lunes, 12 de enero de 2015

La Reforma de la Curia Vaticana

A todos los sacerdotes, consagrados y fieles laicos de la diócesis.

Al comenzar un nuevo año, en el que estamos celebrando el 500 aniversario del nacimiento de Santa Teresa, maestra de oración, y en el que nos disponemos a celebrar el 50 aniversario de la clausura del concilio Vaticano II, con lo que supuso de renovación de la pastoral y de las estructuras de la Iglesia, yo quisiera dirigirme a todos vosotros, sacerdotes, consagrados y fieles laicos para desearos un año de paz interior y de renovación personal y comunitaria en el Señor.

En repetidas ocasiones ya he comentado que las reformas que está impulsando el Papa Francisco van en una triple dirección y, precisamente por este orden: la RENOVACIÓN DEL CORAZÓN (la espiritualidad), la RENOVACIÓN DE LA ACCIÓN PASTORAL (“salida misionera” y apertura a las “periferias existenciales” del mundo) y el CAMBIO DE ESTRUCTURAS DE LA IGLESIA (huir del “siempre se ha hecho así”).


El pasado 7 de diciembre el Papa Francisco concedió una amplia entrevista al periódico La Razón de Buenos Aires. Entre otras muchas cosas fue preguntado por las reformas de la Iglesia que él quiere impulsar, empezando por lo que tiene más cercano, el Vaticano y sus variadas instituciones. Habló de las reformas económicas, buscando una total transparencia, y de la reforma de la Curia, en la que intervienen los jefes de los dicasterios romanos y los nueve cardenales (el conocido G-9), encargados de revisar la Constitución Pastor Bonus, que regula la composición y funcionamiento de las estructuras pastorales de la Santa Sede. Quizás la clave que revela el fondo de su pensamiento está en una de las frases que respondió al periodista argentino: «la reforma de la Curia lleva mucho tiempo, es la parte más compleja... El IOR [Instituto para las Obras de Religión] está funcionando fenómeno y se hizo bastante bien eso. Lo de la economía está yendo bien. Y la reforma espiritual es lo que en este momento me preocupa más, la reforma del corazón. Estoy preparando la alocución de Navidad para los miembros de la Curia». Es precisamente sobre este discurso sobre el que quisiera centrar mi reflexión del año nuevo.

El lunes 22 de diciembre del año pasado, 2014, hace apenas unos días, el Papa Francisco felicitó la Navidad a los miembros de la Curia Vaticana con un discurso a todas luces sorprendente. Las palabras con que los comentaristas en Roma han calificado el discurso no dejan de ser por lo menos chocantes. Valga como ejemplo dos titulares aparecidos en periódicos españoles. En un periódico podía leerse lo siguiente: “El Papa abomina del ‘alzhéimer espiritual’ extendido en la Curia”. Y lo calificaba de “discurso durísimo” y de “radiografía despiadada del Vaticano”. Y otro afirmaba categóricamente: “El Papa acusa a la Curia de sufrir ‘alzheimer espiritual’”, calificando también el discurso como una enumeración de las “quince dolencias que padecen los altos cargos vaticanos”. Afirmaciones tales como “abominar”, “acusar”, “radiografía despiadada”, “sufrir alzheimer espiritual”, “padecer quince dolencias”... no parecen ser el estilo directo pero misericordioso, con que el Papa nos ha ido acostumbrando en sus homilías, audiencias y escritos de los últimos meses.

Una posible explicación de estos titulares puede deberse a que la página web del Vaticano no publicó el discurso completo hasta el día siguiente y el pequeño resumen que su agencia de noticias difundió primeramente sólo contenía alusiones a las famosas “quince enfermedades”, sin hacer mención del marco en que el Papa las encuadró, antes y después de enumerarlas.

Todo esto ha ayudado a favorecer un estereotipo, que viene ya desde hace tiempo, de un Papa descontento de sus cardenales y obispos, que se complace en fustigarles y que llega incluso a la extraña propuesta de “Papa sí, Iglesia no”. Quizás una lectura completa del discurso nos ayudará a comprender las intenciones del Papa y a quienes iba realmente dirigido.

