martes, 16 de septiembre de 2014

La Enseñanza Religiosa Escolar y la Catequesis

Con el comienzo del mes de Septiembre, terminadas las vacaciones de verano, miles de niños y adolescentes inician un nuevo curso escolar. El colegio, el instituto, es el medio por el que estos alumnos van conociendo la cultura de nuestra sociedad, se van transmitiendo valores de convivencia y, en el mejor de los casos, comienzan a formarse de cara a un futuro laboral en su medio ambiente.

La Constitución Española de 1978, tras afirmar que «la educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana en el respeto a los principios democráticos de convivencia y a los derechos y libertades fundamentales», contempla que «los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propia convicciones» (art. 27 & 2 y 3).

Este derecho de los padres fue debidamente regulado en los Acuerdos Iglesia Estado Español de 1979, entre los cuales destaca el Acuerdo sobre Enseñanza y Asuntos Culturales, por el que el Estado se compromete al cumplimiento del derecho de los padres que soliciten enseñanza religiosa y moral para sus hijos en todas las etapas del sistema educativo.


La Enseñanza Religiosa Escolar, si se imparte debidamente, intenta que los alumnos se inicien en el deseado diálogo entre la fe y la cultura, iluminando progresivamente el conocimiento que ellos adquieren sobre sí mismos, sobre el mundo y sobre la vida. El mensaje cristiano constituye una opción educativa sobre toda la persona, respondiendo a sus más profundos problemas sobre su origen y destino, sobre la justicia, el dolor, la enfermedad y la muerte.

Ahora bien, la Enseñanza Religiosa Escolar no es Catequesis, pero se encuentra en una relación de complementariedad con aquella. Los padres, pues, que exigen y apuntan a sus hijos a la clase de religión en la escuela, no por ello deben considerarse dispensados de llevar a sus hijos a la Catequesis parroquial. Y ahora, en estos comienzos del curso escolar conviene recordarlo. Ambas realidades tienen finalidades distintas, aunque podemos afirmar que la Catequesis, la Enseñanza Religiosa Escolar y, juntamente con ellas, la educación cristiana familiar están íntimamente relacionadas para el éxito de la educación cristiana de niños, adolescentes y jóvenes.

La finalidad de la Catequesis no es sólo que conozcan a Jesucristo, como Revelación definitiva de Dios, sino poner al catecúmeno en comunión, en intimidad con Jesucristo. Busca el encuentro personal con el Señor.

Según el Directorio General de la Catequesis, toda la acción catequética debe abarcar, al menos, cuatro dimensiones de la fe, que no pueden nunca faltar:
 
  • Propiciar el conocimiento de la fe. Es el aspecto intelectual de todo acto catequético. Debe conducir a la comprensión progresiva de las verdades cristianas, introduciendo a los bautizados en el conocimiento de la Sagrada Escritura y de la Tradición de la Iglesia. La entrega del “Credo” expresa la realización de esta tarea.

  • Enseñar a orar. El encuentro con Jesucristo ha de llevar a descubrir y a practicar la relación personal del catecúmeno con Dios a través de la oración. Toda catequesis ha de estar penetrada por un clima de oración. La visita al sagrario, la oración silenciosa, la adoración, etc. son rasgos fundamentales de la Catequesis, sin los cuales no se conseguirá el fin que con ella se pretende. Esta tarea culmina con la entrega del Padrenuestro.

  • La educación litúrgica. El encuentro con Jesucristo debe conducir a celebrar su presencia en los sacramentos de la Iglesia, particularmente en la Eucaristía. La asistencia regular del catecúmeno a la misa dominical, la iniciación al sacramento de la reconciliación y la familiaridad con las fiestas principales del año litúrgico (fundamentalmente la Navidad, la Semana Santa, la Pascua, Pentecostés, el Corpus Christi, etc.) deben ser partes integrantes de la Catequesis y condición necesaria para la recepción de los sacramentos de la iniciación cristiana.

  • Finalmente, la formación moral implica caminar en el seguimiento del Señor. La Catequesis debería inculcar al catecúmeno el estilo de vida del Maestro, especialmente las enseñanzas del sermón de la Montaña, capítulos 5 a 7 de San Mateo, que resumen las actitudes fundamentales del auténtico discípulo de Cristo. Además, la formación moral debe mostrar las consecuencias sociales del Evangelio, el mandamiento de la caridad para con el prójimo en sus necesidades concretas.
Para conseguir el fin de la Catequesis, la Palabra de Dios, la Biblia, debe ser la fuente principal, junto con el catecismo. Los niños y adolescentes deben familiarizarse a leer asiduamente fragmentos de los escritos del Antiguo y del Nuevo Testamento, dando especial relieve a los cuatro Evangelios. La entrega del pequeño libro del Evangelio debería ser uno de los ritos fundamentales que acompañan la Catequesis, invitando a los catecúmenos a la lectura diaria del texto evangélico que se lee en las Iglesias en la misa de todos los días.

En la lectura de los textos del Nuevo Testamento descubrimos que Jesucristo no sólo transmite palabra de Dios: él es la Palabra de Dios. Por eso, la Catequesis -toda ella- está referida a él. El llamado “cristocentrismo” de la Catequesis significa que en el centro de ésta encontramos a una Persona, Jesús de Nazaret, el Hijo único del Padre eterno. En realidad, la tarea fundamental de la Catequesis es mostrar a Cristo y todo lo demás en referencia a él. Lo que en definitiva ha de buscarse conseguir en los chicos y chicas que acuden a ella es que encuentren a Jesucristo, lo conozcan, lo amen y lo sigan en su vida. Todas y cada una de las dimensiones de la Catequesis, anteriormente mencionadas, deben de tender a ello.

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