domingo, 27 de enero de 2013

Pasión y Muerte del Señor

Por qué murió Jesús en la cruz. Los cristianos estamos acostumbramos a que la vida de Jesús de Nazaret acabase en una muerte violenta. La devoción popular se compadece al ver las imágenes de un Cristo ensangrentado clavado en una cruz, pero pocas veces se pregunta por qué un hombre bueno, que hablaba de Dios y que predicaba el amor al prójimo, acabase abandonado de todos y con una muerte tan ignominiosa que estaba reservada tan sólo para los esclavos o los rebeldes políticos. En esta catequesis vamos a intentar reflexionar sobre los motivos históricos y religiosos que llevaron a Jesús a tener un final tan trágico. 

La pretensión de Jesús. Si Jesús se hubiera conformado con comentar la Palabra de Dios contenida en los libros de lo que llamamos el Antiguo Testamento y explicarla a la gente, se le hubiera considerado un rabino más y no le hubiese pasado nada malo. Pero Jesús se presentó ante el pueblo como la voz misma de Dios, que interpreta con autoridad la ley que Yahveh dio a Moisés, que perdona los pecados, algo que sólo Dios puede hacer, que llama al pueblo a definirse a favor o en contra suya como representante personal del reino de Dios y que se atreve a llamar a Dios “Abbá” (Padre), considerándose Hijo suyo e igual a él. Ahora bien, esta conciencia de sus relaciones con Dios es algo único y extraordinario. Sus pretensiones superaban con mucho las de cualquier rabino o sacerdote del templo de Jerusalén, por lo que lo escuchaban tuvieron que plantearse seriamente la pregunta de quién era realmente Jesús y qué había que hacer con él: aceptar su mensaje o rechazarlo. 

El Viernes Santo. Jesús sabía perfectamente que los fariseos y los saduceos, los dos grupos religiosos más importantes del pueblo judío, estaban tramando su muerte. También sus discípulos se daban cuenta, por lo que se mostraban reacios a subir a la ciudad santa. La entrada triunfal en Jerusalén, la expulsión de los mercaderes del templo y las aclamaciones mesiánicas del pueblo alarmaron a las autoridades, que finalmente mandaron detenerle.

Jesús fue juzgado primeramente por las autoridades religiosas del momento, reunidas en el Sanedrín o Parlamento del pueblo. Le acusaron de falso profeta y de blasfemo, por pretender ser Hijo de Dios. Los evangelistas nos narran cómo aconteció este proceso (Véase Mc 14, 53-65). Pero, como no podían darle muerte, ya que los romanos, que dominaban el país, habían prohibido al Sanedrín castigar con la pena capital, tuvieron que presentar a Jesús ante el gobernador militar Poncio Pilato, acusándolo de proclamarse “rey de los judíos”, lo que equivalía a un delito de rebelión contra el poder de ocupación de Roma. Pilato, presionado por las autoridades judías, condenó a Jesús como rebelde político a morir crucificado (Véase Mc 15, 1-15). 

La muerte de Cristo, redención de los hombres. La muerte del Señor en la cruz representa al mismo tiempo el pecado de los hombres y el perdón definitivo de Dios al mundo. El crucificado es la imagen viva del peor crimen que nunca haya podido cometer la humanidad. Dios envía a su Hijo al mundo para salvar al hombre caído por el pecado de Adán y los hombres, representados por aquellas autoridades judías del momento, lo rechazamos, condenándolo a una muerte particularmente cruel. Se cumplen así dramáticamente las palabras del evangelista San Juan: «Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron» (Jn 1, 11).

Pero Jesús, sabiendo lo que le iba a suceder, no sólo no huyó, sino que soportó su muerte como expiación de los pecados. Jesús acepta ser «el cordero de Dios que quita los pecados del mundo», cumpliendo así la profecía de Isaías: «mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos» (Is 53, 11). Sus palabras en la cruz revelan el sentido profundo de su muerte: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 34). La cruz es así, por un lado, el signo del pecado de la humanidad que rechaza a Dios y, por el otro, el signo del amor y del perdón definitivo de Dios a los hombres.Considerando la cruz de Cristo como salvación y reconciliación con Dios, un conocido teólogo contemporáneo, Olegario González de Cardedal”, afirma: “La salvación en el Nuevo Testamento es un hecho acontecido en Cristo que implica la liberación de los poderes del mal, el perdón del pecado, la redención de la pena y la renovación por el Espíritu Santo. Su contenido positivo es la reconciliación con Dios, la participación de la fidelidad de Jesús, la gracia, el perdón y la reconciliación realizada por Dios”.

La liturgia del Viernes Santo expresa el carácter liberador y victorioso de la pasión de Jesucristo cuando proclama al venerar la cruz: «Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo. ¡Venid a adorarlo!».

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