Ya en los comienzos del discurso, Francisco afirma que «es bonito concebir la Curia Romana como un pequeño modelo de la Iglesia, es decir como un “cuerpo” que intenta, seria y diariamente, ser más vivo, más santo, más armonioso y estar más unido en sí mismo y con Cristo» y reconoce que «la Curia Romana es un cuerpo complejo, formado por muchos dicasterios, consejos, oficinas, tribunales, comisiones y numerosos elementos que no tienen todos ellos el mismo cometido, sino que están coordinados con vistas a un funcionamiento eficaz, edificante, disciplinado y ejemplar, pese a las diferencias culturales, lingüísticas y nacionales de sus miembros».

La Curia, continúa diciendo el Papa, «al igual que la Iglesia, no puede vivir sin mantener una relación vital, personal, auténtica y sólida con Cristo. Un miembro de la Curia que no se nutra a diario de ese alimento se convertirá en un burócrata (en un formalista, un funcionario, un “empleado”); en un sarmiento que se seca y poco a poco muere y es arrojado lejos. La oración diaria, la participación asidua en los sacramentos -especialmente en la eucaristía y en la reconciliación-, el contacto diario con la Palabra de Dios y la espiritualidad que se traduce en caridad vivida, son el alimento vital para cada uno de nosotros. Quede claro a todos nosotros que sin Él no podremos hacer nada» (Jn 15, 5).

Por eso, tras haberles presentado los elementos fundamentales de toda vida espiritual cristiana, desea animarles a preparar el corazón para la fiesta del nacimiento de Jesús mediante una buena confesión, para lo cual el Papa quiere ofrecerles un examen de conciencia. No habla de evitar los pecados graves contra los mandamientos de la ley de Dios, que da por supuesto en toda vida cristiana, sino de esos posibles pecados que muchas veces no se les da la importancia debida y que, sin embargo, pueden apartar de una vida en plena comunión con Cristo.

Así explica que «la Curia está llamada a mejorarse, a mejorar siempre y a crecer en comunión, santidad y sabiduría para realizar plenamente su misión. Pero ella, al igual que todo cuerpo, al igual que todo cuerpo humano, también se encuentra expuesta a enfermedades, a mal funcionamiento, a dolencias. Y quisiera mencionar aquí algunas de estas enfermedades probables, de estas enfermedades curiales. Son enfermedades más habituales en nuestra vida como Curia. Son enfermedades y tentaciones que debilitan nuestro servicio al Señor. Creo que nos ayudará el “catálogo” de las enfermedades -siguiendo las huellas de los Padres del desierto, que hacían dichos catálogos- de las que hablamos hoy; nos ayudará a prepararnos para el sacramento de la reconciliación, que será un buen paso para la preparación de todos nosotros a la Navidad».

Es de notar que el Papa no acusa, no abomina de nadie, no hace una “radiografía despiadada del Vaticano”, sino que habla de un catálogo de enfermedades y tentaciones probables que pueden ayudar a los cardenales, obispos, e incluso a él mismo, a examinar sus conciencias. Así el Papa, empleando la primera persona del plural, reconoce que estas dolencias «debilitan nuestro servicio al Señor», por lo que las enumera para «prepararnos para el sacramento de la reconciliación».

Una vez enmarcado el elenco de las enfermedades que pueden afectar a los miembros de la Curia, es preciso preguntarse sobre si los destinatarios de este examen de conciencia eran solamente los curiales. Ciertamente, el Papa se dirige a la Curia, pero parece ir más allá cuando afirma, antes de finalizar el discurso: «Hermanos: estas enfermedades y estas tentaciones constituyen, naturalmente, un peligro para todo cristiano y para toda curia, comunidad, congregación, parroquia, movimiento eclesial, etc., y pueden afectar tanto individual como comunitariamente».

El Papa Francisco quiere, ciertamente, renovar la Curia Vaticana, hacerla más santa, pero su mirada se dirige también a todos los sacerdotes, religiosos y laicos, poniendo la reforma espiritual de los católicos como base indispensable para las necesarias reformas estructurales que desearía hacer en toda la Iglesia. Es lo mismo que repitió una vez más en la entrevista que concedió al periódico La Razón de Buenos Aires, cuando dijo: «La reforma espiritual es lo que en este momento me preocupa más, la reforma del corazón».

