viernes, 16 de enero de 2015

Poesía vertical, poesía horizontal

Dicen que todo buen poeta suele tocar tres temas: amor, muerte y eternidad. Hoy nos acercamos a dos de ellos, dos que descubrieron como pocos el drama de la vida, su esencia. Ambos partieron de una mirada vertical, profunda, humana, enraizada en la pregunta sobre Dios; ambos no olvidaron que esa mirada trascendente conducía a otra más horizontal y comprometida. Que el amor, la muerte y la eternidad son, después de todo, una cuestión social. Hablamos de León Felipe y Blas de Otero.

Comenzamos con una constatación, una reflexión profundamente bíblica: «¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?» (Salmo 8).

“Soy un vagabundo, no soy más que un vagabundo sin ciudad, sin decálogo y sin tribu. Y mi éxodo es ya viejo. [...] mi bastón se ha doblado, y en la huella de mis zapatos llevo sangre, llanto y la tierra de muchos cementerios. Lo que sé me lo han enseñado el Viento, los gritos y la sombra...” (León Felipe, Ganarás la Luz).

“Oh, Dios. Si he de morir quiero tenerte despierto. Y noche a noche, no sé cuándo oirás mi voz. Oh Dios, estoy hablando solo. Arañando sombras para verte. [...] Esto es ser hombre: horror a manos llenas. Ser y no ser, eternos, fugitivos. ¡Ángel con grandes alas de cadenas!” (Blas de Otero, Ángel fieramente humano).

Pero cuando el ser humano reconoce su desvalida condición, su “ser para la muerte”, las atrocidades de las que es capaz... Cuando descubre la belleza del amor, lo fugaz de su existencia... Entonces está preparado para soñar con la eternidad, con la justicia, con la existencia de un Dios, que como a Job, nos parece silencioso:

“¡Habla! ¡Habla! ¿No hablaste ya para responder a los aullidos de un solo leproso? Pues habla ahora con más razón, ahora que la Humanidad no es más que una úlcera gafosa, delirante y pestilente. [...] Habla otra vez desde el torbellino, que el hombre te contestará sentado sobre un Himalaya de ceniza...” (León Felipe, Ganarás la Luz).

“Oh, cállate, Señor, calla tu boca cerrada, no me digas tu palabra de silencio; oh, Señor, que tu voz se abra, que estalle como un mar gigante. [...] ¡Poderoso silencio con quien lucho a voz en grito; grita hasta arrancarnos la lengua, mudo Dios a quien yo escucho!” (Blas de Otero, Ángel fieramente humano).

Y con o sin respuestas, sólo nos resta lanzarnos de nuevo a la existencia, vivirla con autenticidad. Tal vez en ella, de camino, hallemos la plenitud que se nos reserva:

“Creo que Dios nos da siempre otra vida, otras vidas nuevas, otros cuerpos con otras herramientas” (León Felipe, Cuatro poemas con epígrafe y colofón).

“Yo, pecador, artista del pecado, comido por el ansia hasta los tuétanos, [...] Yo pecador, en fin, desesperado de sombras y de sueños: me confieso que soy un hombre en situación de hablaros de la vida” (Blas de Otero, Pido la paz y la palabra).

Aunque no se trata de una plenitud individual, egoísta, hecha a mi medida. La resurrección, como Dios, habita en los otros. Son ellos los que “me salvan”, su llamada la que me encuentra. «Todo aquello que hicisteis por cada uno de estos... por Mi lo hicisteis». (Mt 25, 40).

“Y me encontré, de pronto, en una tenebrosa soledad, sin otra compañía que la angustia, el desamparo y el terror. [...] Luego llegó el milagro. [...] He vuelto. Como Lázaro he vuelto. Y he vuelto a rezar en la forma sencilla de las almas humildes: Venga a nosotros tu Reino”. (León Felipe, Cuatro poemas con epígrafe y colofón).

“Si me muero, que sepan que he vivido luchando por la vida y por la paz. [...] Si me muero, será porque he nacido para pasar el tiempo a los de atrás. Confío en que todos dejaremos al hombre en su lugar. [...] Si me muero, que no me mueran antes de abrir el corazón de par en par” (Blas de Otero, Que trata de España).

Sólo son dos voces, dos poetas que creyeron descubrir la senda de la felicidad en el paso “del yo al nosotros”, de lo vertical a lo horizontal, de lo profundo a la acción. Dos poetas que se formaron en el hábitat de la Biblia y que encontraron en ella “el Libro de Poesía”. Dos poetas, en fin, para quienes el meollo de la vida se define como una cuestión tan personal... como social.

Asier Aparicio
Pastoral Social

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