domingo, 11 de marzo de 2012

Destruid este templo, y en tres días lo levantaré

11 de marzo. III Domingo de Cuaresma

- Éx 20, 1-17. La Ley se dio por medio de Moisés.
- Sal 18. Señor, tú tienes palabras de vida eterna.
- 1Cor 1, 22-25. Predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los hombres, pero, para los llamados, sabiduría de Dios.
- Jn 2, 13-25. Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.

Entramos con este domingo tercero en la segunda fase de la Cuaresma. Las tentaciones y el relato de la transfiguración pertenecen a la primera y son comunes a los tres ciclos litúrgicos. La segunda tiene evangelios propios para cada uno de los tres domingos; hoy, el evangelista san Juan, nos presenta un gesto provocativo de Jesús: “expulsar del templo a vendedores y cambistas”; ¿Por qué su reacción? Han cambiado su finalidad espiritual para convertirla en un mercado: “No convirtáis la casa de mi Padre en un mercado”. Así denunciaba toda forma de comercialización de la religión. Y este es un pecado difícil de extirpar, buscamos más lo que nos conviene que la voluntad del Padre.

Los dirigentes judíos le salieron al paso y le preguntaron: “¿Qué señal nos das para actuar así?”. “Destruid este templo -replica Jesús- y en tres días lo levantaré”. Y el evangelista añade: “pero el templo del que él hablaba era su cuerpo”. Si provocativo fue el gesto, más lo son estas palabras. El templo antiguo construido de piedra y madera, era sustituido por el nuevo: Jesús es el nuevo templo, el lugar, la persona, del encuentro del hombre y Dios. La afirmación sólo fue comprendida por los discípulos a la luz de la Pascua, de la Resurrección “los discípulos recordaron lo que había dicho y creyeron en las palabras que él había pronunciado”.

Siguiendo en esta interpretación pascual del evangelista, no solamente Jesús es el Nuevo Templo, es decir lugar de encuentro entre lo divino y lo humano, por él y en él, los creyentes nos convertimos templos vivos de la presencia de Dios en el mundo, porque el Padre de Jesús es un Dios de personas, no de los lugares y las cosas, se manifiesta de manera especial en la realidad humana. El hecho de ser templos de Dios ilumina con una luz particular la dignidad humana, con unos valores sagrados que hay que respetar, y con unos derechos y deberes que hay que poner en práctica.

“Jesús es el lugar, la persona del encuentro del hombre y Dios. Y en él los creyentes nos convertimos en templos vivos de su presencia en el mundo”. Y ahora en la Cuaresma podemos pensar: ¿Vivimos conforme a esa dignidad? ¿Respetamos la dignidad de cada persona y la promovemos?

José González Rabanal

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