martes, 17 de enero de 2012

¿Por qué vamos a Tierra Santa?

Del 28 de Diciembre al 4 de Enero un grupo de palentinos, presididos por su Obispo, hemos peregrinado a Tierra Santa. No hemos sido desde luego los únicos cristianos que han visitado los santos lugares en estas fechas navideñas. ¿Qué es lo que mueve a tantas personas a visitar la Tierra Santa? ¿A qué hemos ido también nosotros?

En primer lugar, la visita a la tierra donde nació, vivió, predicó, murió y resucitó nuestro Señor Jesucristo supone una especial emoción religiosa para las personas que recorren los santos lugares. Los peregrinos besan estremecidos la estrella de plata de la gruta que marca el lugar del nacimiento de Jesús. En el poblado de Nazaret del siglo primero está la casa de la Virgen María donde la tradición cristiana multisecular ha venerado la casa donde María dijo sí al anuncio del ángel y donde, consiguientemente, “el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. El recorrido por los antiguos poblados que rodeaban el lago de Genesaret, o mar de Tiberíades, parece todavía recoger el eco de las palabras de Jesús en el Sermón de la Montaña o de las parábolas del reino. Finalmente, visitar Jerusalén es revivir la entrada de Jesús en la ciudad, bajando por la ladera del Monte de los Olivos, celebrar la eucaristía donde tuvo lugar la Última Cena del Señor, o recogerse en profunda oración en el lugar donde Cristo fue crucificado y sepultado y donde resucitó “al tercer día”.

Pero, la visita a Tierra Santa tiene también otra finalidad importante: la de enmarcar las enseñanzas del evangelio en el contexto cultural y religioso del judaísmo en el que surgió. Los cristianos occidentales, en efecto, solemos leer e interpretar las enseñanzas de Jesús, recogidas en los textos sagrados, desde nuestras categorías mentales, propias de nuestra cultura. Esto no es, ciertamente, un grave obstáculo para conocer la vida y mensaje del Señor y mucho menos para seguirle, poniéndolo en práctica. Pero, si el asistente religioso de la peregrinación conoce, como es su obligación, el ambiente judío donde vivió Jesús, su madre María, sus apóstoles, los discípulos y discípulas del Señor, todos ellos judíos, la lectura de los textos evangélicos adquiere una mayor claridad y una especial penetración.

Ahora bien, no basta con todo esto. Es preciso encontrarse con el Señor. Él ya no está físicamente presente en los lugares que visitamos. La presencia de Jesús en nuestros días sólo puede darse en su Iglesia. En la oración y en los sacramentos podemos encontrar, después de veinte siglos, al Señor que estuvo en esos mismos lugares que visitamos. La eucaristía diaria en los lugares más significativos ocupa, por lo tanto, un lugar decisivo en el programa de toda peregrinación a Tierra Santa. Lo mismo ha de decirse de las frecuentes confesiones sacramentales que se realizan a lo largo de la peregrinación y de los momentos de oración silenciosa que siempre buscan los peregrinos deseosos de encontrarse con el Señor. Igualmente se renuevan las promesas del bautismo, del matrimonio, de la vida consagrada o las promesas sacerdotales de los presbíteros que acompañan a los peregrinos.

Por último, pero no menos importante, la peregrinación a Tierra Santa es también una obra de caridad, una gran ayuda a los cristianos que habitan aquellas tierras, que tanto necesitan de nuestro apoyo moral y de nuestra aportación económica. Ellos pueden subsistir si hay peregrinaciones. De lo contrario, les amenaza la pobreza y la tentación de abandonar la Tierra Santa. Y unos santuarios sin comunidades cristianas que los sustenten se convierten inevitablemente en museos.

Pero, los peregrinos de Tierra Santa no ayudan solamente a los cristianos de las comunidades locales, también ayudan con su aportación voluntaria en las colectas de las misas al mantenimiento de los padres franciscanos, guardianes y custodios de los santos lugares, desde la época de San Francisco. Faltos de ayudas de las instituciones oficiales, el mantenimiento de los lugares y el sustento de sus custodios depende únicamente de las limosnas de los peregrinos y de la munificencia de los cristianos de todo el mundo en la colecta del Viernes Santo para los santos lugares. Un motivo más para que los sacerdotes promuevan dicha colecta, muchas veces olvidada, y para que favorezcan y promuevan peregrinaciones a la tierra del Señor. Vale la pena, se lo aseguro. Quienes han estado allí pueden dar fe de ello.

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