jueves, 6 de diciembre de 2012

Jesús, Niño

Algunos periódicos españoles, cuando han comentado el libro del Papa Ratzinger, “La infancia de Jesús”, al hablar de este Niño, solo se han fijado en la mula y el buey. Es lo que ocurre, hoy día, con cierto precipitado periodismo. Sobre todo, cuando se tocan temas religiosos, hay periodistas que salen por peteneras. Comentan lo anecdótico y se saltan lo esencial. Se tragan el camello y cuelan el mosquito. Sin entrar en más connotaciones (ya que ni siquiera leen el libro), rápidamente dictaminan. Lo que se dice: “coger el rábano por las hojas”. Y es así como estafan al gran público, que no tiene mucho tiempo de leer y se fían de los informadores.

En España hay comunicadores que no comunican nada serio: les gusta frivolizar, sobre todo si son noticias de Iglesia. Puro amarillismo informativo. Pero el libro del Papa Benedicto XVI, como ha dicho Gianfranco Ravasi, presidente del Pontificio Consejo para la Cultura, no tiene nada de frívolo ni, mucho menos, de pintoresco. En cambio, aporta al lector inteligente al menos tres claves de lectura, para comprender mejor la infancia de Jesús. Más aún, toda su vida y misión.

Según Gianfranco Ravasi, una primera clave para leer con provecho el libro de Benedicto XVI, es la de poner en relación la historia con la fe. Jesús y su nacimiento no son bellos mitos atemporales. El Hijo de Dios ha entrado en las tormentas de la historia y en los avatares de este mundo, asumiendo un cuerpo. Se ha hecho carne y sangre. Ha tiritado de frío y ha disfrutado del placer, como cualquiera. Los evangelistas, más allá de los géneros literarios empleados en la redacción, quieren dejarnos claro que, al contarnos el nacimiento de Jesús, están hablando de un Hombre judío en tiempos de Augusto y del rey Herodes. No hablan de un Niño Estrella, sino de aquel que necesitó pañales y leche que le suministró María, su madre.

Una segunda clave de lectura es la de que en este Niño se cumplen anhelos y esperas, profecías y advientos. En él culmina un largo y original recorrido que hace todo un pueblo, Israel, en contraste con otros pueblos contemporáneos. Jesús es judío, sí; pero un judío atípico que ayuda a repensar toda la Ley de Moisés, tal y como venía siendo enseñada y vivida por entonces.

La tercera clave es más interesante todavía: los relatos de la infancia de Jesús (como todos los relatos evangélicos) sirven para entendernos a nosotros mismos, y para interpretar lo que ocurre hoy en el mundo. Existe una complicidad entre lo que nos cuentan los evangelistas (la historia de Jesús) y sus potenciales lectores. Es significativo el ejemplo que usó Ravasi, al presentar el libro, cuando dijo que los gritos de las madres en la matanza de los inocentes, son los mismos gritos que pueden oírse actualmente en cualquier guerra: por ejemplo los lamentos que suben hasta el cielo desde Gaza por culpa de la guerra judeo-palestina.

Por último, sabido es que sobre la infancia de Jesús los evangelios canónicos no son muy expansivos: sólo Mateo y, sobre todo, Lucas nos dicen algo. Total, tenemos 180 versículos, que si bien es verdad que son hermosísimos, de hondo contenido teológico, y que han inspirado las artes desde hace dos mil años (desde la pintura y la música hasta la literatura y el cine), no es menos verdad que nos permiten comprender buena parte del resto de los relatos que los evangelistas nos dejaron sobre la vida y misterio de Jesús de Nazaret.

Sería un buen ejercicio para Adviento y Navidad leer el libro y saborearlo a fondo.

Eduardo de la Hera Buedo

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