miércoles, 24 de junio de 2015

¿Podemos o Debemos?

El lenguaje tiene sus matices y significados. El lenguaje no es inocente. Los verbos que conjugamos retratan a quienes los emplean. El lenguaje define propósitos y prioridades.

“¡Podemos!” (dicho así con energía) encierra contundencia. Es como si nos dijeran: “Guste o no guste, haremos por las buenas o por las bravas lo que podemos hacer”.

Les preguntó Jesús a dos de sus discípulos: «¿Podéis beber la copa de amargura que yo he de beber» (Mt 20, 22). Se refería el Señor a la muerte que, por predicar y vivir coherentemente, le esperaba a la vuelta de la esquina. Es como si el Señor les hubiera preguntado: “¿Podéis acompañarme y seguirme en mi muerte?”.

“¡Podemos!” -dice Lucas que contestaron a una los hijos de Zebedeo. Aquellos discípulos dijeron esto porque iban a por las poltronas del poder político en aquel Reino que les anunciaba Jesús y que ellos confundieron con un reino de mucho dinero y poco trabajo. Jesús hablaba de servicio y ellos buscaban otra cosa...

“¡Debemos!”, por su parte, encierra honradez, imperativo ético, buenos propósitos. Busquen ustedes un partido político que se llame así: “¡Podemos y debemos!”. Búsquenlo y vótenle. Pero si le encuentran, tampoco se fíen demasiado de las siglas. Todos los partidos “pueden más”, pero no siempre hacen ni lo que pueden, ni mucho menos lo que deben. O sea, igual que los ciudadanos que les votamos.

Tengo un buen amigo que me dice: “Ten cuidado, al hablar o escribir, no demonices ni digas mal de la política por culpa de los políticos”. Es verdad, la política debe ser un servicio, no un medio para enriquecerse nadie. La política siempre será de suyo una cosa digna. Y mientras la democracia, según Winston Churchill, sea el “peor sistema de gobierno, excluyendo todos los demás”, tendremos que resignarnos y acatar lo que hay. “¡Es lo que hay!” -dice la gente con aire resignado, al constatar la distancia entre lo que nos prometen en las campañas electorales y lo que, luego, nos proponen en los pactos.

Pero estamos en una sociedad en la que cada vez cunde más este discurso: “Todo lo que se puede hacer, sea moral o no, hágase. Y de lo que se debe hacer y tanto se pregona, hagamos solo la mitad. O no hagamos nada, incluso hagamos lo contrario. Con tal de que no te pillen...”.

¿Hay políticos honrados? Sin duda. Pero al ciudadano le tiene en ascuas no tanto los de “Podemos” como los de “Debemos”: o sea, la ética de aquellos que nos gobiernan o aspiran a hacerlo. El ciudadano no se fía. Motivos tiene. Ahora vienen los pactos. Después de estas “primarias” todos corren. Hay que salvar las poltronas, los muebles del despacho, lo que se pueda, ya que la dignidad es tan difícil de ser salvada. Sería curioso hacer en dos columnas paralelas lo que ciertos políticos dijeron en sus campañas y lo que dicen y hacen ahora.

Insiste mi amigo: “Están en su derecho, ya que alguien nos tiene que gobernar, y si no es haciendo pactos, ¿cómo van a gobernarnos”. También tengo que darle la razón. Pero así, ¿quién se fía ya de las palabras? “Verba volant; exempla trahunt” -decían los latinos. “Las palabras se las lleva el viento, los ejemplos son los que arrastran”.

Pues sí, exacto. Crean ustedes a los que hablan de servicio -como Jesucristo- y se juegan el tipo por mantener lo que han dicho con su ejemplo. Lo demás, son componendas para salir del paso o para seguir escalando los peldaños del poder. Ese poder que tanto encandila a los hijos e hijas de Adán en todo tiempo y lugar.

¿Podemos o debemos? Ante todo, debemos ser coherentes. Y no vender la primogenitura por un plato de lentejas. O de marisco que es más apetitoso.

Eduardo de la Hera

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