viernes, 11 de mayo de 2012

La Iglesia

¿Quién fue la Iglesia para san Juan de Ávila? ¿Cómo vivió su amor a la Iglesia? Un Jueves Santo, comentando los versículos de San Lucas, que se refieren a la última Cena -cuando Jesús encarga a Pedro y Juan que le busquen la casa- dice el santo: “No se nos pase por alto esta casa, porque ésta significa La Iglesia. Y ¡ay de quien no supiere esta Casa y morare en ella, porque tan imposible es salvarse fuera de ella, cuan imposible fue no ahogarse hombre que en el tiempo del diluvio no entrase en el arca, y aún más imposible!” [...] “No hay fuera de la santa Iglesia romana salud; no aprovechan buenas obras, como dice san Cipriano: Morir por Cristo fuera de la santa Iglesia romana no es martirio ni basta para salvarse; mas es perfidia y porfía, que martirio cristiano; porque no acepta Dios honra que le hagan si deshonran a su esposa la Iglesia”.

Y acude a San Agustín que dice: “Obras buenas fuera de la fe, son como quien anda fuera de camino, que mientras más anda y corre, más se aleja del camino y llega al despeñadero”. Y comenta: “Porque el que está fuera de la Iglesia, mientras más obras buenas hace, menos merecen nombre de buenas obras”.

En el mismo sermón expresa cuales son las señales de la verdadera Iglesia: Biblia y Sacramentos. Y comenta con mucha inspiración y gracia que Jesús les dice a Pedro y Juan: “seguid a un hombre que lleva un cántaro de agua” [...] “¡Válame Dios, y qué señal tan extraña, tan humilde y tan cierta y llena de significación!” [...] “Obscuras señas son, Señor”. Y acude a los Concilios Florentino y Tridentino. Su amor a la Iglesia y su aprecio por la Iglesia lo manifiesta en los famosos “Memoriales” que escribió para el Concilio de Trento.

Su amor, extraordinario y profundo, a la Iglesia, lo proclama en los escritos a los sínodos provinciales, sobre todo el de Toledo, siempre apuntando a la renovación personal y eclesial. Grita muy emocionado recordando los sacramentos: “¡Oh preciosísimos vasos, que contienen tal licor, que es la gracia, y en los cuales mora y obra la virtud de la sangre de Cristo, por la cual se nos ganó la gracia con que bien vivimos y nos salvamos!”.

Santa Teresa nos dirá que daría mil vidas por la más pequeña ceremonia de la Iglesia.
Germán García Ferreras

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