viernes, 11 de mayo de 2012

Analfabetos digitales

Los analfabetos digitales (o digitalizados) ponen burro con uve (así, “vurro”) y les importa un comino; se quedan tan frescos. Los analfabetos digitales, rodeados de información, es muy poco lo que saben, porque les han dicho que todo está en la red. Y ellos lo tienen ahí asegurado, todo cogidito, todo en su sitio para cuando necesiten “bajarlo”. Y utilizarlo. ¿Para qué están, si no, en las redes, las enciclopedias universales y sabelotodo? Entre tanto, ellos andan ocupados en sus chateos, búsquedas anodinas y atrevidos recorridos o paseos por la nada, por lo que menos importa.

Los analfabetos digitales tienen el “rincón del vago” que les soluciona todas las dudas, y hasta les ayuda a hacer sus trabajos escritos. Basta con “bajar” el tema en cuestión, adornarlo o maquillarlo un poco, y ya está el trabajo académico hecho. Los profesores se han dado cuenta de ello, y desconfían “a priori” de este tipo de trabajos. Pero mientras tanto, ellos (los analfabetos digitales) han ido aprobando asignaturas, han ido pasando de curso, y ahí siguen. ¿Y si hay que repetir curso? ¡Qué más da! Al final alguien pagará las facturas: papá, la abuela o la administración.

Los “analfabetos digitales” al menos tienen razón en una cosa: gracias a las nuevas técnicas, nos ahorramos horas en buscar información. Horas que antes echábamos en manosear libros por las bibliotecas. Porque hay una información que ahora se encuentra en la red (¡bienvenida sea!), lo mismo que antes se encontraba en el Espasa o en cualquier otra enciclopedia de las que, hoy, duermen el sueño de la paz en las bibliotecas bien surtidas.

Pero los analfabetos digitales ya saben, si son inteligentes, que con la “investigación” cómoda y precipitada que ellos hacen, no vamos a ninguna parte. La “información” hay que estudiarla, pensarla, sistematizarla, si queremos aportar algo que merezca la pena al saber universal. Hay que echar horas en el estudio. Y si nos referimos a la investigación científica, muchas más horas. El matrimonio Marie y Pierre Curie (ella fue Nóbel de química a principios del siglo pasado) con escasos medios y en un laboratorio desmantelado hicieron experimentos increíbles sobre el “radium” y sus aplicaciones. Estudiar requiere sosiego, estímulo y vocación. Y dinero, claro. No todos, hoy, tienen estímulo ni sosiego. Ni mucho menos, vocación. Y encima, para colmo de males, no hay dinero.

Y otra cosa más: Los años que dedicamos al aprendizaje, deberían ser también años de formación de la voluntad. Deberían ser años de asimilar valores, de crear hábitos de trabajo, de educarnos. Desde luego, no deberían ser años de aparcar responsabilidades, mientras llega la hora de asumirlas. Auténticos años de “formación”, sí señor, y no sólo de pasear libros por las aulas. O de “empollarlos” para aprobar un examen. La reforma que necesita la universidad, hoy, no puede venir solamente de los “nuevos planes de Bolonia”. Profesores, alumnos y administraciones, todos están implicados en ella.

Mientras tanto, hay que dejar claro que una persona “informada”, con un ordenador debajo del brazo, no es todavía una persona “formada”; pero ni siquiera “estudiada”. Sabemos tanto cuanto hemos ido asimilando e integrando para la vida. Todavía hay cosas que no nos puede enseñar el universalmente presente ordenador. Nuestro entrañable “personal computer”, al que, ¡pobrecito!, tampoco hay que echarle la culpa de todos los males de la enseñanza. El computer hace lo que puede.

Los que no siempre hacemos lo que podemos y debemos hacer, somos nosotros.
Eduardo de la Hera

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