El mejor termómetro para conocer la profundidad de nuestra
fe y la amplitud de nuestra caridad, está en el grado de espíritu misionero que
“anide” en nuestra alma. El Papa Pablo VI repetía frecuentemente que la
“Iglesia es esencialmente evangelizadora”. La Iglesia ha de ser
misionera para cumplir la razón de su ser en el Mensaje de Jesús.
San Juan de Ávila fue misionero de cuerpo entero... sin
necesidad de ir a las Indias, como pensaba y quería.
En 1526 se encuentra en Sevilla esperando ir a las Indias
con el dominico Fray Julián Garcés, obispo de Tlascala. Mucha gente acude a sus
misas y otros sacerdotes escuchan sus sermones admirando su piedad y sabiduría.
El mismo arzobispo, Monseñor Manrique -acompañado de “gente muy principal”-
escucha sus sermones... y le pide que permanezca en la diócesis, que desista de
ir a las Indias.
Ante la insistencia de San Juan de Ávila para marcharse...
el Prelado “le mandó por precepto de santa obediencia que se quedase en
Sevilla”. Y en Sevilla se quedó hasta convertirse en el Apóstol de Andalucía
como le conocerá la historia. No predicador, sino apóstol... porque además de
predicar, pasaba muchas horas en el confesonario y se ocupaba de la catequesis
de los niños.
Vivía en pobreza, no comía nada que pasase por el fuego y
las limosnas que recibía eran para comprar “leche, granadas y frutas”. Tampoco
tiene casa, y vive con otro sacerdote en casas de hospedaje. Recorre toda Andalucía,
creando colegios para formar a los sacerdotes y a toda clase de gente.
Misionero en los hospitales y asilos.
Santa Teresita -patrona de las misiones viviendo en un
convento de clausura, allá en el Carmelo de Lisieux, sin jamás pisar la India, China y Asia-
exclamará: “yo reclamo como palma, sufrir, que sufrir con creces es mi luz, por
salvar tan solo un alma, muriera, Señor, mil muertes en la cruz”.
Sus escritos siguen evangelizando en esta “Nueva
Evangelización” que nos pide el Papa, Benedicto XVI.
Germán García Ferreras
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