sábado, 3 de marzo de 2012

La Penitencia Sacramental

Como cada tiempo de Cuaresma, el Papa suele enviar un mensaje a los católicos del mundo entero. Este año, Benedicto XVI nos propone que reflexionemos sobre un aspecto de lo que significa el mandamiento del amor al prójimo, que es una de las actitudes fundamentales de la vida del cristiano. Tomando pie de un pequeño pasaje del Nuevo Testamento, concretamente de la carta a los Hebreos, que dice “fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras” (Hb 10, 14), el Papa nos hace una profunda reflexión sobre lo que significa la atención al otro, en vistas de su santificación personal.

En un primer momento, este fijarse en los otros nos debe llevar a descubrir sus necesidades materiales (comida, vestido, vivienda, trabajo, etc.), pero, como continúa diciendo el Papa, el «fijarse» en el hermano comprende además la solicitud por su bien espiritual. Y es aquí donde el fijarse en los demás debe llevarnos a preocuparnos también por la santificación de quien tenemos alrededor.


Atendiendo a mis obligaciones como obispo, debo preocuparme al comienzo de esta Cuaresma por un aspecto concreto de la vida espiritual de los católicos de nuestra diócesis: la penitencia sacramental. El Obispo ha de recordar a todos los que por oficio tienen cura de almas el deber de brindar a los fieles la oportunidad de acudir a la confesión individual. Y se cuidará de verificar que se den a los fieles las máximas facilidades para poder confesarse. Considerada a la luz de la Tradición y del Magisterio de la Iglesia la íntima unión entre el sacramento de la reconciliación y la participación en la eucaristía, es cada vez más necesario formar la conciencia de los fieles para que participen digna y fructuosamente en el banquete eucarístico en estado de gracia.

Sabemos ciertamente que especialmente el pecado mortal es, ante todo, ofensa a Dios, ruptura de la comunión con él. Al mismo tiempo, atenta contra la comunión con la Iglesia. Por eso la conversión implica a la vez el perdón de Dios y la reconciliación con la Iglesia, que es lo que expresa y realiza litúrgicamente el sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación. Por ello, es doctrina de fe1 que «es necesario que los penitentes refieran en la confesión todos los pecados mortales de que tienen conciencia después de diligente examen de sí mismos». El proceso de la conversión y de la penitencia fue descrito maravillosamente por Jesús en la parábola llamada “del hijo pródigo”, cuyo centro es “el padre misericordioso” y que todos conocemos. A la confesión de culpa del hijo, sigue el abrazo reconciliador del padre bueno. (Lc 15, 11-24).

Teniendo clara la necesidad de la confesión de los pecados más graves, que reconcilia al pecador con Dios y recupera la plena comunión con la Iglesia, es preciso añadir que sin ser estrictamente necesaria, la confesión de los pecados veniales, sin embargo, se recomienda vivamente por la Iglesia. En efecto, la confesión habitual de los pecados veniales ayuda a formar la conciencia, a luchar contra las malas inclinaciones, a dejarse curar por Cristo, a progresar en la vida del Espíritu. Cuando se recibe con frecuencia, mediante este sacramento, el don de la misericordia del Padre, el creyente se ve impulsado a ser él también misericordioso.

Pero además, escribe el Papa: «En nuestro tiempo una de las prioridades pastorales es sin duda formar rectamente la conciencia de los creyentes /.../ A la formación de las conciencias contribuye también la “dirección espiritual”». El sacerdote se convierte así en consejero y amigo que ayuda a la persona que acude a él a progresar por el camino de la santidad: «A veces un consejo sencillo y sabio ilumina para toda la vida o impulsa a tomar en serio el proceso de contemplación y perfección, bajo la guía de un buen director espiritual. El director espiritual es un instrumento en las manos de Dios, para ayudar a descubrir lo que Dios quiere de cada uno en el momento presente».

La dedicación, a partir de ahora, de la Iglesia de San Agustín de Palencia a la administración todo el día del Sacramento de la Penitencia y a la dirección espiritual de los sacerdotes, consagrados y laicos, que voluntariamente acudan a ella, por parte de seis sacerdotes experimentados que se han prestado a cumplir este importante ministerio pastoral, y la publicación de un examen de conciencia para adultos, puede ayudarnos a conseguir lo que la Iglesia, en nombre de Cristo, nos está pidiendo recuperar en estos momentos.

1 CONCILIO DE TRENTO, Doctrina sobre el sacramento de la penitencia, cap. 5 “La confesión”, en H. DENZINGER-P. HUNERMANN, El Magisterio de la Iglesia, Herder 2000, p. 522.

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