en «Tu misericordia», Señor, me decidí a aceptar por amor lo que me pidiesen. Si Cristo me amó y se entregó por mí, ¿cómo no me voy a entregar al Señor, nuestra cabeza, y a vosotros, sus miembros, que juntos formamos el Cristo total?

Cuando Mons. Santiago de Wit me comunicó el 5 de abril que el Papa Francisco me proponía ser obispo de Palencia, mi corazón dio un pálpito grande por vosotros, los palentinos. Me inicié en la experiencia humana, cristiana y vocacional, precisamente aquí, en Palencia, en el Seminario Menor de los Agustinos; me ordenó presbítero el Obispo de Palencia, D. Anastasio, y aquí me estrené como sacerdote en el Seminarios de los Agustinos y colaborando en algunas comunidades parroquiales y religiosas. Desde entonces, Palencia tiene resonancias emotivas en mí; he seguido de cerca los esfuerzos por aplicar el Concilio Vaticano II, que ha tenido una de sus grandes manifestaciones teológicas y pastorales en la celebración del Sínodo Diocesano de 1988 y notables realizaciones en distintos campos de la misión y, en particular, en la pastoral rural.

4. MI ACTITUD Y DESEO COMPARTIDO DE DEJARNOS EVANGELIZAR Y EVANGELIZAR CON TODO EL PUEBLO DE DIOS, SACERDOTES, CONSAGRADOS Y LAICOS EN EL SERVICIO PASTORAL

Estas palabras de San Agustín, que he citado, contando con la misericordia de Dios y la vuestra y vuestra oración, me señalan desde qué actitud he de servir y lo que tengo hacer: Asistir con vosotros a esta Iglesia en el parto santo de engendrar hijos. El Obispo no es la Iglesia; la Iglesia es más que el Obispo, y vengo a ayudar en la generación, parto, crecimiento y formación de sus hijos, («hasta que Cristo se forme en vosotros», decía San Pablo en Gal 4, 19), hacer hombres nuevos y mujeres nuevas que sean sal, levadura y luz para una nueva sociedad y humanidad, porque no habrá civilización nueva, la del amor, sin hombres y mujeres nuevos con la novedad de Cristo. Dicho de otra manera: EVANGELIZAR, es decir, vivir la dulce y confortadora alegría de llevar el gozo del Evangelio, que es llevar la alegría del amor de Dios manifestada en Cristo y comunicada por el Espíritu Santo. Eso es lo que nos pide el Concilio Vaticano II y nos han enseñado San Juan XXIII, el Beato Pablo VI, Juan Pablo I, San Juan Pablo II, Benedicto XVI y hoy el papa Francisco.

Esto nos exige mirar al hoy, pero no con lamentos, añoranzas de tiempos pasados y condenas, sino haciendo una lectura creyente de la realidad y de los signos de los tiempos. Hay dificultades, -¡y cuándo no!-, porque hay muchas más y nuevas oportunidades. Tenemos que hacernos muchas preguntas: ¿Qué caminos nos muestra y abre el Espíritu Santo para encontrarnos con las personas de la nueva cultura? ¿Qué relación quiere que establezcamos con los que han abandonado la Iglesia, o la fe? ¿En qué tenemos que convertirnos, transformar nuestra manera de pensar? ¿Cómo anunciar, denunciar, renunciar, celebrar, vivir fraternalmente el Evangelio y orar hoy, en este mundo y en esta sociedad actual?

¿Cómo llevarlo a la práctica? ¿Cómo acompañar, discernir, integrar la fragilidad con misericordia pastoral? (Cfr. AL, 291 ss) Quisiera hacerlo todo con vosotros, todos juntos, y yo como siervo de todos, siervo de Cristo y obispo servidor de la Palabra y los Sacramentos, no tanto presidiendo como pro-existiendo y sirviendo, en sinodalidad, en familia.

¿Qué dificultades y necesidades, tareas y problemas tiene hoy nuestra Iglesia de Palencia? ¿Qué calidad tienen nuestras comunidades cristianas como casas y escuelas de comunión? ¿Somos los cristianos personas enamoradas de Jesucristo con quien nos hemos encontrado, o hemos reducido nuestra fe a ideologías y formas de comportamiento? ¿La realidad de las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada nos interroga, preocupa y ocupa? ¿Qué malestares existen entre nosotros los sacerdotes, consagrados y laicos y por qué? ¿Qué conciencia tenemos de la urgencia misionera aquí? Y después juntos haremos un diagnóstico de los gozos, alegrías, dolores, tristezas, esperanzas, fortalezas y oportunidades de nuestro pueblo y de nuestra Iglesia y juntos intentaremos buscar salidas. Yo como obispo-siervo y cada uno de vosotros con vuestros carismas.

Con San Agustín os digo: «¿Qué pretendo, qué anhelo, por qué hablo, por qué me siento aquí, por qué vivo? Hago todo esto con la única intención de que vivamos juntos en Cristo. Esta es toda mi ambición, mi gozo, mi honor, toda mi herencia y toda mi gloria... Yo no quiero salvarme sin vosotros» (Sermón 17, 2). Vosotros conmigo y yo con vosotros, todos condiscípulos en la escuela del único Maestro, unidos desde la diversidad reconciliada, manteniendo la unidad en la diversidad, la unidad que se conjuga con la pluralidad en una sinfonía bella, armoniosa y perfecta, «amando a esta Iglesia, estando en esta Iglesia, siendo esta Iglesia» (San Agustín, Sermón 138, 10), trabajando por el Reino de Dios aquí.

¿Y cómo hacerlo concretamente? Canta y camina, nos invita San Agustín en el Sermón 256.

