domingo, 2 de diciembre de 2012

Creo en Jesucristo, el Hijo de Dios

Desde el comienzo, la persona de Jesús de Nazaret fue objeto de controversia. Sus milagros, su amor a los pobres y marginados, su predicación del Reino de Dios, su pretensión de ser el Mesías esperado por Israel, su unión con Dios -al que llamaba afectuosamente abba (Padre), considerándose como hijo suyo- hizo la gente se preguntase sobre su verdadera personalidad. ¿Quién era ese Jesús?

El evangelio de San Mateo nos describe la variedad de opiniones que corría entre la gente. «Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?” Ellos contestaron: “Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas”» (Mt 16, 13-14). También Herodes Antipas -rey de la Galilea- estaba confuso. Será San Marcos quien nos informa de esto, al referirnos la muerte de Juan el Bautista: «Como la fama de Jesús se había extendido, el rey Herodes oyó hablar de él. Unos decían: “Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos y por eso las fuerzas milagrosas actúan en él”. Otros decían: “Es Elías”. Otros: “Es un profeta como los antiguos”. Herodes, al oírlo, decía: “Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado”» (Mc 6, 14-16).

Encontramos también testimonios judíos antiguos sobre Jesús. Flavio Josefo -contemporáneo de los apóstoles- en su libro Antigüedades judías habla dos veces de Jesús. Al narrar la muerte de Santiago, pariente de Jesús, nos dice: «Anano reunió al Sanedrín de los jueces e hizo compadecer ante ellos a Santiago, el hermano de Jesús, llamado el Cristo, así como a algunos otros; los acusó de haber violado la ley y los entregó a la lapidación». En otro pasaje, transmitido por el obispo Agapio, del siglo X, dice: «Por esta época, hubo un hombre sabio llamado Jesús, de buena conducta, sus virtudes fueron reconocidas, y muchos judíos y de otras naciones se hicieron discípulos suyos. Y Pilato lo condenó a ser crucificado y a morir. Pero, los que se habían hecho discípulos suyos predicaron su doctrina. Contaron que se les había aparecido tres días después de su crucifixión y que estaba vivo. Quizás era el Cristo sobre el que habían dicho cosas prodigiosas los profetas». Los posteriores textos recogidos en el Talmud, en general, tienen un sentido más polémico sobre la vida y obra de Jesús.

Estos y otros testimonios nos hablan ciertamente de un personaje histórico, Jesús de Nazaret, que vivió en Palestina en el Siglo I de nuestra era. Para unos era un antiguo personaje de la historia del pueblo de Israel que había revivido; para otros un rabino, más o menos respetuoso con las tradiciones religiosas judías. En cualquier caso... un mero hombre. Sus pretensiones mesiánicas no pasaban de ser equivocaciones respecto de su misión. Un hombre bueno... pero sólo un hombre, que, en el mejor de los casos, enseñó una doctrina de amor al prójimo y de servicio a los demás. Todavía en nuestros días, no son pocos los que no dan el salto a la fe en Jesús, el Señor.

El pasaje de San Mateo anteriormente citado, termina con esta pregunta de Jesús a sus discípulos: «”Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Simón Pedro tomó la palabra y dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”» (Mt 16, 15-16). Hay aquí ya una confesión de fe: Jesús es el Mesías, el Señor, el Hijo de Dios hecho hombre. Nos encontramos ya con el testimonio de los cristianos. El Compendio del Catecismo (n. 82) comenta este texto diciendo: «“Cristo”, en griego, y “Mesías”, en hebreo, significan “ungido”. Jesús es el Cristo porque ha sido consagrado por Dios, ungido por el Espíritu Santo para la misión redentora. Él es el Mesías esperado por Israel y enviado al mundo por el Padre. Jesús ha aceptado el título de Mesías, precisando, sin embargo, su sentido: “bajado del cielo” (Jn 3, 13), crucificado y después resucitado, Él es el siervo sufriente “que da su vida en rescate por muchos” (Mt 20, 28). Del nombre de Cristo nos viene el nombre de cristianos» .

Los cristianos creemos que «Él es “el Hijo unigénito de Dios”» (1Jn 4, 9), la segunda Persona de la Trinidad. Es el centro de la predicación apostólica: los Apóstoles han visto su gloria, «que recibe del Padre como Hijo único» (Jn 1, 14) (n. 83). Esta es nuestra fe, ésta es la fe de la Iglesia.

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