domingo, 24 de junio de 2012

Los animales no son tontos

Algunos han descubierto, como un gran hallazgo, que los animales no son tontos. Pero esto ya se sabía desde el principio del mundo. En la vieja filosofía escolástica una tesis proclamaba “animalia intellectu carent”, que traducido significa “los animales carecen de entendimiento”. ¿Carecen realmente de entendimiento?

Hoy se dice que los animales no es que carezcan de entendimiento, lo que ocurre es que cada animal (hombres y mujeres incluidos) lo ha desarrollado a su manera. Según capacidades, adaptaciones y otras circunstancias.

Por ahí circula una frase con intención: “Cuanto más conozco al hombre, más quiero a mi perro”. Y es que, además del entendimiento, debemos desarrollar otros valores: bondad, fidelidad, sentido de la amistad. Si queremos un desarrollo armónico, sostenido y no monstruoso, debemos desarrollar todas nuestras capacidades en una buena dirección. Pero no siempre los humanos andamos finos en esto de la bondad y fidelidad.

Los animales carecen de un tipo de entendimiento: el reflexivo. Parece que son incapaces de reflectar sobre sus actos. No se hacen preguntas ni proyectos de vida. Viven, sin más. Se alegran. Y sufren, cuando toca sufrir. Y mueren, cuando les llega la hora, aunque no sepan nada del desgarrón de la muerte.

El Génesis nos dice que la vida y el entendimiento del que Dios nos dotó, es variado, multiforme y bello. Dice más: dice que los animales también cantan la gloria de Dios. El Salmo 148 invita a las fieras y a todo el ganado, reptiles y pájaros alados, a alabar al Señor de los cielos (v. 10).

Todo el mundo está de acuerdo en afirmar que los animales son buenos compañeros del hombre, aunque ninguno, claro está, tan buen compañero o compañera como la “media naranja”. Él y ella. Adán y Eva. La pareja humana lleva en los genes vocación de compañeros. Y mucho más. Se complementan, se ayudan, se necesitan afectivamente. Y procrean con responsabilidad. O al menos, así debe ser...

¿Y las rupturas? Bueno, eso merece otro artículo. De paso, digamos que el amor hay que cuidarlo como las plantas jóvenes de los jardines.

Pero, volviendo a los animales, y sin caer en fanatismos, me parece justo y necesario ponerse siempre al lado de ellos. Sobre todo, cuando se los maltrata, abandona o mata sin más. España viene del mundo rural, donde se valoraba y quería a los animales. Con ellos casi se convivía. También es verdad que había personas crueles que los maltrataban; pero eran los menos. Y se los amonestaba. Quien es cruel con los animales, probablemente no esté lejos de serlo también con los humanos.

¿Hay un cielo para los animales? Seguramente. Muchos desearíamos que lo hubiera. Desde luego, si Dios ama todo lo que ha llamado a la vida, si mira con complacencia todo lo que respira, no es difícil entender que, supuesta la liberación universal de la que habla san Pablo en su carta a los romanos (8, 22-24), Dios haga un hueco en el cielo también para todos los animales buenos que en el mundo han sido y serán.

¿También para las hienas? No sé. Hienas y coyotes, según creo, matan para sobrevivir en lugares inhóspitos. El hombre mata con conciencia refleja en cualquier lugar y época. Lo atestiguan cada día guerras y asesinatos, terrorismos variados y crueldades sin número.

¿Mata el hombre para sobrevivir? Claro que no. Mata generalmente como táctica para medrar. O para hacer triunfar a una asquerosa, impresentable y ciega ideología. Algo que, por cierto, no hacen ni los animales más feroces.

Eduardo de la Hera Buedo

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