domingo, 4 de marzo de 2012

Éste es mi Hijo amado

4 de marzo - II Domingo de Cuaresma

- Gén 22, 1-2. 9-13. 15-18. El sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe.
- Sal 115. Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida.
- Rom 8, 31b-34. Dios no perdonó a su propio Hijo.
- Mc 9, 2-10. Éste es mi Hijo amado.

De nuevo en este segundo domingo de Cuaresma Jesús nos invita a recorrer el camino hacia la Pascua junto a Él. No será un sendero fácil, Jesús les acaba de anunciar a sus discípulos la persecución y su muerte, pero seis días después “les mostró en el monte santo el esplendor de su gloria” -prefacio propio 2º domingo de Cuaresma- es decir “se transfiguró ante ellos; sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador”.

Las severas palabras de Jesús sobre el camino doloroso del Mesías y de los discípulos resultaron desconcertantes, y habían provocado desilusión y abatimiento. Querían oír hablar de ello; y la transfiguración del Señor completa la encarnación: Dios se hace hombre anonadándose en nuestra carne, ahora la carne se vuelve trasparente y se deja ver la inmensidad de Dios. A nadie le gusta la cruz pesada, a ninguno le seduce el camino doloroso, preferimos la vida cómoda, sin llantos y sobresaltos, sin crisis... Pero la vida no siempre es así; necesitamos como los tres discípulos Pedro, Santiago y Juan una revelación: “Este es mi Hijo Amado; escuchadle”. Y es verdad, a todos Dios se nos manifestado de múltiples formas. Y hoy es el día para hacer un recorrido por esas experiencias de encuentro con el Señor que cambiaron nuestra vida y nos han hecho replantear nuestro proyecto de vida, y a repetirlas, dar gracias.

Muchas veces quisiéramos detener el tiempo y que sólo tuviéramos experiencias gratificantes, como le sucedió a Pedro, “Maestro, qué bien se está aquí”; pero después del encuentro, de la cercanía, regresamos a nuestra rutina con entusiasmo renovado, no podemos permanecer indefinidamente en la montaña. Nuestra vida cristiana consiste en dejar que se trasparente nuestra filiación divina, en dejar que Cristo se haga patente en nuestra vida y en nuestras obras, hasta dar la vida que es la suprema manifestación del amor.

“No podemos permanecer indefinidamente en la montaña. La vida cristiana consiste en dejar que Cristo se haga patente en nuestras obras, en nuestra vida, hasta darla”. ¿Ve a Jesús, quien nos ve vivir, obrar, hablar? ¿O lo intuye al menos?

José González Rabanal

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