domingo, 17 de febrero de 2013

Creo en el Espíritu Santo

Quién es el Espíritu Santo. En el Credo decimos cada domingo: «Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador e vida, que procede del Padre y del hijo, y que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas». El Espíritu Santo, en palabras de Benedicto XVI, «es la fuente de nuestra vida nueva en Cristo, el alma de la Iglesia, el amor que nos une al Señor y entre nosotros y la luz que abre nuestros ojos para ver las maravillas de la gracia de Dios que nos rodean». El Espíritu Santo, la tercera persona de la Santísima Trinidad, se da a conocer en la vida de Jesús y en la de su Iglesia.

El Espíritu Santo en la vida de Jesús. En el relato de la Anunciación, según lo narra el evangelista San Lucas, el mensaje que el ángel transmite a María consiste en la elección que Dios ha hecho de ella para que sea la madre del Mesías esperado por Israel. Pero, ante la duda de María de cómo podría ser esto, por no haber tenido relación con un varón, Gabriel le revela el contenido profundo de su mensaje: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios» (Lc 1, 35). El Espíritu Santo fecundará las entrañas de María; por eso su hijo no será solamente un hombre enviado por Dios para ser su heraldo en la tierra, sino el mismo Hijo de Dios, que se hará hombre en su seno. El villancico popular acertará plenamente cuando canta: «Díme, niño, de quien eres, todo vestidito de blanco. Soy de la Virgen María y del Espíritu Santo».

En el Bautismo de Jesús en el río Jordán volverá a manifestarse el mismo Espíritu Santo, cuando descienda sobre él en forma de paloma. El Espíritu unge suavemente a Jesús, como eran ungidos los profetas y los reyes, para capacitarle para su misión de anunciar el mensaje del reino de los cielos, que le había confiado el Padre. Y tras la unción en el Jordán, el Espíritu le impulsa a ir al desierto para prepararse interiormente para su misión. El Espíritu Santo se manifiesta así como la fuerza que mueve a Jesús en su vida pública.

El Espíritu Santo en la Iglesia primitiva. Tras la muerte de Jesús en la cruz todo parecía haber terminado. Los apóstoles están preparando la marcha hacia Galilea, su región de origen, para volver a su trabajo anterior. Pero, poco tiempo después, tiene lugar algo inesperado. De nuevo, la fuerza divina irrumpe sobre la tierra, impulsando a aquellos hombres temerosos a comenzar la ingente labor de anunciar el Evangelio de Jesucristo por toda la tierra. El evangelista San Lucas nos lo contará en su libro Hechos de los Apóstoles: «Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse» (Hech 2, 4). En Pentecostés, la Iglesia no es constituida por voluntad humana, sino por la fuerza del Espíritu.

Y para que no se olvidase el recuerdo del mensaje de Jesús y el testimonio de su muerte y resurrección en favor de los hombres, antes de que muriesen los testigos directos de estos hechos, «los mismos apóstoles y otros de su generación pusieron por escrito el mensaje de la salvación inspirados por el Espíritu Santo» (Vaticano II, DV 7). El Espíritu Santo es la Palabra que sale a nuestro encuento en los escritos del Antiguo y del Nuevo Testamento.

El Espíritu Santo en la Iglesia actual. En nuestros días, el Espíritu Santo sigue llevando a cabo calladamente la obra de santificación de los discípulos de Jesucristo y guiando a la Iglesia hasta su consumación en el reino de los cielos. Cuando el sacerdote derrama agua sobre la cabeza de un niño, invocando al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, es este mismo Espíritu el que continúa la obra de Jesucristo, haciendo del neófito un hijo de Dios por adopción e infundiéndole la gracia santificante, que borra la herencia del pecado original. Cuando el Obispo marca la frente del joven con la señal de la cruz, dice al confirmando: «recibe por esta señal el don del Espíritu Santo» y el chico o la chica salen fortalecidos con la gracia del Espíritu para ser testigos de Cristo en el mundo. Y cuando se celebra la Eucaristía, al poner el ministro sus manos sobre el pan y el vino, invoca también al Espíritu Santo diciendo: «te pedimos que santifiques estos dones con la efusión de tu Espíritu, de manera que sean para nosotros Cuerpo y Sangre de Jesucristo, nuestro Señor». Lo mismo podríamos decir de los restantes sacramentos.

San Ireneo resumirá toda esta acción del Espíritu Santo en la Iglesia diciendo: «Donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios, y donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda gracia. El Espíritu es la verdad; alejarse de la Iglesia significa rechazar al Espíritu... y por eso excluirse de la vida».

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