jueves, 6 de septiembre de 2012

Sirviendo a los enfermos os acercamos a Dios

Juventud y valores, dos palabras que por desgracia no parecen ir de la mano en los últimos tiempos y que no debería ser así. Sin embargo, hay ejemplos como la XXVI Peregrinación Diocesana a Lourdes que invitan a la esperanza.

Setenta jóvenes palentinos peregrinaron al Santuario Mariano la primera semana de agosto para dedicarse al cuidado de los enfermos que no podían valerse por sí mismos, transmitirles también su cariño, cercanía y amor fraterno. Setenta jóvenes que podrían estar perfectamente en una playa de Ibiza, en una macrofiesta en Benidorm o simplemente tumbados en el sofá de su casa viendo como pasa de largo el descanso estival. Pero ellos eligieron esa opción, quién sabe por qué.

Esta peregrinación nos ha servido para acercarnos a Dios a través de varias vías. La primera, es evidente que estando cerca de aquellos que más nos necesitan, los enfermos de la Hospitalidad; la segunda, por la mediación de Nuestra Señora de Lourdes; la tercera, con la oración y lectura de Textos Sagrados; y la última, participando en la Eucaristía.

Son varios los testimonios que se han podido vivir y escuchar estos días, algunos de ellos les aseguro que ponen los pelos como escarpias y hacen enmudecer al que lo escucha. Como ejemplo una joven que llevaba más ocho años sin confesarse, tres días de oración y servicio a los enfermos bastaron para que en su interior surgiese la necesidad de reconciliarse con su Padre, que jamás la abandonó en ese tiempo.

Impresionaba, también, ver la felicidad desbordante y contagiosa que nos transmitían los enfermos, muchos de ellos inválidos, a los jóvenes voluntarios; una clara muestra del Don de Dios que es la vida y de cómo esta debe ser vivida con alegría en los momentos más complicados, pues siempre habrá algún buen samaritano dispuesto a estar con aquel que lo necesite.

Por último, algo que impacta y que es difícil de explicar, es ver la imperiosa necesidad que uno siente de postrarse de rodillas al llegar a la Santa Gruta dónde se apareció Nuestra Señora de Lourdes, incluso cuando el cielo descargaba su lluvia con virulencia, al igual que sucedió en la Vigilia con Su Santidad en Cuatro Vientos, no había rodilla que se mantuviese firme al encontrarse con la imagen de María.

En definitiva, una experiencia para ser vivida, que anima y da fuerzas para seguir luchando en el día a día para estar más cerca de Dios mediante la oración, pero también sirviendo a los que más lo necesitan, porque los cristianos “no hemos venido aquí para ser servidos, sino para servir”.

Rodrigo Mediavilla

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