lunes, 8 de abril de 2013

El potente lenguaje de los signos y gesto

Me parece que el Papa Francisco comienza ya a destacarse más por lo que hace que por lo que dice. Lo que nos dice es sencillo y breve. En cambio, lo que hace comienza a ser noticia. Sus gestos son significativos. Sus pequeños signos, elocuentes. Y sus gestos y signos resultan más fuertes y contundentes que sus mismas palabras. Se oyen más.

Un día, este Papa nos sorprende con sus zapatos negros, ya gastados, en una audiencia general; rechaza los zapatos rojos de piel costosa. En el día de su aparición pública como Papa, llama la atención el hecho de que se ha “olvidado” endosarse el sobre-vestido con ribetes de piel de armiño, signo de realeza. Últimamente nos dicen lo periódicos que, al menos de momento, se queda en la residencia Santa Marta, donde vivirá acompañado de otros obispos y sacerdotes. El Papa Francisco busca, sin duda, la simplicidad de vida, como hacía san Francisco de Asís.


Jesús nos inculca a sus seguidores que anunciemos el Reino de su Padre no sólo con la palabra, sino sobre todo con las obras. Pero los gestos y signos sólo significarán algo en alguien, si van acompañados de una clara coherencia de vida. De lo contrario, pueden convertirse en propaganda demagógica y hasta hipócrita. No es el caso del Papa Bergoglio, según comenzamos a vislumbrar. Él ha llevado siempre una vida austera. Otros papas, sin duda, han sido igualmente pobres y humildes. Pero tal vez no afinaron tanto este lenguaje de los símbolos, gestos y signos. O tal vez los mostraron en otros detalles y manifestaciones de su vida que también el pueblo de Dios ha sabido ver y reconocer. Benedicto XVI, por ejemplo, nos ha dejado el gesto de su retiro, porque, según ha dicho, “ya no tengo fuerzas”.

El lenguaje de los gestos, signos y símbolos en la Iglesia debe ir estrechamente unido al de la palabra. La Iglesia es ella misma un signo o sacramento del encuentro de los hombres con Dios y de ellos entre sí -según nos dijo el Vaticano II. O nos hacemos significativos con la vida que llevamos, o condenaremos a la esterilidad todo lo que predicamos...

Los signos y gestos de Jesús confirman lo que sus labios predican. Y dejan entrever un estado nuevo de cosas, en el que el Reino de Dios va a ser para el creyente lo primero y más importante. Jesús distingue entre lo esencial del Reino de su Padre y lo que es pura añadidura. En la Iglesia, muchas veces, hemos dado más importancia a lo accesorio que a lo esencial, tal vez porque la “añadidura” nos resulta más cómoda o ventajosa que ir al meollo, a lo fundamental del mensaje.

Hoy necesitamos coherencias evangélicas que se plasmen en gestos y signos inequívocos de por dónde el Espíritu de Dios sopla y nos invita a caminar. Descifrar, en la historia presente, gestos y signos es un don que solo perciben los que buscan y confían sin descanso. Estos siempre serán capaces de ver más allá de lo que un pasivo observador sabe ver o registrar en su mente. Pero, ¡ay!, todavía abundan los necios a quienes solo convence el griterío hueco. Ya saben ustedes aquello que se cuenta: El necio, cuando el dedo apunta hacia un determinado lugar o situación, se queda embelesado mirando al dedo, sin querer saber nada de aquello hacia lo que el dedo apunta. San Francisco de Asís se lo dijo, un día, al hermano León: “Vete, hermano, a predicar, pero hazlo con el ejemplo de tu vida. Ahórrate las muchas y desgastadas palabras”. Y es que el de Asís fue un predicador no tanto de palabras cuanto de gestos y signos inequívocamente evangélicos.
Eduardo de la Hera

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