sábado, 1 de diciembre de 2012

Adviento de un Dios que nos busca y sale siempre a nuestro encuentro

«Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo serán sacudidas. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación.
 
Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder y manteneros en pie ante el Hijo del hombre». 

(Lc 21, 25-28. 34-36)


Adviento de un Dios que nos busca y sale a nuestro encuentro; que sigue creyendo en los hombres a pesar de nuestros olvidos y rechazos; que hace nacer nuevas esperanzas de nuestras cenizas y desilusiones; que empuja a los hombres a crear justicia y derecho en la tierra.

En el Año de la Fe, nuestra respuesta al Dios que cree en nosotros ha de ser... creer más en Él: «Señor creo, aumenta mi fe» ¡Qué difícil vivir la tensión de la espera! ¡Qué difícil la espera de una visita segura pero sin fecha! ¡Qué difícil la escucha de la Palabra de Jesús. ¡Estemos alerta!

Vino en la debilidad de la carne. Viene en la oscuridad del misterio. Vendrá en majestad, vestido de gloria y de poder. En este contexto, tres son los puntos que pueden ayudarnos en este comienzo del Adviento. Echemos a andar desde los textos que nos propone la liturgia de la Palabra del I Domingo de Adviento, el próximo 2 de diciembre.

I. Seguir los caminos del Señor. Podríamos empezar por hacer nuestra la oración del Salmo 24: «Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas». Sabemos bien que a veces los caminos del Señor no coinciden con los nuestros, y que, en ocasiones, nos parecen imposibles. Un buen tema de reflexión en este Adviento, puede ser intentar ajustar lo más posible nuestros caminos a los proyectos que Dios tiene sobre nosotros y sobre el mundo que nos rodea. Proyectos de amor, justicia, paz, libertad...

II. Hacer crecer el amor. «Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos» (1Tes 3, 12-4, 2). San Pablo nos advierte que los caminos de renovación y conversión a los que nos invita el Adviento han de ser a nivel personal y comunitario. El deseo que manifiesta Pablo a la comunidad de Tesalónica ha de buscarse también en nuestras comunidades. Se trata de tomarse más en serio el hecho de amarnos, y de que la mejor manera de ensayar este encuentro es prepararlo, es dejar que Dios entre en nuestra vida y vivir la esperanza de la salvación.

Decían de las primeras comunidades cristianas... «miradlos cómo se aman». Este es el testimonio más valioso que podemos ofrecer a un mundo a menudo deshumanizado.

III. No tengamos miedo. Y un tercer tema de reflexión nos lo ofrece el relato del Evangelio (Lc 21, 25-28. 34-36), referido a la venida definitiva y final de Cristo. «Los hombres -dice el evangelio- quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad...». El miedo es siempre un mal consejero; y la pedagogía del miedo nunca puede dar buenos resultados. El miedo ahoga la vida, paraliza las fuerzas y nos impide caminar. Jesús, en su enseñanza, rechazó en numerosas ocasiones la actitud de miedo. Propongamos a Dios por la vía del enamoramiento y la correspondencia a su amor gratuito.

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Sobre la felicidad prometida: El Señor “cumplirá su promesa de felicidad”. No debemos olvidarlo nunca, y especialmente los días de sufrimiento. El deseo de Dios es que el hombre sea feliz. ¡Dios no está del lado de los verdugos sino del de las víctimas! La felicidad definitiva está relacionada con el retorno de Cristo “con gran gloria”. La felicidad de hoy, según San Pablo, consiste en: “Progresar y sobreabundar en el amor entre nosotros y hacia todos los hombres”. “Sobreabundar” quiere decir que estamos invitados a una ternura infinita.

Sobre nuestra verdadera dignidad: Es objetivo de Jesús que seamos ”dignos de estar en pie delante del Hijo del Hombre”. Comparecer de pie delante de Dios supone una verdadera consistencia humana y una conciencia por la cual el que se sabe pecador y limitado, se sabe también amado y perdonado, ya que “si nuestro corazón nos condena, Dios es más grande que nuestro corazón” (S. Juan). Con S. Pablo pidamos ser “establecidos firmemente en una santidad sin reproches delante de Dios nuestro Padre”.

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El Año de la Fe nos anima a profundizar sobre nuestra opción. En el comienzo del Adviento, la Palabra nos ofrece tres pensamientos: La Fe es confiar en Dios, aunque a veces sus caminos no coincidan con los nuestros. La Fe comporta profundizar en el amor comunitario, porque consideramos a los demás como hermanos y hermanas nuestros. La Fe nos ayuda a ir superando nuestras dudas y miedos.

D. Feliciano Pérez. Delegado Diocesano de Liturgia

 

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