domingo, 10 de febrero de 2013

La Cuaresma

Qué es la Cuaresma. La Cuaresma es el tiempo del año litúrgico destinado a la preparación para la celebración del misterio pascual de Cristo. Comienza el miércoles de ceniza y termina en la tarde del jueves santo, justo antes de comenzar la “Misa en la Cena del Señor”. Según el Papa San León Magno, la Cuaresma es «un retiro colectivo de cuarenta días, durante los cuales la Iglesia, proponiendo a sus fieles el ejemplo de Cristo en su retiro al desierto, se prepara para la celebración de las solemnidades pascuales con la purificación del corazón y una práctica perfecta de la vida cristiana». El Catecismo de la Iglesia Católica retoma esta idea y la expresa de la siguiente manera: «La Iglesia se une todos los años, durante los cuarenta días de la Gran Cuaresma, al Misterio de Jesús en el desierto» (n. 540).

En efecto, la duración de cuarenta días recuerda el tiempo que pasó Jesús en el desierto, preparándose para su misión de anunciar a las gentes el Evangelio del reino de Dios. En las lecturas de los cinco domingos del tiempo de Cuaresma, más el domingo de Ramos, son dominantes los temas de la conversión, de la penitencia, del pecado y del perdón de Dios al hombre. Es por excelencia el tiempo de conversión y de penitencia del año litúrgico. Por eso no se canta el “Gloria” ni el “Aleluya” en las misas, que se reservan para expresar la alegría de la gran fiesta de la Pascua. Igualmente, el color litúrgico de las vestiduras sacerdotales y de los adornos del altar es el color morado, que en la cultura occidental está asociado al duelo, a la penitencia y al sacrificio.

El miércoles de ceniza. La Cuaresma comienza con el miércoles de ceniza. Con este signo se quiere transmitir al cristiano de todas las épocas dos verdades fundamentales para toda su vida: la caducidad de la vida humana, simbolizada en el polvo y en la ceniza, y la necesidad de la conversión interior a Cristo y a su Evangelio, buscando la santidad.

La ceniza es en la Biblia un signo de penitencia. Recuerda una antigua tradición del pueblo hebreo, que cuando se sabían en pecado o querían purificarse, se cubrían la cabeza de ceniza y se vestían con un saco de tela áspera. Nos lo atestigua el profeta Jeremías al decir: «Vístete de saco, hija de mi pueblo; revuélcate en la ceniza. Llora como se llora por el primogénito, llora amargamente, porque de repente vendrá sobre nosotros el invasor» (Jer 6, 26). El ejemplo típico es el de Nínive ante la predicación de Jonás: «Los ninivitas creyeron en Dios, ordenaron un ayuno y se vistieron de saco, y el rey se sentó en la ceniza» (Jon 3, 5-6). Con la aceptación de la ceniza sobre nuestras cabezas nos reconocemos pequeños, caducos y pecadores, necesitados del perdón y de la salvación de Dios, pues venimos del polvo y al polvo volveremos.

El rito de la imposición de la ceniza es muy sencillo: el sacerdote impone la ceniza a cuantos se acercan a recibirla, mientras dice una de estas dos fórmulas: «Acuérdate que eres polvo y en polvo te convertirás», o bien «Conviértete y cree en el Evangelio». Las dos fórmulas se complementan, pues la primera nos recuerda la caducidad de la vida humana, la segunda apunta a la actitud de conversión interior, la actitud específica de este tiempo penitencial.

Las obras de penitencia. La Cuaresma, en contra de lo que se piensa frecuentemente, no debe ser un tiempo triste. Al contrario, debe ser un tiempo iluminado por el deseo de participar en el misterio pascual de Jesucristo: unidos por el bautismo y la eucaristía a su muerte, vivimos ya muertos al pecado, a la espera de resucitar gloriosamente con él a la vida eterna.

Para avanzar por este camino de muerte al pecado y de resurrección a una vida nueva, la Iglesia nos propone una serie de ejercicios piadosos, que si bien deben ser constantes en la vida del cristiano que se toma en serio su vida de fe, deben incrementarse en estos días especiales de conversión. Por ello, la Cuaresma debe ser un tiempo del año dedicado a una oración más intensa, a la lectura diaria de la Palabra de Dios y a la solidaridad con los más necesitados, entre otros ejercicios de piedad. Además, es un tiempo en el que se debe profundizar en la naturaleza del pecado como ofensa a Dios y a efectuar una confesión sacramental de los pecados cometidos, para participar dignamente de la Eucaristía pascual.

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