domingo, 3 de febrero de 2013

La Resurrección y el Misterio de Jesús

Fe cristiana y resurrección de Jesús. Hoy mucha gente está entusiasmada por Jesús de Nazaret, un hombre libre, un hombre para los demás, profeta de un mundo más justo y más fraterno, pero no admiten su resurrección. Si fuese así, no sería el Salvador. La esperanza humana de una salvación sería en vano y la muerte tendría dominio sobre los hombres. San Pablo lo advierte en una de sus cartas: «Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también vuestra fe» (1 Cor 15, 14). Sin la resurrección, la muerte en la cruz de Jesús no nos salva y la Iglesia nada nuevo tendría que decir a la humanidad. Pero no, la fe cristiana es desde el principio fe en Jesucristo, resucitado de entre los muertos. De nuevo nos lo recuerda San Pablo: «Porque yo os transmití en primer lugar lo que también yo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; y que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras» (1 Cor 15, 3-4). 

El porqué de la fe en la resurrección de Jesús. Con la muerte violenta y vergonzosa de Jesús en la cruz parecía que todo había acabado. También los discípulos de Jesús entendieron su muerte como el fin de sus esperanzas. El final de Jesús en la cruz parecía ser no sólo el fracaso de la vida de Jesús, sino el hundimiento de su mensaje del reino de Dios. ¿Qué puede, pues, explicar el comienzo de la Iglesia y la fuerza prodigiosa del cristianismo primitivo? La respuesta del Nuevo Testamento a esta cuestión es totalmente clara: los discípulos de Jesús anunciaron muy poco después de la crucifixión que Dios Padre lo había resucitado, que quien habían visto en la cruz se les había mostrado vivo y que el mismo Jesús resucitado los había enviado a ellos a anunciarlo por todo el mundo. Además, tal era su convencimiento, que estaban dispuestos a morir por su mensaje. No podían callar lo que habían experimentado. 

Los testimonios sobre la resurrección. El Nuevo Testamento está lleno de testimonios sobre la resurrección de Jesús. Sin ella no se explicaría la certidumbre de los Apóstoles, ni la fe de los primeros cristianos, ni siquiera la aparición de los evangelios. Los testimonios de la Pascua de Resurrección siguen dos tradiciones diferentes. El anuncio de la Pascua (Kerygma) lo tenemos en fórmulas muy breves, muy antiguas y generalmente relacionadas con la liturgia. Así, por ejemplo: «Verdaderamente ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón» (Lc 24, 43). O bien: «Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras y se apareció a Cefas y luego a los doce» (1 Cor 15, 3-5). (Véase también Hch 2, 32; Hch 10,40; y 1 Tm 3, 16). Otra línea de tradición son los relatos sobre el sepulcro vacío y los relatos de las apariciones del Resucitado a algunos discípulos, como en el caso de los discípulos de Emaús (Lc 24, 13-43) o la aparición a los Apóstoles en el Cenáculo el día de Pascua y luego, con Tomás presente, ocho días después (Jn 20, 10-19). En todos los testimonios se dice lo mismo: Cristo no permaneció en el sepulcro, sino que resucitó de entre los muertos. 

El significado de la resurrección de Jesús. La resurrección de Jesús no fue un retorno a la vida terrena, como en el caso de las resurrecciones que él había realizado antes de Pascua: la hija de Jairo, el joven de Naím, o la resurrección de Lázaro. Estos hechos eran acontecimientos milagrosos, pero las personas beneficiadas por el milagro volvían a tener, por el poder de Jesús, una vida terrena “ordinaria”. En cierto momento, tendrían que volver a morir. La Resurrección de Cristo es esencialmente diferente. En su cuerpo resucitado, pasa del estado de muerte a otra vida más allá del tiempo y del espacio: vuelve al Padre, para vivir eternamente en el reino de los cielos. El Credo que recitamos todos los domingos resume así esta verdad: «Al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos, y está sentado a la derecha del Padre, desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos y su reino no tendrá fin». La divinidad de Jesús es confirmada por su resurrección. Los discípulos le vieron en gloria y majestad, manifestado como Hijo de Dios. La Resurrección de Jesús es la confirmación y la revelación de lo que Jesús antes de la Pascua afirmó ser: su dignidad de Hijo de Dios. «Yo y el Padre somos uno... Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis, pero, si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre» (Jn 10, 29. 37-38). 

La resurrección de los muertos. Por último, la resurrección de Jesús y su entronización junto a Dios con poder divino no es para el Nuevo Testamento un acontecimiento aislado, sino el comienzo y la anticipación de la resurrección de los muertos. Jesús es el primogénito de los resucitados. Él es el principio y la garantía de nuestra resurrección tras la muerte. En Él está la esperanza de nuestra futura resurrección. De nuevo nos lo explicará San Pablo: «Cristo ha resucitado de entre los muertos y es primicia de los que han muerto. Si por un hombre vino la muerte, por un hombre vino la resurrección. Pues lo mismo que en Adán mueren todos, así en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno en su puesto: primero Cristo como primicia; después todos los que son de Cristo, en su venida» (1 Cor 15, 20-23).

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