sábado, 16 de febrero de 2013

Poner la otra mejilla

El 30 de enero hemos celebrado el Día Escolar de la Paz y la No Violencia, un día que se dedica a enseñar a nuestros niños y jóvenes el valor de la concordia y la tolerancia. Suele recordarse en tal fecha a Mahatma Gandhi, un símbolo moderno del comportamiento pacífico. Una de sus frases más famosas fue: «no existe un camino para la paz, la paz es el camino». Pues bien, dicha consigna tiene unas implicaciones que van más allá de la admiración y que, con todo el respeto hacia el sabio hinduista, forman parte de nuestra médula moral como cristianos.

Porque... ¿no se dijo mucho antes eso de «poner la otra mejilla» o «amar a nuestro enemigo»? ¿No sucedió la muerte de nuestro Maestro como consecuencia de su radical compromiso por la paz? No obstante nadie habla de Jesús en ese día (ni de San Francisco y sus deseos de obrar como «instrumento de paz»); algo hemos hecho mal los cristianos para que semejantes ejemplos universales sean obviados como patrimonio de todos. A lo mejor no los hemos tomado en serio, a lo mejor los hemos interpretado “a nuestro modo”... a lo mejor, quién sabe, Jesucristo se siente atrapado entre los muros de nuestro mal ejemplo.


Y es que eso de «poner la otra mejilla»... ¡cuántas veces nos ha parecido exagerado! ¡Cuántas lo hemos considerado de tontos, propio -en palabras de Nietzsche- de una «moral de esclavos»! Pasados 2000 años, no nos hemos enterado de qué va (o no hemos querido). Sin embargo Jesús habló bien claro; es más, nos dio un esencial ejemplo desde la cruz, cuando se atreve a perdonar a sus propios verdugos. ¡Mucho más que una mejilla! Nosotros en cambio, aunque creyentes, preferimos racionalizar aquel hecho tan simple, matizarlo, y desarmamos así “el poder de los mansos”.

«Poner la otra mejilla» no significa callar ante las inmoralidades, aceptar todo mal de un modo estoico, como parte de un destino implacable que el Todopoderoso nos tiene reservado. ¡Así hacemos a Dios cómplice de muchos males que, por desgracia, nacen del corazón humano! Dios no ha venido a dar ejemplo de aguante físico y psicológico, y aunque tales virtudes son buenas para ciertos dolores inevitables (enfermedades, catástrofes naturales), rayan el masoquismo en otros desarreglos nacidos del pecado. A Jesús lo vemos aguantando su dolor... pero sólo para aliviar el de otros. Soporta las críticas, el rechazo, la incomprensión... como parte de su misión. ¿Y en qué consiste sino en acabar con el pecado, con las injusticias labradas por algunos semejantes? ¡Tal es el camino para la paz!

«Poner la otra mejilla» tampoco implica “rebajarse”, en su sentido más común. El respeto posee dos caras, el que debemos a los otros y el que nos deben. Como cristianos debemos hacernos respetar, aunque no de cualquier modo. Jesús practica el perdón, pero también la corrección. Cuando perdonamos en nombre de Dios evitamos que el conflicto vaya “a mayores”, que se produzca una escalada del clima violento; obviamos la falta para no echar más leña al fuego... Pero eso no significa que debamos reincidir como víctimas. El perdón debe ser vivido por quien es perdonado como un regalo, no como un derecho nacido de su poder sobre ti. «Ofrecer la otra mejilla» se entiende así como gesto valiente y generoso, como don, y sólo dona quien posee dignidad. Si el que agrede no entiende la grandeza de tu gesto, el bien que nace para los dos... quizá no lo merezca. ¡Sacude el rencor como el polvo de tus sandalias, por tu parte has quedado liberado!

¡Qué difícil «poner la otra mejilla»! ¡Y qué distinto sería el mundo! Jesús se alza como ejemplo vivo, para cristianos y no... ¡un ejemplo tan necesario! Aunque, como «instrumentos de su paz», debemos empezar por casa... ¿Cómo? Tal vez tomando en serio este precepto.

Asier Aparicio Fernández
Pastoral Social

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