domingo, 13 de mayo de 2012

Ante el 1º de mayo

Mayo es un mes marcado por una tradición de lucha que arrancó un primero de mayo de 1886 en la industrial ciudad de Chicago. Un grupo de trabajadores organizó una movilización popular reclamando la jornada laboral de ocho horas en una época en que lo “natural” era trabajar entre 12 y 16 horas diarias. Los sucesos se volvieron violentos y lo que era el sistema democrático más avanzado del mundo terminó por encarcelar a un grupo de militantes populares condenando a algunos de ellos la horca. Con ello se intentó dar un escarmiento a toda la clase trabajadora de los Estados Unidos y quizá a través de ellos, a la de todo el mundo.

En memoria de aquellos compañeros, los obreros de todo el mundo eligieron el primero de mayo como jornada de lucha por sus derechos y de ratificación de su condición de ciudadanos libres, con plenos derechos, según lo recogían las propias constituciones de la mayoría de los estados modernos. No es de extrañar que en 1954 el papa Pío XII apoyara tácitamente esta jornada de memoria colectiva al declararla como festividad de San José Obrero. Actualmente se viene denominando a este día como Día Internacional del Trabajo. En nuestro país, es ya tradicional que cada primero de mayo nuestros trabajadores y trabajadoras, convocados por las organizaciones sindicales, tomen las calles para manifestarse de modo pacífico y puedan reivindicar así ante la sociedad y los poderes públicos sus legítimos derechos laborales.

Según la Doctrina Social de la Iglesia (Juan Pablo II, Laborem exercens, 2), el trabajo, independientemente de su mayor o menor valor objetivo, es “expresión esencial de la persona”. Cualquier forma de materialismo o de economicismo que intente reducir al trabajador a un instrumento de producción, a una simple fuerza-trabajo, o a un valor exclusivamente material, acabará por desnaturalizar la esencia del trabajo y lo privará de su finalidad más noble y profundamente humana; la persona es la medida de la dignidad del trabajo.

Ya el mismo Juan Pablo II, en los albores del siglo XXI, reconocía la profunda transformación que se había dado en el trabajo humano. Existen escenarios sociales nuevos que hacen todavía más urgente la necesidad de un desarrollo auténticamente global y solidario que sea capaz de alcanzar todas las regiones del mundo, incluyendo por supuesto, a las más desfavorecidas. Es preciso “globalizar la solidaridad” -decía el Papa-. A nadie se le escapa que la sociedad actual genera grandes desequilibrios económicos y sociales en el mundo del trabajo. Es una obligación moral afrontarlos con urgencia restableciendo la justa jerarquía de valores y colocando en primer lugar la dignidad de la persona que trabaja.

Los movimientos de Acción Católica en el mundo obrero, con motivo del primero de mayo, se preguntan cómo anunciar y manifestar la salvación de Jesús resucitado en la realidad social que hoy vive el mundo del trabajo. ¿Qué es lo que impide el proyecto de fraternidad y de universalidad que el creador pensó para el mundo y que los primeros cristianos supieron entender tan bien? (Hch 2, 44-45). La experiencia del amor de Dios en cada porción del Pueblo de Dios debe traducirse en un amor efectivo por todos los hermanos y hermanas que sufren, bien por carecer de trabajo, bien por trabajar de forma indigna. El amor cristiano no puede separarse de la lucha por la justicia.

“Mirar la realidad con esperanza” es el título del comunicado de los movimientos de Iglesia que se entregará en muchas parroquias de las diócesis españolas con motivo del día del trabajo. En él se habla de cinco propuestas concretas para ofrecer el Evangelio de Jesucristo al mundo del trabajo: 1) estilos de vida alternativos, austeros, sostenibles y solidarios; 2) compromiso en organizaciones sociales y sindicales para que éstas se preocupen por los sectores más empobrecidos; 3) denuncia de políticas que generen desigualdad y destrocen la vida humana; 4) hacer gestos, en las Iglesias diocesanas, que prioricen la preocupación por el mundo del trabajo y 5) difundir y ser fieles a los principios y orientaciones de la Doctrina Social de la Iglesia.

Nuestra diócesis cuenta con la experiencia de muchos años de trabajo en esta noble y evangélica preocupación por las personas más desfavorecidas. Nuestro Obispo, sensible también a los problemas sociales de sus diocesanos, está muy interesado en que los cristianos y cristianas de la Iglesia de Palencia conozcan la Doctrina Social de la Iglesia y así poder encontrar respuestas éticas a la actual crisis que padecemos. La Iglesia tiene mucho que discernir y más todavía que hacer. Ya hay propuestas e iniciativas diocesanas para desarrollar la conciencia social de nuestras comunidades y para establecer cauces de ayuda eficaces. Espíritu solidario y esperanza no nos falta.

¡Feliz día del trabajo!

Delegación Diocesana de Pastoral Social

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