martes, 19 de febrero de 2013

Cimentado sobre roca

Álvaro es uno de los dos jóvenes que este año ha ingresado en el Seminario Mayor. Esto es lo que escribía para el blog de los Seminarios de Castilla

Cuando uno lleva mucho tiempo esperando la llegada de un acontecimiento importante, puede suceder que, ante las altas expectativas que se ha creado, llegado el momento se sienta desilusionado pues lo que espera no coincide con lo encontrado finalmente.
 
Más de tres años han pasado ya desde el día en que comencé a tomarme en serio la posibilidad de ingresar en el Seminario Mayor de Palencia. Años de espera en los que he fantaseado con la idea del primer día: en mi futura casa, en los compañeros con que me tocaría compartir ese momento... Infinidad de ilusiones puestas en esa hipotética jornada. Más de tres años de espera en los que he comenzado a comprender lo que supone desear algo con todas las fuerzas: luchando día a día por no desfallecer. Días de estudio, de sacrificio, de dudas... Meses de discernimiento en que te vienen a la cabeza buenos motivos para dar marcha atrás (soledad, renuncias voluntarias, separación temporal de la familia y los amigos...). Más de tres años cargados de esperanza que me han acompañado hasta el día 1 de octubre.

 

Comenzaba este texto hablando de la desilusión y el “vacío” que uno puede sentir cuando espera un acontecimiento con mucha ilusión y éste termina por no cumplir sus expectativas... Se me olvidó añadir que eso que ocurre tan a menudo, se debe a que las ilusiones están asentadas, a veces, sobre esperanzas finitas... Sobre cosas que, antes o después, acabarán por venirse abajo como castillos en el aire.
 
El día 1 de octubre no ha sido como lo esperaba... ¡Ha sido mucho mejor! Y creo que esto se debe a varios motivos: A que durante estos tres años he tratado de cimentar la casa sobre la Roca, tratando al Señor en los Sacramentos de la Eucaristía y la Reconciliación, escuchando su voz en la Palabra y viviendo en la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo. A que mis intenciones no las mueven el orgullo, el egoísmo, la codicia... sino el Amor, al que trataré de dar respuesta cada día; un Amor que no me aleja de los seres queridos. ¡Al contrario! Por este Amor comprendemos y expresamos mejor nuestro amor a la familia, a los amigos... incluso a nuestros enemigos. Y, la principal de todas, a que el día 1 de octubre no era la meta sino un pequeño (y necesario) peldaño en la escalera que me conduce a Dios, Aquel que todo lo puede y en quién todo lo puedo, porque Él es quien me conforta.
 
Antes de concluir os ruego que recéis por mis compañeros y por mí, para que seamos fieles, para que perseveremos y sepamos levantarnos de las muchas caídas del camino hacia la santidad. Gracias.
 
Álvaro P. A.

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