miércoles, 16 de diciembre de 2015

¡Gracias, Padre, por estar siempre en la puerta de nuestro hogar esperando a que vuelva con mi hermano!


Homilía en la Apertura Puerta Santa “Año Jubilar de la Misericordia”
Catedral de Palencia - 12 de diciembre de 2015


Querida comunidad congregada en esta vigilia en la Catedral para abrir el Año Santo de la Misericordia, en nuestra Diócesis. Laicos, personas consagradas y hermanos presbíteros.

Hace unos minutos, cuando hemos cruzado la Puerta Santa, puerta del Salvador (mal llamada o popularmente llamada de los novios), no he podido por menos de pensar en la parábola de san Lucas, del Padre bueno y los dos hijos (Lc 15,11-32). Aquella que la hemos nominado como la del “hijo pródigo”, cuando el Padre es el verdadero protagonista. ¡El Padre de la Misericordia! La puerta del corazón del Padre siempre está abierta. Y esto es una certeza y una buena noticia.

Se ha escrito mucho sobre la Misericordia de Dios, incluso libros de peso, pero nada hay más comprensible y visual que la parábola de Jesucristo, que nos presenta a un padre que se come al hijo pequeño a besos cuando vuelve a cruzar la puerta de su casa e increpa aquel que, viviendo dentro, no busca más que privilegios y diferencias, sin llegar a descubrir la grandeza de vivir con el Padre, porque él en su corazón -como los escribas, fariseos y sacerdotes- vivía extrañamente allí. Y eso nos puede pasar también a nosotros.

«Cuando todavía estaba lejos -dice el versículo 22- su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos». Fijaos, casi los mismos verbos de la parábola del Buen Samaritano: lo vio, se conmovió, se echó a correr hacia él, se acercó, le abrazó y se lo comió a besos. Porque abrazar es acoger a la persona en su totalidad y comer a besos es la expresión del mayor amor. Dicen las madres, al menos antes, “¡hijo mío, es que te comería!” y es que la mayor unión es la comunión.


Este es el programa, y no otro, para cada uno de nosotros y para nuestras comunidades este Año de la Misericordia. Ni más ni menos, discernir los pasos del padre bueno y del buen samaritano. El otro día en la vigilia de la Inmaculada os decía que estamos viviendo tiempos de intemperie, como los refugiados en los campos de acogida -y que me perdonen los refugiados por la imagen, ya que ellos sufren corporal y espiritualmente-. Estamos en un tiempo en que los campos de la fe católica difícilmente se labran y se siembran y que además comenzamos a tener el sentimiento de que nos expulsan de la sociedad, que somos extraños, que nuestros hijos ya no practican y algunos no creen... pero tampoco nos preguntamos seriamente por qué hemos llegado aquí, ni qué responsabilidad tenemos cada uno de nosotros en todo esto, culpabilizar a los de fuera es lo más fácil. Es en esta situación, ahora más que nunca, cuando necesitamos de la Misericordia, de Alguien que nos acoja, nos abrace, nos diga “anda pasa, no te quedes fuera, esta es tu casa aquí estás el calor de tu hogar”.

Pues esto es el Año de la Misericordia para todos. Para aquellos que sufren de verdad y buscan hacer un camino de vuelta al hogar y para los que no se encuentran, como el hermano mayor, a pesar de vivir dentro de la casa. Por eso es bueno que todos nos esperemos en la puerta. Y entremos juntos y celebremos juntos la fiesta de la Misericordia.

Hermanos, ¡Venid de la mano cuando crucéis la puerta del Salvador! En la individualidad, en la soledad, en el egoísmo, en la soberbia, no hay misericordia. ¡Venid de la mano a cruzar la puerta del Salvador! Y comprobaréis que por los caminos de la conversión llegaremos a la Casa del Perdón. Y comprobaréis que por los caminos de la fraternidad llegaremos a la Casa de la Comunión. Y comprobaréis que por los caminos de la solidaridad llegaremos a la Casa de la Caridad. Todo esto es el rostro del Amor de Dios. Estas son las entrañas y la esencia de la Trinidad, el Dios en quien creemos.

Entrañas de Misericordia...
... para edificarnos por dentro y ver que es posible la Fe.
... para creer profundamente y ver que es posible la Esperanza.
... en fin, para sentirme amado y ver que es posible la Gracia.
Porque, querida comunidad,
... aunque no comprendamos la vida, ¡volvamos a casa! Porque el Padre nos pone señales y personas en los caminos y sale a nuestro encuentro.
... aunque nos perdamos en nuestros planes, ¡volvamos a casa! Porque el Padre nos abre la puerta y nos muestra la única verdad.
... aunque estén cegados nuestros ojos, ¡volvamos a casa! Porque el Padre nos busca en nuestra oscuridad y nos conduce de la mano.
... aunque nos cueste escuchar su voz, ¡volvamos a casa! Porque el Padre recompone nuestro corazón y da sentido a la existencia.
... aunque creamos que nada nos falta, ¡volvamos a casa! Porque el Padre nos da el Pan de Vida y el calor del hogar de una familia de hermanos.
... aunque hayamos olvidado su ternura, ¡volvamos a casa! Porque el Padre perdona nuestros pecados y llena de besos y ungüentos nuestras heridas.
¡Gracias, Padre, por estar siempre en la puerta de nuestro hogar esperando a que vuelva con mi hermano!

FELIZ AÑO DE LA MISERICORDIA DE DIOS EN NUESTRAS VIDAS

Antonio Gómez Cantero

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