martes, 6 de mayo de 2014

El Resucitado

Hace años se publicó un libro titulado “La loca de la Eucaristía”. El autor trataba de demostrar la gran devoción de Santa Teresa a Jesús Sacramentado, no sólo para acompañarle en el sagrario, sino en la comunión. Así, en sus fundaciones, lo primero que hacía era poner el sagrario y que el Santísimo acompañara a sus monjas.

En los capítulos 28 y 29 del Libro de su Vida nos habla de unas visiones en torno a Jesús resucitado, después de haber comulgado. “Un día de san Pablo -escribe- estando en misa, se me presentó todo esta Humanidad sacratísima como se pinta resucitado... con tanta hermosura y majestad, como particularmente escribí a vuestra merced”. Sigue diciendo: “Digo que, cuando otra cosa no hubiese para deleitar la vista en el cielo sino la gran hermosura de los cuerpos glorificados, es grandísima gloria, en especial ver la Humanidad de Jesucristo, Señor nuestro, conforme a lo que puede sufrir nuestra miseria; ¿qué será adonde del todo se goza tal bien?”

En el capítulo 29 podemos leer: “Casi siempre se me representaba el Señor así resucitado, y en la Hostia lo mismo. Si estaba en tribulación que me mostraba las llagas, algunas veces la cruz y en el huerto y llevando la cruz. Mas siempre la carne glorificada”.

En el libro El Camino de Perfección, en el capítulo 34 afirma: “Mas esta persona, habíala el Señor dado tan viva fe, que cuando oía a algunas personas decir que quisieran haber vivido en el tiempo que andaba Cristo en el mundo, se reía entre sí, pareciéndola que, teniéndole tan verdaderamente en el Santísimo Sacramento. ¿Qué más se deseaba?”

Volviendo al Libro de la Vida, escribe: “Viénenme algunas veces unas ansias de comulgar tan grandes, que no sé si se podría encarecer. Acaecióme una mañana que llovía tanto que no parece hacía para salir de casa, era mi deseo tan grande que aunque me pusieran lanzas a los pechos, me parece entrara por ellas, cuanto más aguas”.

La Santa nos advierte que siempre ha de estar por delante la humildad... nuestras fuerzas están y vienen de Dios.

Germán García Ferreras

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