Canta: Cantar es propio del que ama. Y os invito a vivir así; es decir, desde el amor enamorado, hambriento y sediento a Cristo y a los hermanos, a todos, especialmente a los más empobrecidos, vulnerables y necesitados. Un amor que canta con alegría y gozo, «el gozo de Cristo, en Cristo, con Cristo, tras Cristo, a través de Cristo, en razón de Cristo» (San Agustín, De Santa Virginidad, 27), y sabiendo que ésta, la alegría, siempre es alegría crucificada y resucitada, don del Espíritu Santo.

Y camina: Caminando y haciendo camino como discípulos misioneros de Cristo, Camino, Verdad y Vida, con misericordia y ternura pastoral; no estancados, no parados, aunque corramos el riesgo de mancharnos con el barro del camino (Cfr. EG,45), sino en continua y renovada conversión y creatividad pastoral. Como paradigma y ejemplo, fijaremos los ojos del corazón en el Buen Pastor, el Buen Samaritano, en las parábolas de la Misericordia, en Jesús que recibe de noche a Nicodemo, que cansado del camino, pide agua y dialoga junto al manantial con la Samaritana, que se hace peregrino y compañero con los de Emaús, saliendo al encuentro de nuestros hermanos e integrando a todos, respetando la libertad de todos, sin marginar ni excluir a nadie, y ofreciendo lo que tenemos, la luz de Jesucristo, el único que esclarece el misterio del hombre (Cfr. GS, 22): «quien quiere vivir, tiene dónde vivir, tiene de qué vivir» (Trac. In Jn, 126,13). Como San Pedro y San Juan podemos decir: «No tengo oro ni plata, lo que tengo te lo doy: en nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda» (Hechos de los Apóstoles 3, 6).

Quiero unirme al paso de esta Iglesia continuando el camino ya realizado a lo largo de la historia antigua, en la que hay grandes realizaciones de fe manifestada en cultura y santidad, como las del Hno. Rafael y el Beato Manuel González, obispo de los sagrarios abandonados y de los pobres, que pronto será canonizado; una historia cercana que arranca en el Concilio Vaticano II y ha cuajado en un Sínodo, asambleas y encuentros diocesanos. Reconozco que el Espíritu Santo ha estado grande y ha enriquecido y enriquece a esta Iglesia con multitud de carismas. Deseo que todos avancemos teniendo un solo corazón y una sola alma hacia Dios, escuchando dócilmente lo que el Espíritu diga a nuestra Iglesia (Cfr. Ap 2, 7, 11, 17, 29; 3, 6, 13, 22).

Quiero unirme a todos para escribir con nuestra fe, esperanza y caridad, una página y una etapa nueva, sin miedo a equivocarse, porque lo hacemos por amor, y de esta raíz no puede nacer sino el bien («Ama y haz lo que quieras»; Cfr. S Agustín, Homilía I Jn VII, 8); escribir juntos una página de esta Iglesia que no es aduana, sino casa paterna donde hay un lugar para cada uno con su vida a cuestas (Cfr. AL 310), donde nos ayudamos y compartimos corresponsablemente las alegrías y penas, trabajos y esperanzas; una Iglesia que sale de sí misma a las periferias para estar como un hospital de campaña a la intemperie, al lado de los heridos de la vida, para reivindicar con obras y palabras la dignidad de toda persona, que es un hijo o una hija de Dios, la realidad más grande e importante por encima de todas las demás realidades. Quiero caminar con vosotros, en medio de vosotros y detrás de vosotros con olor a oveja, como dice el papa Francisco, y con la esperanza confiada en Dios, y en vosotros, «gente de buena masa» (Santa Teresa de Jesús). Si no lo hiciera, corregidme fraternamente, por favor. Y concededme ya por adelantado vuestro perdón por mis pecados y fragilidad que, sin duda las tengo y los tendré. Al emprender nuestro camino juntos me animo a mí mismo con aquellas palabras de San Agustín: «Si lo que soy para vosotros me asusta, me consuela y tranquiliza lo que soy con vosotros, porque para vosotros soy obispo, pero con vosotros soy cristiano» (Sermón 340 y 46, 2).

5. UN ANHELO PROFUNDO

Que lo que hagamos, sea lo que sea, orando juntos, unos por otros, vosotros por mí y yo por vosotros, «porque si el Señor no construye la casa en vano se cansan los albañiles» (Sal 127), porque sin Él no podemos hacer nada y Él nos lo da todo. Para Él nada es imposible. Que nos conceda su Santo Espíritu para «permanecer en Él, perseverar en su amor, vivir de su vida y ser conducidos por su mano» (oración después de la comunión de la misa 5ª de varios mártires). Pedid al Señor que no me apaciente a mí mismo y no busque mis intereses, sino los de Jesucristo (Cfr. Fil 2, 21; San Agustín, Sermón 46).

Que Santa María, la Madre de Dios y nuestra, estrella de la Evangelización, la estrella de la mar, a quien en Palencia llamamos Virgen de la Calle, e invocada en tantas hermosas y entrañables advocaciones en esta Iglesia Diocesana; que San José, patrono de la Iglesia universal, San Agustín, San Antolín, nuestro patrono, San Rafael Arnaiz y el Beato Manuel González y todos los santos y beatos palentinos y agustinos nos acompañen con su ejemplo e intercesión siempre en esta nueva etapa del camino que emprendemos bajo el signo de la fidelidad, la entrega, el servicio, la creatividad y la disponibilidad generosa.

Muchas gracias a todos y que la gracia del Señor Jesús esté con todos. En el nombre del Señor empecemos a caminar juntos con esperanza y alegría.

+ Manuel Herrero Fernández, OSA
Obispo de Palencia