Una vez comprendido el alcance del discurso, ya se puede hablar de las enfermedades que pueden afectar a los prefectos y oficiales de la Curia, pero que también pueden anidar en el corazón de los obispos, sacerdotes, religiosos y laicos de toda la Iglesia, invitándonos a hacer un sincero examen de conciencia, antes de acercarnos al sacramento de la reconciliación.

Estas enfermedades son quince. 1) La enfermedad de sentirse indispensable, superior a los demás. 2) La enfermedad de “martalismo” (aludiendo a Marta, la hermana de Lázaro, en el Evangelio): la excesiva actividad, sin detenerse a contemplar a Cristo ni pasar tiempo con los familiares. 3) La enfermedad de la insensibilidad humana, haciéndonos perder los sentimientos de Jesús. 4) La excesiva planificación, que convierte a la persona de Iglesia en un mero comercial. 5) La enfermedad de la mala coordinación, que aparece cuando los miembros de la Iglesia van cada uno por su lado y no colaboran entre sí. 6) La enfermedad del “alzheimer espiritual”, que olvida la memoria del encuentro con el Señor, el primer amor. 7) La enfermedad de la rivalidad y de la vanagloria, que aparece cuando los sueños de gloria se convierten en el primer objetivo del trabajo. 8) La enfermedad de la esquizofrenia existencial, la de vivir una doble vida, fruto de la hipocresía y el vacío espiritual. 9) La enfermedad del cotilleo y de la murmuración, que el Papa denomina “terrorismo del cotilleo” y que es grave. 10) La enfermedad de los que cortejan a sus superiores para obtener beneficios personales. 11) La enfermedad de la indiferencia hacia los demás, que aparece cuando uno sólo piensa en sí mismo. 12) La enfermedad de la “cara fúnebre”, que lleva a tratar con dureza y arrogancia a los demás. 13) La enfermedad de acumular bienes materiales, no por necesidad, sino para sentirse seguro. 14) La enfermedad de la división entre los seguidores de Cristo, que calificó como “fuego amigo” entre soldados del mismo bando. Y, finalmente, 15) la enfermedad del provecho mundano, que transforma el servicio en poder, buscando siempre insaciablemente más poder.

Para terminar, recordó la cura de todas estas enfermedades: vivir en la VERDAD y la CARIDAD. «Es el Espíritu el que secunda todo esfuerzo sincero de purificación y toda buena voluntad de conversión. Él es quien nos da a entender que todo miembro participa en la santificación del Cuerpo y en su debilitamiento. Él es el promotor de la armonía... La curación es fruto también de la toma de conciencia de la enfermedad y de la decisión personal y comunitaria de curarse, soportando con perseverancia y paciencia la cura».

Aludiéndolos en nota al pie de página, el Papa quiere recordarnos unos parágrafos de su Exhortación Pastoral Evangelii Gaudium, bajo el título Pastoral en conversión, en cuyo número 26, citando la encíclica Ecclesiam suam de Pablo VI, se puede leer: «Pablo VI invitó a ampliar el llamamiento a la renovación, para expresar con fuerza que no se dirige sólo a los individuos aislados, sino a la Iglesia entera. Recordemos este memorable texto que no ha perdido su fuerza interpelante: “La Iglesia debe profundizar en la conciencia de sí misma, debe meditar sobre el misterio que le es propio [...] De esta iluminada y operante conciencia brota un espontáneo deseo de comparar la imagen ideal de la Iglesia -tal como Cristo la vio, la quiso y la amó como Esposa suya santa e inmaculada (cf. Ef 5,27)- y el rostro real que hoy la Iglesia presenta [...] Brota, por lo tanto, un anhelo generoso y casi impaciente de renovación, es decir, de enmienda de los defectos que denuncia y refleja la conciencia, a modo de examen interior, frente al espejo del modelo que Cristo nos dejó de sí”».

Feliz y Santo Año Nuevo 2015. Os bendice con afecto vuestro obispo

+Esteban

No hay comentarios:

Publicar un comentario